GRANADA / Ton Koopman y la metamorfosis barroca de la OCG y su coro
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 15-IX-2023. María J. Pacheco, soprano. Carmen Callejas, soprano. Juan M. Morales, contratenor. Francisco Díaz-Carrillo, tenor. Luis Ortega, bajo. Rodrigo Navarro, bajo. Coro de la OCG (Héctor E. Márquez, director). Orquesta Ciudad de Granada. Director: Ton Koopman. Obras de Bach.
Vuelve Ton Koopman a Granada poco más de un mes después de haber hecho dos conciertos memorables en el Festival. Lo hace sin sus agrupaciones titulares, para dirigir a la Orquesta Ciudad de Granada y a su coro pero, eso sí, con el mismo espíritu, e incluso título, de sus dos conciertos precedentes: solo Bach. Y así, en el concierto se interpretaron la Suite n.º 4 en re mayor, BWV 1069, la sinfonía de la Cantata BWV 42, y las cantatas n.º 140, Wachet auf, uns die Stimme («Despertad, la voz nos llama»), y n.º 110, Unser Mund sei voll Lachens («Que nuestra boca se llene de risas»), en un programa pensado para destacar relaciones paródicas y de reutilización de materiales, y también temáticas, en este caso, con dos cantatas de un marcado tono jovial y de esperanza.
Es asombrosa la energía y la vitalidad que despliega Koopman a sus 79 años. Dirigió desde el órgano positivo, que tocó durante las cantatas, frente a la orquesta (y, por cierto, también frente a la solista de clave, Tini Mathot, su mujer), siempre de pie cuando no tocaba, desplazándose incansable por su espacio y acercándose a las distintas familias, con movimientos amplios de las manos y mirada expresiva, a la búsqueda del matiz y la precisión. El resultado asombroso fue la conversión temporal de la OCG —reducida su plantilla para el concierto— en una orquesta de espíritu y sonoridad barrocas, a la manera de algunas formaciones pioneras del nuevo paradigma de las interpretaciones de época que, aun con instrumentos contemporáneos, comenzaron a superar la uniformidad sonora de la orquesta sinfónica tradicional en este tipo de repertorio. En general, pero sobre todo en las partes puramente orquestales, la OCG desplegó una elegancia, delicadeza y jovialidad, un aire general de danza, magníficos y siempre matizados (por ejemplo, en la Bourrée de la Suite, la figura ternaria sutilmente subrayada por las violas, o el continuo diálogo entre cuerdas y maderas, entre otros muchos mínimos detalles que festonearon el conjunto). También destacaron especialmente las intervenciones solistas durante las arias y los dúos de las cantatas: preciosa la intervención del concertino con el violín piccolo, pero también las del oboe —inconmensurable Eduardo Martínez en sus dos momentos—, flautas, fagot, violoncelo y trompeta piccolo.
Utilizar para las partes solistas a cantantes del coro de la OCG, una formación que, aunque pueda parangonarse por calidad y experiencia a un coro profesional, no lo es de facto y no está sometida por tanto, llegado el caso, a su régimen de ensayos, ni dispone de las condiciones ni exigencias específicas de una temporada estable, y cuyos miembros actúan, literalmente, por amor al arte, es una decisión problemática. El resultado fueron intervenciones apreciables en su conjunto pero discretas en el resultado, que en muchas ocasiones desembocaron en una falta de aplomo y proyección, con muy poca química en los dúos (mejor la breve intervención en trío que punteaba el coro inicial de la cantata 110). Sí es de justicia destacar a la soprano Carmen Callejas —precioso timbre— y al contratenor Juan M. Morales, ambos muy musicales y convincentes en sus respectivas intervenciones.
Por suerte, los solistas no dejaban de formar parte de un todo, el propio coro de la OCG, que, al igual que la orquesta, respondió a las demandas de Koopman y ofreció una interpretación espléndida, poderosa en la solemnidad y matizada en sus contrastes dinámicos (magníficas las agilidades que remedan risas del primer coro de la cantata 110, que le da título).
En definitiva, un Bach honrado profundo y de un espíritu y pureza genuinos, al que no fue ajeno el magisterio y la experiencia de un director en el que, como pocos, resulta convincente el tópico de un perpetuo espíritu joven que no parece corresponderse con su verdadera edad, y un prometedor comienzo de temporada.
José Manuel Ruiz Martínez