GRANGE FESTIVAL / Ópera en la Arcadia inglesa
Grange Park, Hampshire. 21.VI.2024. Giacomo Puccini: Tosca. Francesca Tiburzi. Andrés Presno. Andrew Manea. Dan D’Souza. Darren Jeffrey. Bournemoth Symphony Orchestra. Dirección musical: Francesco Cilluffo. Dirección escénica: Christopher Luscombe
Grange Park, Hampshire. 22.VI.2024. Claudio Monteverdi: L’incoronazione di Poppea. Kitty Whately, Sam Furness, Anna Bonitatibus, Christopher Lowrey, Vanessa Waldhart, Jonathan Lemalu. La Nuova Musica. Dirección musical: David Bates. Dirección escénica: Walter Sutcliffe
Grange Park, Hampshire. 23.VI.2024. Igor Stravinsky: The Rake’s Progress. Adam Temple-Smith, Alexandra Oomens, Michael Mofidian, Rosie Aldridge, Darren Jeffrey. Bournemoth Symphony Orchestra. Dirección musical: Tom Primrose. Dirección de escena: Antony McDonald
Situado en el corazón de Hampshire, a pocos kilómetros de Winchester y a unos cien de Londres, en un arcádico paisaje presidido por un imponente edificio neoclásico que alberga en su interior un pequeño pero muy bien equipado teatro, el Grange Festival, que este año celebra su séptima edición, se está consolidando como uno de los principales y más atractivos exponentes de ese tipo de festival rural veraniego tan típicamente británico, la Country-House Opera, cuyo prototipo más añejo y conocido sería, cómo no, Glyndebourne. Buena música en un entorno bucólico, en el cual la experiencia operística se combina con las cenas al aire libre en una atmósfera sofisticada y placentera. Se trata de un concepto tan inglés como el cambio de guardia o el autobús de dos pisos. Pero tremendamente disfrutable, créanme.
Dirigido desde su fundación en 2017 por el legendario contratenor inglés Michael Chance, quien en una entrevista mantenida con SCHERZO explica los pormenores y la evolución de este singular evento, la edición de este año, la más ambiciosa hasta la fecha, ha ofrecido nada menos que tres nuevas producciones de ópera, además de diversos espectáculos centrados en la danza y el jazz. Los títulos presentados este año constituyen en su conjunto una suerte historia de la ópera en miniatura: un título representativo de los comienzos del género (L’incoronazione di Poppea), una ópera de gran repertorio (Tosca) y una emblemática representante de la ópera del siglo XX (The Rake’s Progress). La calidad musical y teatral de las tres producciones, pese a los recursos relativamente modestos con los que cuenta el festival, es sorprendentemente alta. Si la trayectoria de Grange continúa por esta senda, en pocos años podremos estar hablando de uno de los eventos veraniegos más codiciados de Europa.
El montaje de Tosca firmado por Christopher Luscombe apuesta por el naturalismo visual, si bien traslada la acción a los tiempos modernos (Cavaradossi no muere fusilado, sino de un tiro en la cabeza, y no olvida su casco de motero al salir de la iglesia con Angelotti). En general los personajes parecen imaginados por un cineasta del estilo Sorrentino. Scarpia es un atildado sicario de algún ministro corrupto, mientras que sus esbirros parecen miembros de la Camorra. Los decorados de Simon Higlett reproducen con detalle los escenarios en los que se desarrolla la trama, que es narrada sin excesiva retórica ni simbologías innecesarias. La iglesia se describe con mimo y detalle (el teatro se impregna de incienso durante la escena del Te Deum) mientras que el despacho de Scarpia en el palacio Farnese reproduce fielmente el hábitat natural de un hipotético capo mafioso. Lástima que en el tercer acto el decorado -la mazmorra y el torreón de ejecución en el Castel Sant’Angelo- imponga un estilo cartón piedra que menoscaba la verosimilitud teatral del conjunto. El trepidante ritmo de la acción es mantenido con pulso a través de una dirección de actores concienzuda y en ciertos momentos cuasi cinematográfica, a la que no es ajeno el estupendo trabajo desde el foso de Francesco Cilluffo al frente de la Orquesta Sinfónica de Bournemouth, la orquesta ‘oficial’ del festival. Cilluffo, cuya carrera ha estado estrechamente vinculada desde sus inicios al Reino Unido, demostró conocer a fondo una partitura complicada como pocas, que exige encontrar un difícil equilibrio entre la brutalidad decibélica y el erótico lirismo. Del sólido reparto hay que destacar a la protagonista, Francesca Tiburzi, que compone un magnífico retrato dramático y vocal de la atribulada diva romana. Tiburzi es una experimentada cantante que ha encarnado el personaje en numerosas ocasiones, y se nota. De voz amplia, timbrada y bien proyectada (impactante en un espacio reducido, como el del auditorio de Grange) domina la escena de principio a fin con unas maneras muy creíbles de diva tan celosa y y voluble como trágica y corajuda. A su lado, el tenor uruguayo Andrés Presno dejó sensaciones encontradas en su composición del desdichado pintor Cavaradossi. Presno posee un poderoso instrumento, pero el timbre no es del todo grato y a veces el volumen es excesivo y se diría que descontrolado. Pero en sus momentos con Tosca supo transmitir el ardor y el patetismo que el personaje requiere, si bien su caracterización (melena hasta el tórax, barba de seis días y camiseta sudada) sustrajo de todo punto cualquier signo de glamour en el personaje.. Completando el terceto protagonista, el barítono rumano-norteamericano Andrew Manea fue un Scarpia más sinuoso que brutal, más cínico que sádico. Buen actor y poseedor de una voz un tanto escasa pero de grato timbre, completó un segundo acto (como suele ser habitual, el más lucido de la función) de altura. El resto del reparto, encabezado por el poderoso Sacristán de Darren Jeffrey y el competente Angelotti de Dan D’Souza, cumplió sobradamente con sus respectivos requisitos, así como el coro y el numeroso coro infantil.
