GRANADA / Virtuosismo barroco de Nikolic con la OCG
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 13-IX-2024. Peter Biely, violín. Orquesta Ciudad de Granada. Violín y director: Gordan Nikolic. Obras de Vivaldi, Bach y Haendel.
Primer concierto de la temporada 2024-2025 de la OCG, dentro del tradicional mini ciclo de apertura otoñal dedicado al barroco. En este caso, bajo la dirección de Gordan Nikolic, antiguo y feliz conocido de la orquesta, que además ejerció como violín solista, la orquesta interpretó la Sinfonía en si menor RV 169 «Al santo sepolcro» y el Concierto para violín en Re mayor RV 208 «Grosso Mogul» de Vivaldi; el Concierto para dos violines en Re menor BWV 1043 y el Concierto para violín nº 2 en mi mayor BWV 1042 de Bach; y, por último, el Concerto grosso nº 12 op. 6 de Haendel.
En líneas generales, fue un concierto sobresaliente, un genuino recital que confirma a la OCG temporada a temporada como una orquesta eminentemente versátil, capaz de abarcar desde sus recursos propios un amplísimo repertorio, y de hacer una música barroca que, sin emplear instrumentos originales ni resultar exactamente de época —lo que quiera que sea que signifique esto—, resulta airosa, emotiva, vinculada por un lado a la manera de interpretarse que la musicología nos ha enseñado —danzable, contrastada— y a la que ya nos hemos acostumbrado, pero que, por otro, es a la vez viva y actual. El concierto también dio idea del nivel excepcional de su cuerda.
Así, la Sinfonía de Vivaldi comenzó con un pianissimo deliberado, solemne, sobrecogedor (que sin embargo, a pesar de su indiscutible autoridad, no supo acallar del todo a la parte habitualmente distraída del público), y desde ahí, desplegó el discurso eminentemente espiritual de la obra, con los continuos juegos de dolientes disonancias, siempre con la tensión un punto al límite. Destacó —como en realidad en todo el concierto— el rigor y la autoridad de Darío Moreno al clave. Fue como una suerte de preludio.
A partir de aquí, la orquesta, sonando igual de bien, pareció adquirir además mayor aplomo en la viveza del Concierto para dos violines de Bach. Primera exhibición de virtuosismo de Nikolic, que no necesita subrayar con su gestualidad, eminentemente vertical y estatuaria, y siempre con un semblante de seguridad. Estuvo secundado de forma no menos brillante por Peter Biely, quien le hizo de contraste con sus propios gestos, mucho más sentidos, con aire un poco como de anfitrión preocupado de que todo vaya bien; conformaban un dúo curioso, que desmiente la idea de que sea necesaria una coreografía acorde para obtener una buena química musical (solo en el tercer movimiento se acercaron y subrayaron con elocuencia y sonrisa su estar tocando juntos). Pero el resultado, como digo, fue maravilloso, con un segundo movimiento del que consiguieron extraer toda la emoción de su sereno lirismo.
En el Grosso Mogul de Vivaldi quizá se alcanzó el clímax de virtuosismo de todo el recital, tanto de la orquesta como de Nikolic y, siendo una obra menos profunda que las de Bach, quizá estuvo aún —subrayo el aún— mejor interpretada, con un comienzo luminoso y alado en ese perseguirse las cuerdas con el tema principal. Nikolic comandaba violín en mano y sumado a los tutti con cierto aire marcial: dirigir con los pies, como hizo él, con algún rotundo y silente taconazo, en este caso es todo un elogio. Como solista, en las brillantísimas cadencias vivaldianas casi interminables a partir de una nota repetida, plenas de dobles y triples cuerdas, arpegios y progresiones, estuvo verdaderamente asombroso y provocó con razón el entusiasmo del público.
El resto del concierto discurrió por los mismos derroteros virtuosos. El Segundo concierto de Bach, también ligero y alado y no menos virtuoso, pero de otra forma, quizá más elevada, y un Haendel con una interpretación más subrayadamente dramática y extremada que el resto de las obras, concluyeron un primer concierto que es un buen augurio para una temporada venturosa.
José Manuel Ruiz Martínez