BERLÍN / Gustavo Gimeno seduce en su debut al frente de la Filarmónica de Berlín

Berlín. Philharmonie. 7-X-2022. Augustin Hadelich, violín. Orquesta Filarmónica de Berlín. Director: Gustavo Gimeno. Obras de Ligeti, Prokofiev y Rimski-Korsakov.
Había expectación e incertidumbre el jueves en la temporada de la Filarmónica de Berlín ante el debut de Gustavo Gimeno (1976) en el que es uno de los podios más anhelados, comprometidos y temidos del sinfonismo internacional. El resultado no ha podido tener mejor desenlace. No ya por el éxito evidenciado por la afirmativa respuesta de un público —los abonados de la orquesta y de la propia Philharmonie berlinesa— acostumbrado a lo mejor, y que obligó al director valenciano a salir en reiteradas ocasiones a escena para responder a la unánime ovación, sino, sobre todo, por el nivel artístico de un programa sin concesiones en el que los filarmónicos berlineses dieron lo mejor de sí bajo el gobierno elegante, efectivo y cuajado del maestro español.
Ante un aforo ya sin restricciones, y con una Filarmónica de Berlín con sus atriles en plenitud, Gimeno abrió el programa con el ‘clásico” pero personalísimo Concierto rumano que escribe Ligeti en 1951 bajo la estela folclorista de Bartók y Kodaly. Nada delataba que era la primera vez que los berlineses abordaban este ya clásico del siglo XX. Tampoco que se trataba de la primera colaboración con el director español. Fue una versión de referencia, cargada de virtuosismo instrumental —excepcional el concertino estadounidense Noah Bendix-Balgley—, sabor popular y empaque sinfónico.
Fue el preludio de una noche surtida de gran música, que contó con el plus de otro debutante en la temporada berlinesa, el violinista Augustin Hadelich (1984), as del violín contemporáneo que, aliado con el acompañamiento cuidadoso, cómplice e implicado de la batuta, volcó sus muchos medios y sensibilidades al servicio de una lectura pletórica de registros, imaginación, sentido y carácter del Segundo concierto de Prokofiev. Difícil imaginar una interpretación más perfecta, honda y genuina.
Tras la pausa de los conciertos de siempre y un bis distraído por la insolencia de un inoportuno teléfono móvil —en todas partes cuecen habas—, llegó el gran poema sinfónico Sheherezade, obra maestra de Rimski-Korsakov cargada de colores, fantasía, insinuaciones e indisimulado descriptivismo. También de peligros estéticos —¡tan cerca la ramplonería!— y de todo tipo. Gustavo Gimeno se distanció de cualquier lugar común para plantear una visión calibrada en sus efusiones orientalizantes y suntuosidad sinfónica. Hubo fantasía, magia, lirismo y equilibrio narrativo.
Sabedor del engranado conjunto que tenía ante sí, el maestro español tuvo la lucidez de enfatizar, subrayar y dejar escuchar las muchas intervenciones solistas, que no son sino pinceladas maestras en el maravilloso tapiz sinfónico tejido por el genio orquestador de Rimski-Korsakov. Concertino (sensacional toda la noche Bendix-Balgley), fagot, clarinete, flauta, oboe, arpa y todos los demás solistas y secciones lucieron la incomparabilidad de una orquesta única. Tanto como el maestro y el solista de este concierto excepcional dentro de la excepcionalidad evidente que es cualquier actuación de la Filarmónica de Berlín. Aunque sea en su formidable sede y con los teléfonos móviles de cualquier lugar.
Justo Romero
(Foto: Stephan Rabold)
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