GRANADA / Ton Koopman: una ‘Pasión’ accidentada, una generosa ‘Ofrenda’ y la vis cómica de un padre

Granada. Colegio Mayor Santa Cruz La Real. 28-VI-2023. Tilman Lichdi, Hana Blažíková, Maarten Engeltjes, Klaus Mertens. Amsterdam Baroque Orchestra and Choir. Director: Ton Koopman. Bach: Pasión según San Juan. Hospital Real. 29-VI-2023. Amsterdam Baroque Orchestra. Director: Ton Koopman. Bach: Ofrenda musical BWV 1079. Teatro Alhambra. 30-VI-2023. Ton Koopman, órgano. Marieke Koopman, Carlo Camagni, actores. Cecilia.
Continúa en el Festival de Granada el ciclo de concierto Solo Bach, y no puede decirse que ande este carente de ambición o distraído en los márgenes, ni por obras ni por intérpretes: tras las Variaciones Goldberg interpretadas por Benjamin Alard, hemos podido escuchar al coro y la Orquesta Barroca de Ámsterdam interpretar, primero, la Pasión según San Juan, y, un día después, la Ofrenda musical. Palabras mayores.
Para valorar la interpretación de La Pasión según San Juan, esta vez es pertinente dar cuenta de algunas circunstancias externas —cuánta intrahistoria privada no explicaría lo inesperado de tantas interpretaciones—. Resultó un concierto verdaderamente accidentado. El avión de los músicos sufrió una avería; deberían haber estado en Granada sobre las 13 h: aterrizaron a las 20; el comienzo del concierto estaba previsto para las 22 h; se retrasó media hora; al final, comenzó a las 22:45 —los músicos llegaron al lugar en torno a las diez y veinte, entraron con el público, directamente desde el vuelo—. Ni siquiera pudieron realizar prueba de sonido en un escenario al aire libre (el claustro, de notables dimensiones, de un histórico colegio mayor).
Con semejante antecedente, no es de extrañar que el coro inicial sonara dubitativo, con los coristas tentándose musicalmente la ropa, con entradas medrosas y poco volumen en general. La acústica del patio tampoco ayudaba mucho. Cuando llegó el turno de la primera aria, la del contratenor, mientras este alcanzaba el centro del escenario desde su asiento, Koopman trató de ajustar la altura del suyo (dirigía desde el positivo): no conseguía hacer girar los pomos. Lo tuvo que ayudar el contratenor. Una interrupción considerable. En un movimiento brusco, el banco dio con el mástil del micrófono, que se desplazó y osciló peligrosamente… El contratenor cantó luego, lógicamente, un punto descentrado.
La obra transcurría algo desangelada, pero profesional, y con el público de parte de los intérpretes; los corales eran remansos de belleza. El gran puntal desde el principio fue el tenor, Tilman Lichdi, como Evangelista, con un precioso timbre, una dicción impecable y un gran sentido teatral en el declamado de los recitativos: él articuló toda la pasión y la dotó de su sentido dramático profundo, ora incidiendo vocalmente en la tristeza de la traición petrina —en cuyo colofón cantó bellísimamente el aria—, ora, más adelante, subrayando imponente los adornos que describen el rasgado de la cortina del templo.
La breve parada técnica entre ambas partes para afinar (no hubo pausa propiamente dicha para no alargar más el concierto) pareció obrar un cambio. Sin duda los intérpretes ya habían ido a más, pero, a partir de ese momento, algo pareció variar. El coral inicial fue de una dulzura imponente y, a partir de ahí, los coros más exigentes, los que remedan al pueblo o los soldados, sonaron precisos en sus agilidades, dramáticos, contrastados, con la orquesta a pleno rendimiento y los distintos solistas obligados de las arias plenos ya de inspiración. Uno de los momentos culminantes de la interpretación (que a esas alturas había hecho ya olvidar cualquier anécdota), fue el aria de contralto Es is vollbracht! (Todo está consumado), en la que el contratenor Maarten Engeltjes se reivindicó: su voz en la noche fue un momento de belleza y recogimiento absolutos, acompañada de forma magistral por el solista de viola de gamba. El bajo en el papel de Jesús, Klaus Mertens, suplió con un grandísimo sentido de la musicalidad y la belleza de su canto algunas limitaciones propias de la edad, sobre todo en las agilidades, y, por ejemplo, brindó otro de los momentos sublimes de la noche: el aria Eilt, ihr angefochtnen Seelen (apresuraos, almas afligidas), en la que el coro realizó —apenas un dulce susurro— con un precioso y sutil pianissimo las preguntas, a las que el bajo respondía implacable: Nach Golgatha! (¡Al Gólgota!). La soprano Hana Blažíková, muy bien, especialmente (como todo) en la segunda parte, en su segunda aria, Zerfließe, mein Herze (Fluye, corazón mío).
Durante el coro final, una señora del público se levantó con rapidez y se dirigió a una galería lateral para desmayarse discretamente. Murmullos, asistentes para ayudarla, llamadas de socorro. Nueva perturbación para los intérpretes, que mantuvieron el tipo, concluyeron el coro, cantaron el último coral y se llevaron una entusiasta ovación tras una interpretación heroica.
Al día siguiente, el contexto fue distinto: un patio más recogido y de mejor acústica, solo siete músicos (Koopman situado al clave, detrás del semicírculo de intérpretes, como cediendo el protagonismo a los demás). El comienzo, con la primera Ricercar al clave solo, interpretada por Koopman, resultó en frío quizá algo atropellada y menos clara de lo que cabría esperar. Pero, a partir de ahí, la música fluyó con una combinación asombrosa de belleza y precisión. Una genuina lección magistral para el público, la interpretación supuso un ejercicio de clarificación de una música tan compleja que, a la vez, no renunciaba a ser hermosa en su sombrío cromatismo, incluso lírica en su serenidad. La Sonata marcó un magnífico contraste: apasionada, viva incluso en sus tiempos lentos, con ataques en el clave por parte de Koopman casi fieros. Por último, la Ricercar a 6 constituyó uno de esos milagros de suspensión del tiempo que solo rara vez pueden presenciarse en vivo. Al final del concierto, se le hizo entrega de la medalla de honor del Festival a un Koopman siempre sonriente y agradecido.
Todavía al día siguiente participó Koopman tocando el órgano en un espectáculo insólito. Una obrita de teatro para todos los públicos en el contexto de Fex, la extensión del Festival, titulada Cecilia, protagonizada por su hija y de la que, por respeto al maestro, no daremos excesiva cuenta. Porque el problema no es hacer una obra para niños: el problema es pensar que los niños van a conformarse con cualquier cosa —la obra no tenía mal punto de partida, pero le faltaba darle un par de vueltas, o tres, a todo: al desarrollo de la idea, la puesta en escena y, sobre todo, la ejecución—. De hecho, lo mejor de la obra fueron las vivaces y brillantes interpretaciones de Koopman al órgano de toda una serie de fugas, cánones y otras piezas breves, como en un cameo de lujo. Realizó además unas intervenciones —a manera de un sabio despistado— plenas de un entrañable humor involuntario. Su mirada, cuando no tocaba, paciente y amorosa, levemente irónica, siguiendo a su hija por el escenario era, para el espectador adulto, un subtexto más interesante que la obra misma. Cómo no querer a Koopman.
José Manuel Ruiz Martínez
(fotos: Fermín Rodríguez)