Integral Villa-Lobos por el Cuarteto Danubius
VILLA-LOBOS:
Cuartetos para cuerdas completos. Cuarteto Danubius MARCO POLO 8.206006 (6 CD)
La serie propuesta consta de 17 cuartetos, que Villa-Lobos compuso entre 1915 y 1958, dejando incompleto su nº 18. Se puede decir que esta forma fue una de sus favoritas, que la practicó toda su vida activa, aunque con alguna intermitencia y que, vista en conjunto, es una de las mayores construcciones cuartetísticas del siglo XX, al lado de lo hecho en la materia por Bartók y Ginastera.
Entre 1915 y 1917, el brasileño redactó sus primeros cuatro títulos. Luego, hasta 1931, abandona la forma para retomarla y sostenerla hasta el final. El intermedio coincide con su formación en París, que lo contacta con un momento bullente de la música europea: Stravinsky, el expresionismo ruso, el objetivismo alemán, el Grupo de los Seis francés, hasta el refinado casticismo de Falla. Villa-Lobos sostuvo que su amor al cuarteto provenía de un severo estudio de lo hecho por Haydn y, más generalmente, por la escuela vienesa del siglo XVIII. Tales afirmaciones pueden adjudicarse a su exagerada autodidáctica, aunque todos sabemos que quien escribe un cuarteto de cuerda evoca, fatalmente, la memoria de un Haydn, un Mozart o un Boccherini.
La empresa de registrar esta magna tarea exige rigor, estudio, especialidad y matización, de modo que no se caiga en las meras erudiciones de archivo.
Es lo que ha cumplido con soltura y brillo el Cuarteto Danubius
En el caso que nos ocupa cabe observar que la estructura clásica se conserva en cuanto a movimientos: dos allegri y, entre ellos, un scherzo y un cantable, el instante lento por excelencia del conjunto, que suele invocar al último Beethoven, con sus notas explayadas y tenidas que parecen buscar el canto. Pero respecto al orden melódico y modulante en la fórmula tradicional, Villa-Lobos se aparta de la herencia. Como ha estudiado, con fina especialidad, Arnaldo Estrella, la sucesión del canto escapa al esquema sonata que sostuvo al cuarteto canónico. Villa-Lobos trabaja, si se puede decir, como cosiendo un pachtwork, con células melódicas breves y sin apenas desarrollo, se diría que promesas de melodías o fragmentos de un discurso perdido y seguramente inexistente, cuyos restos son pedazos por reunir en un rompecabezas. Esto permite al compositor, además, producir un clima narrante donde alternan, de modo brusco y a veces agresivo, voces que susurran o se crispan, se allanan o se elevan en tumulto.
Esta cortedad melódica señala una de sus fuentes, que es la escuela francesa. Se puede recordar a Dukas y Roussel, por ejemplo. Francés, en otro sentido, es el exquisito cuidado armónico, y aquí los ecos son los de Debussy y Ravel. Cuando le hace falta, el uso de las disonancias fuertes y sostenidas se refiere a Bartok y a su expresionismo centroeuropeo. También plantea Villa-Lobos el asunto del casticismo nacionalista. Aquí lo resuelve mediante algunos ramalazos líricos, pero, sobre todo, con soluciones rítmicas que nos llevan a la danza. No conviene olvidar que el compositor tuvo una juventud de músico callejero, un seresteiro tocador de guitarras y en orquestinas, alegrías de serenatas y elegías de choros, bailongos de sambas y arrastrapiés.
La empresa de registrar esta magna tarea exige rigor, estudio, especialidad y matización, de modo que no se caiga en las meras erudiciones de archivo. Es lo que ha cumplido con soltura y brillo el Cuarteto Danubius. Su calidad tímbrica le permite alternar volúmenes desde el efecto sinfónico hasta el canto solistas donde alternan, de pronoto, un violín, la viola y, en especial, el violonchelo que es notoria querencia del compositor. Lo hace cantar a solas o producir efectos de grosor orquestal, apagar las luces y descender a las tinieblas de la explosión telúrica. Todo revela una lectura sesuda y minuciosa, una claridad ejemplar de planos y, sobre todo, un perfilado carácter de autor, es decir un minúsculo mundo donde fuentes diversas se completan en un generoso cauce.
Blas Matamoro