JAPÓN / Horizontes transculturales de la nueva música

Takefu. Echizen City Cultural Center. 9-IX-2022. Músicos residentes en el Festival Internacional de Música de Takefu. Obras de Mori, Kamiyama, Kanai, Kinoshita, Miura, Sciarrino, Hosokawa, Gardella, Nakahori y Solbiati.
Como hemos venido comprobando a lo largo de estos últimos días, por medio de las sucesivas críticas publicadas en Scherzo, la trigésimo tercera edición del Festival de Takefu sigue prestando una especial atención al repertorio contemporáneo, periodo histórico que capitalizó los dos conciertos que tuvieron lugar el pasado viernes 9 de septiembre, trazando un arco de cinco horas de duración que ha vuelto a apostar por una potente heterogeneidad estilística, así como por el diálogo transcultural.
El primero de estos conciertos nos reunió a las cinco de la tarde para escuchar un programa titulado Nuevos Horizontes, que se abriría con las piezas tercera y cuarta de Teppich der Erinnerung (2017), partitura para piano de Noriaki Mori en la que contrasta la febril primera página, inspirada en estructuras indias cuyo desarrollo se va progresivamente ampliando, incorporando polirritmos dignos de Conlon Nancarrow (de una dificultad endiablada), con una segunda pieza basada en el ataque y las resonancias (hipnóticas), por medio de un pedal delicadísimamente trabajado por Junko Yamamoto.
Mientras, Nana Kamiyama nos conduce, en Honeybee and dandelion (2022), a la relación entre las abejas y las flores en los procesos de polinización, investigando las diversas fuerzas de atracción por medio de un violín y un violonchelo profusamente explorados con técnicas extendidas post-lachenmannianas, mientras que en su segunda parte gana peso lo tradicional, el componente rítmico y los ecos de las melodías populares niponas.
Relatum II (2022), de Isamu Kanai, nos remite a las construcciones tridimensionales del artista coreano Lee Ufan, así como a la interrelación expresiva de gesto y sonido, realzada en flauta y viola por medio de técnicas que en el viento nos recuerdan al shakuhachi, mientras que en la viola predominan el ruidismo, las sublimaciones armónicas y puntuales asomos de la tradición; todo ello, con zapateados para añadir capas de profundidad, en una partitura netamente híbrida.
Esa presencia de lo tradicional se refuerza, aún más, en Sérénissime sérénité I (2022), de Masamichi Kinoshita, página para clarinete y shakuhachi que en Takefu (por nueva obra y desgracia del coronavirus) fue sustituido por la flauta de pico baja, tocada por el soberbio Tosiya Suzuki en los primeros compases en horizontal, por lo que las sonoridades han sido de lo más insospechadas en dicho instrumento. De este modo, ambos músicos han representado una idea musical compartida, derivada de la literatura de Edmond Jabès, y que se articula en una quinta justa: perfección en cuanto a consonancia de la que se extrae la construcción armónica de una partitura se va complejizando a través del ritmo, sin perder esa esencia de convocar a Oriente y a Occidente en un mismo eje compartido.
Noriko Miura nos mostró, con On a blocked Bridge (2022), su gran dominio de las técnicas extendidas en el piano, ya desde su golpeo inicial a la caja del mismo o en su manejo del arpa; mientras que en el violonchelo lo hizo a través de roces sin tono, pasando por evocadores sonidos de la tradición nipona (como el koto evocado en el pizzicato del cordal en el piano), para acabar rescatando una armonía que será la que tienda puentes entre ambos instrumentos: puentes que lo son (si tiramos del título de la obra) entre los vivos y los muertos, tras tantos desastres en esta última pandemia.
Cerró el primer concierto Salvatore Sciarrino, con All’aure in una lontananza (1977), pieza para flauta que nos conduce a una de las dimensiones acústicas más queridas por el italiano: la del espacio como topología resonante, en la que el ser humano observa y se mide por medio de esa mirada tendida a un horizonte presente en tantos títulos sciarrinianos. Como nos recuerda Laurent Feneyrou, este horizonte sciarriniano se desplaza constantemente, señalando una distancia nunca conjurada. Nacida desde un remoto pianissimo, prácticamente dal niente, All’aure in una lontananza lanza constantes flujos de armónicos que se van estilizando, cual auras sonoras, así como transmutándose en progresivas sombras. En su búsqueda, tímidos compases nos muestran un sonido más rugoso y gutural, aunque prima aquí la luminosidad y el brillo, el viaje de la flauta como forma de luz. De todo ello dio cuenta Mario Caroli como ya le conocíamos en sus referenciales compactos sciarrinianos para el sello Stradivarius, con una perfección técnica apabullante, en la que destaca su control de las dinámicas.
El segundo concierto del pasado viernes 9 de septiembre tenía como título Toshio Hosokawa y sus amigos, de forma que, fiel a su título, fue el compositor de Hiroshima quien protagonizó una primera parte que nos convirtió en espectadores privilegiados, pues ésta fue grabada en vivo para un futuro disco del saxofonista japonés Masanori Oishi, algo que explica los niveles de concentración y excelencia interpretativa escuchados, cual si ya escuchásemos dicho compacto en Takefu.
