Historicismo capilar
Sin duda uno de los fenómenos que más han atraído al público de la música clásica en los últimos años es el de los castrati. Y más concretamente, la figura de Farinelli, considerado por muchos no solo el más destacado de los capones de la historia, sino también el más brillante cantante de todos los tiempos. No es de extrañar, por tanto, que algunos contratenores (cuerda que de un tiempo a esta parte ha asumido los papeles originalmente escritos para los castrati) despierten hoy en día pasiones y tengan hasta clubes de fans (Phililppe Jaroussky, Franco Fagioli, Max Emanuel Cencic, Bejun Mehta o Jakub Jósef Orlinski, sin ir más lejos).
Pese esa irresistible atracción por todo lo que tiene que ver con los castrati, comprobamos que hay todavía una enorme ignorancia sobre cuestiones que tienen que ver con estos cantantes emasculados. No me refiero a las estrictamente musicales, sino más bien a las estéticas. En las últimas semanas se han producido dos hechos que así lo demuestran, y que paso a relatarles a continuación.
El primero se registra en la doble representación (San Lorenzo de El Escorial y Santander) que ha tenido lugar este verano de la obra Yo, Farinelli, el capón, basada en la novela homónima de Jesús Ruiz Mantilla. En ella, el contratenor Carlos Mena encarna —cantando— a Farinelli joven y el actor Miguel Rellán encarna —recitando— a Farinelli viejo. En las fotos que han publicado de estas dos representaciones, Rellán/Farinelli aparece completamente calvo. Ah…, ¿pero es que hubo algún castrato calvo? No, ninguno. Las crónicas de aquel periodo así lo atestiguan. Y la razón es bien sencilla: cuando alguien pierde sus atributos masculinos, su organismo deja de segregar testosterona. Estudios científicos han demostrado que los hombres que tienen los niveles más altos de testosterona son más potentes sexualmente, pero también que pierden antes el pelo de la cabeza que el promedio general. En 1960, James B. Hamilton, profesor de la Universidad de Yale, estudió el caso de veintiún hombres que habían sido castrados terapéuticamente de niños por habérseles diagnosticados problemas mentales o de conductas. Las conclusiones a las que llegó Hamilton es que en ninguno de estos veintiún casos se había desarrollado o se estaba desarrollando el patrón masculino de la calvicie. Sin embargo, otros hombres de su misma edad, que también se habían sometido voluntariamente a este estudio, ya mostraban considerables entradas en sus sienes.
El segundo caso tiene que ver con un disco que próximamente va a publicar el sello Decca con arias en su día cantadas por Farinelli e interpretado aquí por Cecilia Bartoli, a quien acompaña Il Giardino Armonico. Para dar mayor credibilidad a este papel, la mezzosoprano romana no ha tenido mejor ocurrencia que hacerse fotos (incluida la de la carátula del CD) con barba postiza, como queriendo decir “que quede claro que estoy haciendo de hombre”. Pero resulta que la testosterona es paradójicamente perversa, y lo que al hombre se lo quita de la cabeza, se lo da en la cara: esta hormona tiene un efecto directo sobre el crecimiento del vello facial, ya que es la encargada de generar los folículos capilares del rostro. Es decir, a niveles de testosterona más altos, mayores probabilidades hay de que la barba crezca mucho y de forma más cerrada. Por esa razón, todos los castrati eran lampiños. De la misma forma que no verán ustedes nunca un retrato de un capón calvo, tampoco verán el retrato de un capón barbado.
El historicismo musical ha avanzado mucho, pero en otras cuestiones (sobre todo, en lo que tiene que ver con la escenografía) sigue en pañales. Estos dos casos son un buen ejemplo.
Eduardo Torrico