Javier Marías y el ‘Vals Kupelwieser’ de Schubert/Strauss
Javier Marías tenía gustos musicales sobrios y selectos. El gran escritor madrileño, que falleció ayer prematuramente, lo confesó, en enero de 2020, dentro de una de sus divertidas jeremiadas dominicales, en El País Semanal, titulada Sobriedad y carnavalada: “Una pieza de Bach o de Schubert me emociona mucho más que el celebérrimo concierto romántico de Rachmaninov o que el Brahms más desatado.” Precisamente, en abril de 2018, había dedicado un artículo completo a una pieza de Schubert como homenaje a su admirado Juan Benet: el Vals Kupelwieser. En este texto habla de sus intercambios musicales con los tres grandes melómanos de la Real Academia: el lingüista Ignacio Bosque, el médico e investigador Pedro García Barreno y el escritor Félix de Azúa. Y recuerda cómo Benet le descubrió, en 1971 o 1972, el Vals Kupelwieser de Schubert, una pieza que su colega escuchaba incesantemente mientras redactaba la novela Un viaje de invierno; una música que no sólo introdujo dentro de sus páginas, como el Vals K, sino que incluso la hizo reproducir en la contraportada de su primera edición.
Marías añade unas pinceladas acerca de la pieza y se mete en su discografía. Comenta que tan sólo conoce dos versiones de la obra en disco compacto: del francés Michel Dalberto, incluida dentro de su integral Schubert de los noventa para Denon, y del austríaco Hans Kann, de los setenta, para Amadeo (reeditada en CD por Preiser). Pero recuerda la versión en vinilo que escuchaba Benet, de la venezolana Rosario Marciano, que era su interpretación predilecta de la obra. Se trata de un LP, de 1971, del sello español Movieplay titulado El Schubert Desconocido. Curiosamente, Marciano era la pareja artística y marital de Hans Kann, además de una pionera en interpretar la música de Schubert al fortepiano y dar a conocer obras de varias compositoras, sin olvidar la fundamental biografía que publicó de su compatriota Teresa Carreño. Esa grabación, que tanto fascinó a Marías (y a Benet), había sido lanzada al mismo tiempo por el club berlinés Deutsche Buch-Gemeinschaft y se trataba de un registro realizado con un fortepiano Bösendorfer de 1828, el mismo año de la muerte del propio Schubert. Este dato explica que, para Marías, el piano suene “casi como una pianola”. Hoy podemos escucharla gracias a YouTube, aunque sigue inédita en CD.
Aparte de la belleza “melancólica y confiada” de esta música, que Marías siempre asoció con la figura de Juan Benet, esta pieza tiene una historia fascinante. Para empezar, se trata de una composición que jamás fue escrita en papel sino que fue transmitida oralmente. Schubert la improvisó, el 17 de septiembre de 1826, durante la celebración de la boda de su amigo, el pintor Leopold Kupelwieser, con Johanna Lutz, una joven pianista que participaba habitualmente en las famosas schubertiadas.
El primer estudio sobre esta pieza fue publicado por Rudolf Klein, en 1968, dentro de la revista Österreichiste Musikzeitschrift, donde se informa que este vals se mantuvo vivo en la familia, aunque sin llegar a fijarse nunca por escrito. Lutz se lo enseñó a su segundo hijo, Paul Kupelwieser, y éste se lo hizo memorizar a su nieta Maria Anna Kupelwieser, que también era pianista y se casó con el ingeniero cervecero Manfred von Mautner-Markhof. Durante los años cuarenta, uno de los amigos más cercanos de esta pareja fue el compositor Richard Strauss, que escuchó a Maria Anna tocar el vals de Schubert, en 1943, y le propuso transcribirlo. El autógrafo de Strauss, propiedad de la familia Mautner-Markhof, está fechado, el 4 de enero de 1943, e incluye el siguiente encabezamiento: “Vals de Franz Schubert, compuesto con motivo de la boda de su amigo Leopold Kupelwieser con Johanna Lutz el 17 de septiembre de 1826, conservado en la familia Kupelwieser por tradición. Escrito por Richard Strauss, Viena, 4 de enero de 1943”.
La autenticidad de la obra nunca fue puesta en duda por ningún especialista, y ni siquiera Otto Erich Deutsch dudó en añadirlo a su catálogo de las obras de Schubert con el número D. 893a. Pero Strauss no sólo alteró la tonalidad supuestamente original de la melodía, de sol mayor a sol bemol mayor, sino que añadió detalles en el acompañamiento y la armonía que poco tienen que ver con Schubert. En todo caso, conservamos una grabación sin fechar (¿de 1943?) de la propia Maria Anna Kupelwieser, que ha difundido el archivo de la familia Mautner-Markhof, y que no sólo difiere de la transcripción de Strauss, sino que añade la característica forma vienesa de tocar el vals, que arrastra el segundo tiempo y retrasa el tercero.
De la obra se conserva, también en el archivo familiar Mautner-Markhof, otra grabación al piano (quizá también de 1943) que realizó Isolda Ahlgrimm, una pionera de los instrumentos de época en general y del clavicémbalo en particular. Tal como leemos en la excelente biografía de Peter Watchorn, Ahlgrimm había conocido a Strauss, en 1942, y se convirtió en una estrecha colaboradora y asesora suya en materia de instrumentos de época; no por casualidad, ella tocó la parte de clave en el estreno en Viena de Capriccio, el 1 de febrero de 1944, y para ella escribió una suite para clave con arreglos de varias danzas de la ópera. Pero la clavecinista también mantenía una estrecha relación con la familia Mautner-Markhof de quienes recibió un generoso apoyo financiero en esos años. En su versión al piano del Vals Kupelwieser escuchamos la transcripción de Strauss con un exquisito rubato.
Maria Anna Kupelwieser, cuyo nombre de casada era Maria Mautner-Markhof, falleció el 11 de mayo de 1990, a la edad de 90 años. En su obituario, publicado en el Österreichische Musikzeitschrift, se recuerda su labor como mecenas de las artes y la importancia que tuvo en su vida este vals de Schubert transcrito por Strauss. Como presidenta del tradicional Baile de la Filarmónica de Viena, entre 1949 y 1980, promovió un arreglo orquestal del mismo, realizado por Gottfried von Einem, que fue tocado en el baile anual de 1960 en la sala dorada del Musikverein. El propio Von Einem dedicaría su Cuarteto para cuerda núm. 1, Op. 45, en 1975, a Maria Mautner-Markhof, que juega con la melodía del vals de Schubert en su movimiento final.
Hoy el Vals Kupelwieser se toca mucho más a menudo y se ha grabado en varias ocasiones en los últimos años. A destacar el registro que hizo Bertrand Chamayou, en 2014, o la estupenda versión que acaba de publicar la joven pianista georgiana Mariam Batsashvili como debut en Warner Classics. Una interpretación sencilla y austera, cuyo hipnótico fraseo seguramente habría encantado al gran Marías.
Pablo L. Rodríguez