HUELVA / Inés Ballesteros y Pablo Ruiz se divierten

Huelva. Centro Cultural Caja Rural del Sur. 28-IV-2022. Inés Ballesteros, soprano. Pablo Ruiz, barítono. Rubén Sánchez Vieco, piano. Obras de Mozart, Rossini, Bellini, Donizetti, Ortega, García, Saint-Saëns, Viardot, Sorozábal y Torroba.
La Asociación Musical Teatro Lírico de Huelva lucha desde hace años con denuedo e ilusión por mantener viva la llama de la lírica en la ciudad mediante la organización de recitales y de representaciones de zarzuela. Para esta ocasión ha “rescatado” a un talento onubense, Pablo Ruiz, un barítono especializado en los papeles de basso buffo que pasea su talento por toda Europa pero que (¡qué extraño!) apenas si es llamado por los teatros españoles, aquejados de esa ceguera irremediable hacia los valores nacionales en favor de los de fuera.
Y es una pena (para los teatros españoles, claro), porque Ruiz es posiblemente el mejor continuador de Carlos Chausson en esa tipología vocal y actoral, ya que combina la redondez, el color y la técnica vocal con una capacidad teatral sobresaliente. La voz es poderosa, contundente, de amplios medios, muy redondeada en toda la gama, con una proyección soberbia y una gran capacidad de modulación mediante el uso del color. En el ‘aria del catálogo’ de Don Giovanni hizo de los cambios de color un instrumento expresivo, pasando de la media voz de Ma in Spagna a la contundencia del Voi sapete quel che fa final. El fiato es amplio y sobrado para enlazar largas frases, como la de las repeticiones de La piccina, sostenidas sobre un solo aliento a la vez que reguladas con delicadeza y gusto. Sobresaliente fue también su versión del aria de Belcore en L’elisir d’amore, modelada nota a nota, acento a acento. Se le notó incómodo con la tesitura, que le caía permanentemente sobre la zona del paso de la voz, del Romance de la luna, luna de Miquel Ortega, donde salió a la luz la única pega técnica que se le puede poner a Pablo Ruiz, que es el adelgazamiento de la voz en esa zona comprometida. Porque más tarde, en Calor de nido, de Katiuska, sacó de nuevo a relucir la voz autoritaria y el color aterciopelado de su voz y de su emisión clara.
Por su parte, Inés Ballesteros es un caso muy especial dentro del panorama de las voces femeninas españolas. Su timbre de soprano ligera, rutilante y brillante como pocos, como un cascabel de plata, timbrado con el mejor metal, recuerda al de las clásicas sopranos coloraturas españolas que dominaron el mundo en las primeras décadas del siglo XX: las Barrientos, Capsir, Ottein, Hidalgo… La técnica es soberbia (responsabilidad de su maestro Luca D’Annunzzio, seguidor de la escuela clásica italiana), la voz está siempre fuera sostenida sobre una espléndida técnica respiratoria que le permite sostener largas frases como las de Eccomi in lieta vesta, enlazando en un solo fiato la línea de canto y los adornos con una elegancia maravillosa. La solidez de su apoyo le permitió abordar sin problema la peligrosa franja grave de ‘notturna face’ en Deh vieni, non tardar, un aria que fue abordada en su primera frase a media voz y a flor de labios de forma soberbia. En Fortunilla de Manuel García realizó unos bellos y precisos caracoleos boleros al final de las frases, mientras que en Madre de mis amores (Montecarmelo de Torroba) remató las largas frases perfectamente ligadas con gorjeos muy aquilatados, afinados y timbrados.
Brillantísimos los dúos, como ese bolero de Saint-Saëns en el que las voces se trenzaban de forma seductora. O los de Il turco in Italia o Don Pasquale, llenos de comicidad. Para rematar con la gracia y la chispa del dúo de los paraguas de El año pasado por agua dado como propina para regocijo del respetable.
A todo este resultado colaboró de manera necesaria Rubén Sánchez Vieco, un pianista que sabe lo que las voces necesitan en cada momento. Así, hay que alabar la sutilidad de su acompañamiento en el aria de Susanna, traduciendo al teclado el pizzicato de las cuerdas. O la forma de atenuar las partes en que el acompañamiento debe doblar las voces en los fragmentos de zarzuela para no tapar a los cantantes sin por ello renunciar a la intensidad del momento. Abordó en solitario, de forma brillante, la Sérénade de Pauline Viardot.
Andrés Moreno Mengíbar