JEREZ DE LA FRONTERA / ‘Il barbiere di Xerez’

Jerez de la Frontera. Teatro Villamarta. 10-VI-2021. Rossini: El barbero de Sevilla. Manel Esteve (Figaro), Clara Mouriz /Rosina), Quintín Bueno (Almaviva), Fabio Capitanucci (Bartolo), David Lagares (Basilio), Nuria García-Arrés (Berta). Coro del Teatro Villamarta. Orquesta Filarmónica de Málaga. Director musical: Carlos Aragón. Director de escena: Giulio Ciabatti.
A pesar de los pesares y contra viento y marea, el jerezano Teatro Villamarta sacó adelante una producción que en principio iba a compartir con el Teatro Cervantes de Málaga pero que, tras la cancelación de este último, quedó en manos del valiente e imaginativo coliseo de Jerez. Valió la pena asumir el riesgo inherente en estas circunstancias de todo espectáculo que mueve a tan gente en un espacio reducido, pero en este caso funcionaron a la perfección todas las precauciones sanitarias y el público pudo disfrutar de lo lindo con este título que parece pensado exprofeso para hacernos olvidar las tensiones de todo tipo que nos acechan a la esquina de la vida.
La producción escénica de Ciabatti es eficaz en su sencillez, con un decorado único que vale un poco para todo, aunque hay objetos de atrezzo en el fondo del escenario que no se sabe para qué sirven. Pero lo esencial en esta ópera es que exista una dirección de actores que extraiga del texto de Sterbini toda la comicidad teatral que atesora y en este caso Ciabatti movió a los personajes con plena sabiduría del control de la escena, sin atropellar las situaciones de conjunto y disponiendo aquí y allá los necesarios gags para provocar la sonrisa y hasta la carcajada del público. Claro que para ello necesitó la colaboración de un conjunto de cantantes que también fueron espléndidos actores, salvo el caso quizá de un Quintín Bueno a quien se le notaba la poca experiencia en papeles protagonistas y que se mantuvo, lógicamente, menos suelto en sus movimientos.
El barbero de Manel Esteve fue un dechado de poderío vocal, pero un poderío sustentado en una voz de timbre muy redondeado y que fue utilizada con sentido expresivo a base de regulaciones y acentos. Los endiablados pasajes de canto silabato sonaron con nitidez y fluidez y su fraseo fue de plena raigambre bufa. Voz muy interesante, por sus tintes oscuros y profundos, la de Clara Mouriz, si bien es también una voz compleja por los saltos de color en los cambios de registro que se apreciaron en su aria de salida. Pero de ahí en adelante la voz ganó en homogeneidad. Su dominio de la coloratura es pleno y su fraseo está lleno de matices y de reguladores, con buena galería de ornamentaciones, consiguiendo así perfilar un retrato muy atractivo, en lo vocal y en lo escénico, de la astuta pupila. Quintín Bueno es una voz aún por hacer. No es demasiado atractiva de timbre y la emisión necesita aún ser redondeada y conseguir mayor cobertura para evitar así la emergencia de sonidos abiertos. Sólo en la franja superior el sonido conseguía cierta definición y proyección. Aunque sin el Cesa di più resistere (con el que no hubiera podido), salvó sin problemas los escollos de la coloratura. En varias ocasiones se adelantó en sus entradas, provocando el consiguiente desajuste con las demás voces y con la orquesta.
Fue un auténtico placer escuchar el Bartolo de Fabio Capitanucci por la italianità de su manera de delinear las frases y por su perfecta proyección y control del sonido. Espectacular en los arriesgados pasajes acelerados de A un dottor della mia sorte y brillante en todas sus intervenciones. Igualmente brillante estuvo David Lagares en un papel a su medida. Su voz de bajo contundente pero flexible, capaz de llenar toda la sala aun cantando en mezzo piano, unida a su dominio de la escena, dieron como resultado un Basilio perfecto. Finalmente, correcta la Berta de García Arrés, un poco inexpresiva en su aria di sorbetto. Muy bien el coro, muy empastado y con calidad de voces.
Carlos Aragón hizo un gran trabajo con la orquesta de Málaga para conseguir de la misma una articulación ligera, con poca presión en las cuerdas y ataques incisivos, hasta extraer de las cuerdas una amplia gama de colores. Sus tempi fueron siempre vivos, sin dejar caer la energía que desprende la partitura de Rossini; los acentos bien remachados y los característicos crescendi regulados hasta el milímetro. La bomba de relojería que es el finale primo estalló en una explosión de fuerza musical apabullante, tal y como a Rossini le hubiera gustado. Atendió con mimo a las voces, a las que nunca tapó y a las que consiguió concertar con eficacia en los números de conjunto.
Como decía aquel viejo anuncio, un Rossini al año no hace año, aunque es costumbre más sana un Rossini a la semana.
Andrés Moreno Mengíbar
(Foto: Teatro Villamarta)