HERNANI / Deslumbrante Shostakovich por el Cuarteto Gerhard
Hernani. Chillida Leku. 25 y 27-VIII-2023. Quincena Musical. Cuarteto Gerhard. Obras de D. Shostakovich.
En pocas obras musicales se reflejan las vivencias y la personalidad de su autor como en el monumental ciclo de cuartetos de Dmitri Shostakovich, 15 obras que jalonan buena parte de su trayectoria musical, de su vida y de la historia de la Unión Soviética. En ellos se muestran –de forma velada unas veces, descarnada otras– las inquietudes e intereses artísticos, contradicciones, preocupaciones, angustias y sinsabores de un compositor que encontró en este género un espacio de libertad en medio de un clima vital y artístico opresivo y un laboratorio donde experimentar sus mayores audacias formales. Aquí encontramos al mejor Shostakovich y, probablemente, al más sincero: música de una gran fuerza expresiva, vibrante, de una violencia extrema en algunos momentos, pero donde su autor también da rienda suelta a su mejor veta lírica. Sumergirse en ellos es una experiencia única tanto para el oyente como para los intérpretes, por eso suponemos que cuando el Cuarteto Gerhard recibió el encargo de la Quincena de interpretar la integral de estos cuartetos a lo largo de varias ediciones del festival no se lo pensó dos veces. El ciclo culminará el próximo año con la interpretación de los dos últimos cuartetos y, por lo visto este fin de semana, no podemos ocultar nuestra impaciencia por escucharlos y lamentarnos por no haber asistido a los anteriores.
En dos jornadas, los Gerhard han definido un arco que va del Cuarteto nº 4, compuesto a finales de los años cuarenta, en los durísimos años que siguieron a la II Guerra Mundial en una época en que Shostakovich sufrió una de las más duras campañas acusado –una vez más– de formalismo burgués, al nº 13, de 1970, en el que encontramos a un Shostakovich enfermo y desengañado. Desde un vigoroso compositor en pleno dominio de sus facultades físicas pero que vive con la amenazante sombra del gulag planeando en el horizonte hasta el maestro reconocido que ve la muerte cerca y se enfrenta a ella. En medio, cuatro cuartetos de la fecunda década de los 60, incluyendo dos joyas del ciclo, el Octavo y el Undécimo, acompañados del Décimo y Duodécimo.
La visión de los Gerhard parece alejada –nos atreveríamos a decir que afortunadamente– de las contingencias políticas que envolvieron la vida del autor, pero encontramos en sus interpretaciones la dimensión humana, existencial y, sobre todo, una gran preocupación por los aspectos puramente formales. Son lecturas de gran claridad, que ayudan a entender esta música. Se aprecia que los miembros del Gerhard han hecho un trabajo de inmersión en la música de Shostakovich, un esfuerzo por comprenderla y hacerla suya y ello se traduce en la claridad del discurso. Pocas veces he escuchado una interpretación tan diáfana del Cuarteto nº 11, que culmina en ese movimiento final en el que los temas que han ido apareciendo a lo largo de los seis anteriores se retoman entretejidos de forma alucinada, como en una pesadilla, especialmente el del scherzo, que reaparece insistentemente como una siniestra caja de música hasta apagarse, como la vida de Vasily Shirinsky, segundo violín del mítico Cuarteto Beethoven –formación que estrenó la mayor de las obras del género del camarada Shostakovich–, quien había fallecido recientemente y a cuya memoria está dedicado el cuarteto.
Otra de las virtudes del Cuarteto Gerhard es el dramatismo y la tensión que confieren a sus interpretaciones: en cuanto comienzan a tocar consiguen crear una atmósfera de expectación cuya mejor muestra fue el silencio sepulcral con que se vivieron ambos conciertos, sólo roto en el segundo de ellos por el sonido de la lluvia que se filtraba del exterior. Perfectamente recreados esos comienzos de muchos de los cuartetos de Shostakovich, que sitúan al oyente en la incertidumbre, en un tiempo suspendido en el que se intuye algo amenazante; puede ser la calma –en Shostakovich siempre tensa– que se puede romper de forma abrupta por un arrebato de furia –ejemplar ese Octavo cuarteto en que los Gerhard se lanzaron sobre el segundo movimiento como una jauría de perros hambrientos sobre su presa, ladrando, aullando y rugiendo– o simplemente la incomodidad que produce cierta indefinición tonal (Cuartetos nº 12 y 13) certeramente reflejada por los Gerhard en el duodécimo, en el que se rompe la quietud con la llegada del segundo tiempo pero sólo para perpetuar la sensación de precariedad. En estos dos cuartetos, Shostakovich coquetea con el dodecafonismo, aun dentro de la tonalidad, como esos pintores que, dentro de la figuración –piensen en Francis Bacon–, la retuercen, fuerzan y abstraen lo justo para situar al espectador en un terreno desde luego deslumbrante, pero también frágil e incómodo. Y qué decir de esos movimientos finales que, a su término, dejan al oyente como al borde de un abismo, especialmente el del nº 13, quizás el más nihilista de toda la obra del compositor de Leningrado, que fue consecuentemente respondido por el público con un silencio digno de la Novena de Mahler.
Todo se asienta en el Cuarteto Gerhard en la excelencia técnica, haciendo gala de una prodigiosa afinación y un cuidado extremo del sonido: poderoso, redondo, a cuya nobleza no renuncian sus miembros incluso en los momentos más exigentes. El Gerhard ya tiene un sonido con personalidad, de cuarteto importante. Precioso y bien empastado en los registros más graves que demandan las partituras de Shostakovich en los momentos más elegíacos, y brillante también en los momentos más incisivos, cuando los violines penetran como puñales, especialmente el de Lluis Castán, virtuoso primer atril del conjunto, cuya personalidad apasionada y un tanto vehemente y exaltada se tiene que contener para no romper el equilibrio. Estupendo Miquel Jordá, cuya viola inició en solitario el Cuarteto nº13, dedicado a Vadim Borissovsky, quien tocaba ese instrumento en el mencionado Cuarteto Beethoven, ya retirado y que murió poco después del estreno de esta obra. Precioso sonido el de Judit Bardolet, segundo violín que secundó con arrojo las acometidas de Castán, y de Jesús Miralles, sólido violonchelista que aporta un gran equilibrio al conjunto. Realmente admirable la hondura con la que tocaron todos ellos los pasajes más emocionantes, como el Adagio del Cuarteto nº 10, una elegíaca passacaglia que recuerda los mejores movimientos lentos de sus sinfonías. Notable el despliegue de dinámicas, aprovechando las condiciones acústicas del caserío Zabalaga de Chillida Leku, un espacio inmejorable para hacer música de cámara.
Perdonen este ejercicio de intrusismo lejos de las fronteras de la Música Antigua pero la ocasión lo requería. Por lo escuchado en estas dos jornadas nos encontramos ante un cuarteto de gran madurez, que se sitúa como una de las mejores formaciones nacionales, a la estela de los Cuartetos Casals o Quiroga. Si tienen la oportunidad de escucharles, no la dejen pasar.
Imanol Temprano Lecuona