Hymnen

Karl-Heinz Stockhausen compuso Hymnen, un collage electrónico en el que se hallan representados gran parte de los himnos del mundo, y requiere para su ejecución tres directores de orquesta. Su complejidad es aún mayor que la de la Cuarta sinfonía de Ives, que sólo precisa dos. Hace años se tocó en el Auditorio Nacional a las órdenes de Arturo Tamaño, José Luis Temes y Nacho de Paz.
Esa gran obra, no se asusten, es una excepción en el tema tratado esta noche; otras no tienen autores tan ilustres, o son mucho más sencillas. Haciendo un flash-back, saltamos hasta el Clasicismo de Franz-Joseph Haydn, que compuso un himno en honor del emperador Francisco. Fue primero el oficial del Imperio Austro-Húngaro y sería, en última instancia, el de Alemania. Su melodía es la del noble y solemne tiempo lento del Cuarteto para cuerda op. 76/3, conocido como Der Kaiser. Esta inclusión en el contexto de una obra maestra ha contribuido, con el tiempo, a su mayor popularidad frente a otras piezas hermanas del género.
También Verdi, el genial autor lírico, fue comisionado para escribir un himno, pero en vez de ser distintivo de un país, era un encargo supranacional. Daniel Auber, ente otros, colaboró como francés. El fragmento del Himno de las naciones que correspondía al pabellón italiano fue acogido con fervor durante su estreno, en 1862, en el Teatro Haymarket. Pese al triunfo, es una pieza algo convencional para un Verdi de madurez, con coros exultantes y en cualquier caso, concebida con maestría. Quien quiera evaluarla, puede acudir a la versión cantada por Luciano Pavarotti en 1995. Cualquier muestra de Pavarotti en vivo es de gran interés, pues hay sonidos que, de puro bellos, habría que enviar a un laboratorio para ser analizados.
Un himno un tanto vocinglero y machacón es el del Brasil, debido a la inventiva de Louis M. Gottschalk, el primer autor y pianista norteamericano importante, originario de Nueva Orleans. Musicalmente, queda algo por debajo de sus conocidas piezas breves, como Bamboula o L´Union. El tema principal es rítmico y filo-popular. Pero tiene una letra de lo más patriotera y tópica, con alusiones a “las márgenes plácidas de un pueblo heroico”, e invocaciones como “¡al impávido coloso!”. Siempre es igual: promesas optimistas que nunca se cumplirán, pero que apuntan a la emotividad. Giomar Novaës, la pianista más fina que ha dado el Brasil, lo grabó dos veces: en 1923 y, en disco eléctrico, en el 27. Al menos, quizá nadie le extrajera más jugo, ni siquiera la más potente Tagliaferro.
España también tiene sus propios autores de himnos, a los que ha acompañado la fortuna. Sin ir más lejos, el decimonónico Ramón Carnicer. Él firmó la Canción Nacional de Chile, con un fuerte latido rítmico, escanciado en periodos de sabor italianizante, y a decir verdad también algo militarote, aunque con gramos de calidad.
La guinda, de aire tan popular como pueda serlo la pieza de Gottshalk, la pone José Serrano, el zarzuelista que compuso el himno de la actual Comunidad Autónoma Valenciana. Café para todos. Y por supuesto, también para los brasileños.
Joaquín Martín de Sagarmínaga