Muy diferente resultó la producción de Walter Sutcliffe de L’incoronazione di Poppea, ópera que sigue presentándose como de autoría monteverdiana, pese a que Monteverdi, como es sabido, es autor tan solo de una parte de la misma. También en esta ocasión se traslada la acción al mundo moderno (Ottone viste un traje cruzado con corbata, y Nerone consume con fruición cocaína) pero en este caso la modernidad resulta mucho más abstracta, mientras que las referencias a la Roma clásica (referencias fundamentalmente arquitectónicas) están teñidas y recubiertas de neones, con una iluminación que podría remitir a una sala de fiestas de hace veinte o treinta años. Al comienzo, los sobretítulos aparecían como carteles luminosos móviles a lo largo del frontispicio del templo que sirve de fondo; por fortuna, la molestia que suponía leer unas frases en permanente desplazamiento (un mareo, francamente) duró apenas unos minutos. La funcional dirección permitió que fuera la música la que cobrara el auténtico protagonismo, lo que fue muy de agradecer, pues el nutrido y muy internacional elenco resultó tan homogéneo como competente, comenzando por la pareja formada por el tenor Sam Furness (Nerone) y la soprano Kitty Whately (Poppea). Puede resultar extraño la elección de un tenor para el papel de Nerone, que normalmente suelen cantar contratenores o mezzos (Chance explica en la entrevista los motivos) pero el cantante galés demostró conocimiento del repertorio y medios suficientes. Integrado principalmente por cantantes jóvenes, el reparto incluía a la consagrada mezzo Anna Bonitatibus, que brindó una espléndida Ottavia. Era de esperar que el contratenor americano Christopher Lowrey (cuya voz fue calificada de ‘cañón’ por nuestro añorado Eduardo Torrico) brillara en el extenuante papel de Ottone, y así lo hizo, muy bien complementado además por la fresca y sensual Drusilla de la joven soprano Vanessa Waldhart. Mención especial para el soberbio Seneca de Jonathan Lemalu, que llenó con su imponente voz grave el espacio del teatro de Grange. Con todo, la mayor y mejor sorpresa de la velada provino del foso. El conjunto historicista La Nuova Musica, dirigido desde el clave por el también cantante David Bates, se reveló idóneo para la música del primer barroco, que Bates parece conocer al dedillo. El sonido desde el foso llegó flexible, rico de texturas y manteniendo en todo momento el pulso de una partitura que, por su gran longitud, a muchos se les cae.
Dejamos para el final la que, para quien esto firma, fue la gran revelación de la presente edición del Grange Festival, un delicioso montaje de The Rake’s Progress que no desmerecería en ninguno de los grandes, opulentos y consolidados festivales veraniegos del continente. El montaje de Antony McDonald hace plena justicia al mecanismo de relojería que concibieron a mediados del siglo pasado Stravinsky y sus ilustres libretistas, W.H. Auden y Chester Kallman, en el cual los universos de Mozart y Hogarth aparecen reflejados en un espejo sutil y deformante. McDonald crea un espectáculo que en ciertos momentos remite al legendario montaje de David Hockney (papel pintado, bidimensionalidad, cartón piedra, perspectivas deformantes) pero que al mismo tiempo exhibe una frescura y originalidad propias. Los cambios de escena se suceden con agilidad, la dirección de actores resulta en todo momento brillante (a veces cercana al cartoonismo, como en la caracterización del malísimo Nick Shadow) y el espectáculo transcurre aureolado por la gracia del buen teatro. El elenco vocal resultó, por su parte, de todo punto admirable, comenzando por la estupenda pareja formada por Adam Temple-Smith (Tom Rakewell) y Alexandra Oomens (Anne Trulove), él de voz y aspecto frágil, al final casi enfermizo, lo que casa muy bien con la pendiente que describe el libertino en su carrera. Estupenda la creación del diablo Nick Shadow a cargo del barítono Michael Mofidian, de voz suntuosa y magníficas maneras de histrión. Aunque tal vez el punto más alto estuvo en la soberbia prestación de Rosie Aldridge como Baba the Turk, que se metió al auditoprio en el bolsillo en las dos escenas en las que interviene. Tanto Darren Jeffrey como Father Trulove (repitiendo tras su papel de Sacristán en Tosca) como Catherine Wyn-Rogers como Mother Goose convencieron plenamente en sus respectivos cometidos, y en general todo el reparto, así como el estupendo coro del Festival, demostraron que se pueden obtener grandes resultados con pocos medios si prima el talento, la energía y la convicción artística. En el foso, la Bournemoyth Symphony Orchestra estuvo dirigida por un joven pero experimentado Tom Primrose, que supo conferir a la endiablada y deliciosa partitura stravinskiana toda su sofisticada vitalidad neoclásica. Bravo.
Juan Lucas
(Fotos óperas: Craig Fuller)