Grandeza judía
Nuestro admirado colega Norman Lebrecht ha publicado un libro cuyo título ya lo dice todo: “Genio y ansiedad. Cómo los judíos cambiaron el mundo 1847-1947” (Alianza). Con una prosa excelente, repasa Lebrecht no menos de treinta retratos (y otros tantos esbozos en ágil acuarela) que dan una idea exacta de la aportación de los judíos a la historia del mundo en los últimos siglos. Es también un homenaje emocionante a unas gentes que han sufrido persecución como ninguna otra sociedad, raza, religión o etnia, y lo han pagado con inmensas aportaciones al bienestar de sus verdugos.
Sería deseable que este libro lo leyeran los antisemitas, sobre todo los de la izquierda reaccionaria. Pero, como no lo harán, es bueno decir que se trata de un estudio muy útil sobre los dos últimos siglos. Aquí aparecen los descubrimientos científicos esenciales (Einstein, por supuesto, pero también héroes de laboratorio casi desconocidos), artistas de todas las disciplinas (músicos, evidentemente, pero también pintores, arquitectos y escritores), políticos que cambiaron el mundo (de Marx a Herzl), filósofos singulares (como Wittgenstein y Rosenzweig), en fin, una galería de personajes que, en efecto, nos permiten entender de qué profunda manera los judíos han cambiado el mundo.
Muchas de estas historias son trágicas, pues todos sabemos la catástrofe y el infierno que hubieron de pasar a partir de la llegada de Hitler al poder (¡escalofriante capítulo sobre 1942!), pero otras son ejemplos de sacrificio moral, de grandeza de alma y corazón. Me ha fascinado, por ejemplo, la semblanza de Sarah Bernhardt, no sólo una actriz grandiosa, sino también una auténtica heroína con corazón de leona. O el desparpajo con el que Lebrecht despacha al mítico Karl Marx hasta derribarlo del pedestal. Aunque quizás la más imprevista sea la construcción de la primera bomba atómica gracias a otro judío asombroso, Leo Szillárd.
Con una prosa excelente, repasa Lebrecht no menos de treinta retratos
que dan una idea exacta de la aportación de los judíos a la historia del mundo en los últimos siglos
Como era de esperar, dedica hermosas páginas a los músicos, a Gershwin, artista modesto, humilde, tímido y adorable que aparece como el puente entre la tradición musical afroamericana y la influencia europea. Pero también el antisemita Wagner, tratado como se merece y en marcado contraste con Schoenberg, a quien dedica un capítulo espléndido. Pero hay mucha más música en este libro, Mahler (y señora), Bizet (¿era Carmen de origen judío?) y tantos otros a los que no sólo reparte laureles: es demoledor el retrato de Bernstein en sus últimos años.
Desde luego se transparenta su simpatía hacia algunos artistas excepcionales, como ese Kafka que sirve para introducirnos en el mucho menos conocido Max Brod, o un Modigliani desastroso que encoge el ánimo. Aunque quizás lo más sorprendente es lo que nos cuenta de Arthur Schnitzler, autor de notable interés, a veces eclipsado por Stefan Zweig, a quien también retrata con bravura. Estas páginas animan a releerlos con el punto de vista modificado.
Es muy difícil dar una mínima idea de un libro tan denso, extenso (más de quinientas páginas), intenso y emotivo. Bastará, quizás, decir, que se lee con el interés de una novela, no sólo por lo apasionante del asunto sino también por lo apasionado de la prosa de este escritor. El protagonista sólo aparece al final: el Estado de Israel. ¶
Félix de Azúa