JAPÓN / El Arditti Quartet continúa escribiendo la historia
Takefu. Echizen City Cultural Center. 06-IX-2022. Arditti Quartet. Obras de Iannis Xenakis, Alessandro Solbiati, Toshio Hosokawa y György Ligeti.
El Festival Internacional de Música de Takefu está prestando, en septiembre de 2022, una especial atención al género del cuarteto de cuerda, teniendo al mítico Arditti Quartet como conjunto en residencia, lo que significa apostar de forma decidida por el repertorio contemporáneo; precisamente, el que Irvine Arditti lleva promoviendo y liderando desde el año 1974 al frente de su conjunto, en una labor titánica que, sin duda, está llamada a pasar a la historia como parte de los hitos interpretativos que habrán marcado la música occidental.
Uno de los aspectos más trascendentes de dicha labor es el haber aquilatado, a lo largo de casi medio siglo, todo un bagaje de experiencias con los más relevantes compositores de nuestro tiempo, que al propio Arditti han confiado las claves interpretativas de sus partituras; de ahí, la legitimidad que sus versiones nos ofrecen, por más que el carácter y la forma de tocar del conjunto londinense haya ido cambiando sutil, pero claramente, en estos cuarenta y ocho años, dando lugar a que la actual agrupación se muestre menos agresiva y acerada que la que en 1991 había grabado ST/4 (1955-62), de Iannis Xenakis, para el sello Montaigne.
Esta evolución en el estilo interpretativo resultó evidente desde los primeros compases de ST/4, con un ataque menos violento, tanto en pizzicato como en arco, lo que permite al Arditti mayores matices en el sonido, una gama dinámica más sutil y el que se escuchen los juegos de movilidad dentro del cuarteto con mayor precisión, al rehuir una formación de bloques tan torrenciales y masivos, optando por la transparencia. Incluso, la percusión con los dedos ha sonado en Japón cual una danza de espíritus que revoloteasen por la escena acústica, sin un sentido tan bruitista como en el registro de 1991, por lo que hay una orientación hasta más lúdica. Otro aspecto a destacar es la sutileza y la capacidad de Lucas Fels para buscar las diferentes afinaciones en su instrumento, algo tan propio de Xenakis en sus partituras para violonchelo —pensemos en la paradigmática al respecto Nomos Alpha (1966)—. Todo ello, en un marco temporal vertiginoso, pues el Arditti parece haber ganado en velocidad, sin perder por ello matices, así como profundizando en delicadeza y lirismo.
Precisamente, de ejercicio de bellísima poética tendría que calificar al Quarto Quartetto (2019) del compositor italiano Alessandro Solbiati, una partitura que ha impresionado al público japonés por su trabajado desarrollo y por un final que corta la respiración debido a su intensidad emocional e inventiva tímbrica.
Dedicado a la madre del compositor —fallecida poco antes de la escritura de este Quarto Quartetto—, todo él es un canto de despedida que nos conduce a unos últimos compases convertidos en una marcha fúnebre: un largo recorrido que nace desde un ambiente “Nebbioso, evocativo” y que nos adentra en la historia como en un espacio repleto de fantasmagorías y ecos, en el que los sonidos del ayer retornan, una y otra vez, para hablarnos con las voces de los ya sidos. Es por ello que constantes sublimaciones melódicas aparecen y desaparecen, de atril en atril, dentro del cuarteto, como los propios cambios de velocidad (entre negra a 36 y negra a 132): temporalidades que nos remiten a las distintas tensiones emocionales de la vida: desde lo más ligero a lo más trágico. Así, este Quarto Quartetto nace desde una media presión de arco, leggerissima, con cambios apenas perceptibles, pero que modulan la tensión del conjunto instrumental con gran elocuencia, rescatando una sonoridad profunda venida de otros tiempos: ésa que en el cuarteto de Solbiati se manifiesta por medio de cantos populares italianos, no integrados como citas literales, sino como rumores, cual soplos musicales de acusada intemporalidad en constante reaparición.
Los continuos intercambios de materiales añaden otra capa, a nivel estructural, a dicha politemporalidad, creando fugas que nos sitúan ante la propia historia como una sucesión de apariciones y huidas: ésas que nosotros mismos somos, en tan profunda reflexión sobre la fugacidad de la existencia y los ecos que ésta nos deja. Ecos y reverberaciones que Solbiati refuerza con el uso de sordinas, para crear un sonido más oscuro: la dimensión de la muerte como realidad no experimentable por el aún vivo, por lo que el desarrollo central del Quarto Quartetto se torna especialmente mistérico e inquietante, con profusión de pizzicati y legno gettato frente a unos flautandi que hacen contrastar diferentes materias sonoras y presencias de la historia. Esa cohabitación, unida a unos continuos reguladores dinámicos, que hacen oscilar la música, crea presencias amenazantes, cuando no esparcidas por el cuarteto, como su desarrollo en fugas del tapping.
