GRANADA / Vísperas monteverdianas con sabor profano

Granada. Palacio de Carlos V. Monteverdi, Vespro della Beata Vergine. The Sixteen. Director: Harry Christophers.
Otra de las jornadas estelares de la presente edición del Festival Internacional de Granada ha sido la protagonizada por The Sixteen, uno de los referentes y más admirados coros británicos especializados en música del Renacimiento y del Barroco desde que su fundador y actual director, Harry Christophers, lo creara en 1977. Se ha presentado con su orquesta para interpretar una de las obras sacras más singulares del siglo XVII, como son estas vísperas con las que Claudio Monteverdi sitúa este estilo en igualdad de importancia que su música profana, donde se encuentra el germen del género lírico-dramático que habría de venir después de este compositor.
Es precisamente tal carácter el que ha querido imprimir Christophers a la dirección de esta obra aproximándose más a la forma madrigalesca que al sentido litúrgico de mayor pureza, a lo que contribuía de manera plástica el escenario palaciego carolino. Ya se notó en el número introductorio con gran protagonismo de la orquesta, siendo sólo apuntado en el segundo, Salmo 109, Dixit Dominus que el director trató con la sensitiva rítmica del motete y la expresividad del canto llano. El discurso se tornó tenso con el stile concitado que demanda el tercer episodio, Nigra sum, con el que Monteverdi requiere un evidente uso del recitativo ornamentado. El tiorba David Kelly acompañó al cantante con un sentido ritardante, situados ambos entre el público. Después del colorismo alcanzado en el Salmo 112, Laudate pueri con sorprendentes intervenciones corales, destacó su concertante amén antes del siguiente pasaje, Pulchra est, interpretado por las dos sopranos acompañadas por la tiorba y el arpa apuntando un primigenio estilo arioso muy adornado en la voz de ambas cantantes. El basso ostinato fue el elemento sustancial de la composición salmódica que ocupa el sexto número, Laetatus sum, en la progresiva intervención de uno, dos y hasta tres cantantes llegando a apuntar una carácter interactivo concertante a sus intervenciones.
El Duo Seraphim, uno de los momentos más relevantes de estas vísperas marianas, fue bien defendido por los tres cantantes que intervinieron llegando a constituir en punto de equilibrio en su persistente discurso donde se tensionaban la rapidez que pide la coloratura con la lentitud que desprendía el acompañamiento, simultáneos ritmos que forzaban a los cantantes a poner en práctica y a prueba su mejor técnica respiratoria. Los coros brillaron en el Salmo 126, Nisi Dominus, especialmente en su Gloria conclusivo con diez voces en acción, generando un muy estructurado a la vez que transparente tejido polifónico, que recordaba la pasada época dorada de este grupo británico. Después del gusto expresado en la plegaria Benedicta es, Virgo Maria que cierra el número noveno, se alcanzó otro momento brillante en el último salmo, Lauda Jerusalem, de manera significativa en su Gloria conclusivo en el que se pudo apreciar la combinación de dos voces en discantus que junto al bajo se alternaban en el mantenimiento de la idea temática aparecida en su cantus firmus. La interpretación fue creciendo en expresividad conforme se acercaba el final antes del Magnificat. Así, en la sonata instrumental, salvo algunos desajustes iniciales entre cornettos y sacabuches, se apreció una alternancia rítmica en cada una de las diferentes exposiciones de la letanía Sancta Maria ora pro nobis, dejando una sensación de ágil cuerpo orquestal, siempre aglutinado al órgano positivo y a los demás instrumentos pertenecientes al bajo continuo. Otro tanto ocurrió en el himno Ave maris stella, pudiéndose apreciar cómo Monteverdi no desconecta de su conocida melodía medieval de la que proviene.
Harry Christophers, acorde con las exigencias que propone el compositor, enfatizó la expresividad del coro y la orquesta en el admirable Magnificat final, que sigue las pautas del famoso cántico eclesiástico del mismo título. De sus doce subdivisiones destacó la quinta, Et misericordia, donde hubo un singular diálogo entre los registros agudos y graves del coro, así como también sus dos últimos números, Gloria y Sicut erat con un esplendoroso coro a siete voces y una rica ejecución instrumental de toda la orquesta, con especial lucimiento de los vientos. Estos favorecieron que se percibiera el aire profano dado a la interpretación de esta paradigmática obra del primer barroco, muy diferente de la magistral versión, más encajada en parámetros estilísticos y en calidad musical, que ofrecieron la orquesta del Bach Collegium Stuttgart y el coro Gaechinger Kantorei de Stuttgart en el concierto inaugural de la trigésimo octava edición del Festival del año 1989 bajo la dirección de su fundador Helmut Rilling, referencial auctoritas en la música antigua, parangonable a mitos del prestigio de los ya desaparecidos Nikolaus Harnoncourt, Gustav Leonhardt, Frans Brüggen y David Munrow o los todavía felizmente entre nosotros como nuestro Jordi Savall o el belga Philippe Herreweghe.
(Foto: Fermín Rodríguez – Festival de Granada)
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