Estamos ante un viaje musical muy revelador de la evolución estilística de Hosokawa en las últimas tres décadas, con una sonoridad cada vez más lírica y evocadora de la tradición musical japonesa. Sus Three Essays b (2016) buscan, además, la gestualidad del saxofonista, el contraste sonido/sombra, con distintas formas de alterarlo por medio de multifónicos, flatterzunge y voz gutural. Con su sonido tan redondo, en piezas como esta Hosokawa se encuentra más cerca que nunca de Tōru Takemitsu.
Las 3 Love Songs (2005) abren el registro del saxofón para acompañar a una soprano, Miwako Handa, que canta temas poéticos nipones antiguos, evocando una voz arcaica. Masanori Oishi incorpora slaps y aire sin tono para unirse a esa rugosidad primigenia del canto, cuyos delicadísimos portamenti resuenan en los ecos de los multifónicos del saxofón, empastándose. La tercera canción se abre desde la percusión, para ampliar el timbre y los colores, muy metálicos y suspendidos, en pos de una limpidez sin vibrato en saxofón y soprano que es pura luz suspendida, así como un verdadero ritual.
Por su parte, con Arc Song (1999) y Vertical Time Study II (1993-94) alcanzamos el soberbio Hosokawa de finales del siglo XX; en la primera partitura, con una de las mayores especialistas en el compositor japonés de las últimas décadas, la arpista Naoko Yoshino, cuyo dominio del rascado en vertical de las cuerdas o del destensado de las mismas incorpora unos niveles de rugosidad mucho más ruidistas que el estilo actual del propio Hosokawa, tan depurado. Mientras, la soberbia Vertical Time Study II recibió otra lectura monumental que conformará una referencia imprescindible a nivel fonográfico. La tan hosokawiana dinámica de delicado trabajo del ataque, de la resonancia y del silencio conoce en este estudio momentos de una fusión tímbrica fascinante, como el manejo de las reverberaciones del saxofón en el piano, vía pedal, o los arcos tendidos entre piano y percusión, buscando unísonos que crean un paisaje para la voz solista del saxofón. Aire, sombras y rumores habitan una escena acústica que desvela progresivamente la relación del sonido con el silencio mediante el concepto de tiempo vertical, al retirarse súbitamente la música: ese canto de la cigarra —que diría el haiku de Bashō— cuya desaparición hace del silencio una sustancia asible, con peso.
El primer estreno de la noche llegó con el compositor italiano Federico Gardella y su cuarteto de cuerda Breath on breath (2022), una partitura en la que se pregunta qué hay detrás de la música, siendo para él la respuesta la propia respiración, convertida en fantasma del sonido. Con estos fantasmas juega Gardella una y otra vez, desde golpeando los músicos el aire con sus arcos, como fustas, hasta desgranando un juego de rumores apenas perceptible. La historia es otro elemento fundamental en este cuarteto, evidenciándola Gardella por medio de sus cantos suspendidos en el tiempo, con una cercanía al estilo de las cuerdas en portamento de Sciarrino muy palpable. En todo caso, Breath on breath demuestra la actual madurez de Federico Gardella como compositor, así como su refinadísimo trabajo de las estructuras: aquí circulares en busca de ese rumor inicial del aire en los arcos-fusta del Arditti Quartet.
El cuarteto londinense fue, asimismo, el encargado de estrenar Abyss (2022), partitura de Kaito Nakahori que vuelve a evidenciar la tan diferente forma de estructurar los materiales que hemos escuchado estos días entre compositores japoneses y occidentales. Nakahori trabaja una y otra vez la profundidad del sonido, por medio de flautandi, pizzicati, sonidos sin tono, ecos y un entrecruzamiento de los instrumentos en pares. Ello refuerza la dicotomía sonido/eco, para dibujar esas sombras pululantes que traman las capas del abismo, los estratos de la profundidad, esculpidos por la reverberación. Son estos abismos, en todo caso, los del propio yo: esos residuos de una vida —decía Samuel Beckett— que tras el proceso de acelerada sobrepresión que (desde nuestra forma europea de comprender la estructura) pensábamos que pondría fin al cuarteto, aún vuelven a reaparecen, en una suerte de coda que nos habla de la imposibilidad de conjurar un recuerdo, pues estos siempre rebrotan, en forma, aquí, de coda en la que los materiales vuelven a aflorar, reorganizándose.
Cerró el segundo concierto Sestetto a Gérard (2006), página del italiano Alessandro Solbiati que homenajea a su amigo Gérard Grisey, utilizando la misma plantilla que el compositor francés había tomado en su postrera Vortex temporum (1994-96). Con un piano profusamente preparado para crear una sonoridad fantasmal y apagada, estamos ante una elegía repleta de motivos energéticos y oscuros a los que se suman temas tiernos y luminosos que evidencian tanto una marcha fúnebre como una búsqueda de ese complejo equilibrio entre la luz y la oscuridad que se da en toda vida. Con una complejidad rítmica importante, Solbiati trabaja el timbre de los instrumentos, creando sonoridades sorprendentes, como las de un piano convertido en una reinvención del arpa. Con Masato Suzuki al frente del sexteto instrumental, de nuevo hemos podido comprobar la enorme calidad de estos jóvenes músicos japoneses, así como de los más consagrados, como el apabullante violinista Yasutaka Hemmi.
Paco Yáñez
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