A medida que nos acercamos al final del Quarto Quartetto, se producen sucesivas fases de cohesión y dispersión que acumulan tensiones, así como contrastes entre episodios de mayor energía y suspiros de leve delicadeza (¿cambios de estado anímico ante la inminencia de la muerte?). La gran danza con profusión de vibrato y escalas tendidas al registro agudo (tan scintillante) prepara lo que es un súbito cambio de naturaleza tímbrica y anímica, con la preparación de violonchelo (por medio de la scordatura de la cuerda IV hasta el mi bajo y de una pinza de madera sujeta a las cuerdas II y III del instrumento) y viola (que incorpora en sus cuerdas III y IV dos clips metálicos recubiertos de plástico para buscar una oscuridad similar a la de un violonchelo cuya tesitura acaba descendiendo prácticamente a la de un contrabajo). Esta última sección, indicada en la partitura como Rituale-Adagio, suspende el tiempo (con negra a 36) de un modo acongojante, haciendo de la muerte una presencia física y palpable: gran marcha fúnebre a la que nos conducen los últimos veintiséis compases, en los que la tímbrica es tan bella como terrible y fascinante, con violonchelo y viola convertidos, por medio de sus alternancias de pizzicato y arco (para controlar y dar una resonancia oscura a sus instrumentos), en una suerte de percusión arcaica y oriental. Mientras, los violines recorren el otro extremo del espectro sonoro, con sus etéreos armónicos que transubstancian los cantos tradicionales en lo que parecen cantos aviares, o el alma en progresiva transmigración.
La oscura y percusiva contundencia de viola y violonchelo, frente al legatissimo de los violines, crean un dualismo fascinante entre el desgarro producido por la muerte y su serena aceptación, de modo que, frente a otras partituras de despedida más dramáticas, como las Sechs Stücke für Orchester op. 6 (1909) de Anton Webern, diría que este magnífico Quarto Quartetto de Alessandro Solbiati se encontraría más cercano al final de la mahleriana Das Lied von der Erde (1908-09), página cuyo dualismo conclusivo entre los modos mayor y menor se hermana, de algún modo, con la alternancia entre luz y oscuridad en los últimos compases del Quarto Quartetto.
También con la distancia y los ya sidos dialoga Passage (2019), de Toshio Hosokawa; en este caso, con el genio de Bonn, en el marco de lo que —por obra y desgracia de la pandemia— finalmente se convirtió en el “Non-Beethoven-Project for the year 2020”. De Beethoven toma Hosokawa sus cuadernos de conversación, para establecer un modo de intemporalidad que los hace ir y venir a través de la historia, tanto por el volumen y la consistencia estructural de los diferentes materiales integrados en Passage como por esa verdadera seña de identidad que en Hosokawa es el manejo de las dinámicas, que aquí va de las iniciales ppppp a fff, para acabar perdiéndose en el reino del silencio (¿de la propia sordera de Beethoven?) en el pp de los últimos compases.
Sin pretender ser programático, ni crear un discurso acerca de la ininteligibilidad (derivado de las dificultades de comunicación de Beethoven), Hosokawa sí plantea en Passage una presencia del espíritu beethoveniano que trasciende el tiempo, con frases que llegan desde el pasado como espectros que danzan, mientras que otras resultan amenazantes, con los arcos en sobrepresión (lo que ha creado un muy pertinente continuo entre las partituras de Solbiati y Hosokawa). Los pasajes de cuerdas al aire que inicia el violonchelo, así como la relación entre ataque, sonido y silencio, aportan a Passage un acento inconfundiblemente japonés, como quizás también lo haga esa austera contención y serenidad final en la que se desvanece el cuarteto, por medio de un largo ritardando en busca del cielo armónico, perdiéndose en las distancias y rubricando la mayor delicadeza y lirismo del actual Hosokawa.
Si ST/4 celebraba el centenario Xenakis que en 2022 conmemoramos, el Cuarteto de cuerda nº 2 (1968) de György Ligeti anticipa ya el primer siglo del genio húngaro, que en 2023 festejaremos. Estamos ante una partitura grabada por el propio Arditti Quartet hasta en tres ocasiones (Wergo, 1978; Sony, 1994; Meister Music, 2020), lo que la convierte en una de sus piezas de cabecera en términos fonográficos.
Las líneas maestras de su registro del año 1994 siguen vigentes a día de hoy, sin cambios en la perspectiva interpretativa tan fuertes como los de ST/4. Así, la abstracción prima en los dos primeros movimientos, con una lectura muy estructural y trabajada en cuanto a planos de sonido y manejo de las distancias. El tercero ha resultado impresionante, de una sutileza en sus mecanismos incluso mayor que en su más asertivo registro para la Sony, de una precisión sobrehumana, mientras que aquí los detalles son más delicados y libres. El ‘Presto’ ha sido realmente furioso y brutal, quizás el punto expresivamente más alto de la lectura del Arditti en Takefu, rescatando ecos bartokianos con una energía arrolladora. En un fuerte contraste, el Allegro final ha sonado con esa delicadeza que el Arditti del siglo XXI tiene en mayor medida con respecto al de los años ochenta, de forma que la unión de ritmo y color ha sido la clave para crear en su versión nipona esas nubes cromáticas de las que Paul Griffiths nos habla en sus ensayos sobre este movimiento conclusivo.
De este modo, nuevo encuentro con la historia viva del cuarteto de cuerda, de la mano de Irvine Arditti, Ashot Sarkissjan, Ralf Ehlers y Lucas Fels, con cuatro lecturas de un nivel técnico y expresivo tan superlativas como es habitual en el cuarteto londinense.
Paco Yáñez