Inquietantes teatros vacíos
En la novela Vestiaire de l’enfance, Patrick Modiano nos habla entre otras cosas de un teatro en el que se hacía la comedia a sala vacía. Vacía, menos un espectador que a veces acudía, no siempre. Era él quien pagaba la compañía, la función, el teatro. Un enigma, una nostalgia, como siempre en Modiano. La nostalgia que se adivina crítica, siempre con un pellizco en el corazón (cómo traducir, si no, pincement au coeur). Teatros vacíos, teatros sin cómicos también. Porque no es lo mismo, aunque lo roce: no hay espectáculo, y en consecuencia no hay fenómeno teatral, artístico o no. Tuve la satisfacción de traducir esta novela de uno de mis escritores favoritos; fue para Alfaguara, con el título El rincón de los niños, en tiempos de Manolo Rodríguez Rivero y Luis Suñén. Cuando, mucho después, Modiano obtuvo el Premio Nobel, les faltó tiempo a los de otra casa para encargar a alguien una nueva versión, con otro título (para que no se notara, supongo). La miseria del mundo de la cultura española es así, y hay muchos más ejemplos. La humillación acaso involuntaria del ministro no ayuda mucho en otros sectores, como el de los teatros y salas de conciertos vacías. Su frase la puede decir cualquiera, menos un ministro, y menos uno de cultura. Cualquier cosa que diga un ministro se amplifica, y le cuesta la imagen. Raras veces la torpeza y el desprecio unidos dan rentas. Aquí, Aguirre fue una excepción, además de un ideal del yo para jóvenes intrusas en la política. Allá, el fake president es un paradigma. Ojo, gentes de la cultura, quién sabe si la tendencia no va por ahí. Lo que ahora nos trastorna será entonces tan habitual que ni siquiera estimulará críticas.
En la película The Honey Pot, de Mankiewicz (Mujeres en Venecia, 1967), un solo espectador contempla la función Volpone, de Ben Johnson. Es Cecil Fox, esto es, el zorro, Volpone: Rex Harrison, inmenso en su sentido de la comedia, ese arte tan difícil que parece tan sencillo. Tendrá como mano derecha a William McFly, esto es, Mosca, el criado del Volpone original: Cliff Cliftoferson. Pero esa función no solo es para un único espectador que contempla el desarrollo desde arriba, desde la delantera de entresuelo, por decirlo así. Es una preparación para la que se desarrollará entre Fox y las damas, con el apoyo de McFly. Y las damas están llenas de glamur y han dejado ha ce tiempo la infancia en el rincón de los niños: Susan Hayward, Capucine, Eddie Adams, y también Maggie Smith. La pieza de base es obra de Frederick Knott, uno de los elegantes autores de la comedia burguesa, la pièce bien faite. El Volpe de Johnson era la inspiración original. El teatro deja de estar vacío cuando Fox interrumpe la secuencia (se la conoce de memoria) y es él quien su propio teatro sin sala. En la vida de la comedia, que es una vida paralela y una vida de evasión. Tanta evasión que es… la muerte.
De mi vida administrativa en lo cultural recuerdo que, como forma ideal de superar cierto déficit acumulado, el gerente de una institución dedicada a conciertos y teatros tuvo, como tentación o inmediato ideal sin disimulo, nada menos que el paralís de todos los centros de lo que los franceses llaman spectacles vivants. Sí, se hubiera enjugado el déficit, no hay duda.
Quién no conoce una pieza sobre un teatro que va a demolerse o convertirse en, qué sé yo, un hotel o una hamburguesería. Los teatros vacíos o para demolición atormentan o inspiran a directores de escena de todas clases; no solo a los faltos de imaginación. Y a dramaturgos que insisten en escribir la misma pieza. No saben ustedes con cuántas funciones me he enfrentado en la que un grupo de cómicos se despiden de un teatro. A menudo, con resistencia. Hay excepciones: recuerdo un hermoso espectáculo de Mario Gas, que ya saludamos aquí hace años. Fue cuando este excelente director dejó la dirección del Teatro Español tras ocho años. Casi siempre, a teatro lleno. Incluso en las obras medianas que eligió como muestra de teatro contemporáneo español. Habiéndolas buenas, ¿por qué medianejas, o algo peor? Pregúntenselo a él. Pero de aquellos llenos vinieron luego los vacíos. Tiene razón Lluís Pasqual, no queremos a nuestros artistas. Por ejemplo, los directores de escena, en cuanto tienen el mínimo poder (no siempre público), consiguen por fin mostrar que no sienten amor alguno por sus contemporáneos.
Santiago Martín Bermúdez