GRANADA / ‘Requiem’ de Brahms: cuando morir quizá no es tan amargo

Granada. Palacio del Emperador Carlos V. 7-VII-2022. 71º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Brahms: Requiem alemán op. 45. Orquesta y Coro Nacionales de España. Katharina Konradi, soprano. Peter Mattei, barítono. Director: David Afkham. Director del coro: Miguel Ángel García Cañamero.
Para la segunda etapa brahmsiana del festival granadino, repetían los conjuntos nacionales la obra con la que cerraban, apenas una semana atrás, la temporada madrileña: el Requiem alemán de Brahms, obra de sereno recogimiento y esperanza sobre la que ya comenté con suficiente extensión en la reseña de dicho concierto.
La repetición granadina, que si no me equivoco supone el cierre de la temporada de la Nacional a falta de un último concierto en Pollensa a finales de agosto, con obras de Mendelssohn y el estreno absoluto de la obertura Pollença de Alberto Parera, mantuvo en su mayor parte los parámetros de lo escuchado en Madrid. Extraordinarios los dos solistas. Mattei lució su imponente y exquisitamente matizada voz, con decididos y segurísimos agudos, pero con devota grandeza en el hermoso tercer número de la obra, y con impresionante intensidad en el penúltimo. El sueco impresionó en Madrid y volvió a hacerlo anoche. Sobresaliente también Katharina Konradi, en una cuidada y matizadísima lectura de su emocionante quinto número. Una hermosa voz, manejada con delicada expresividad, para esa inmejorable representación musical de la mayor ternura y reconfortante consuelo.
El coro mostró lo mejor, como en Madrid, en la zona media del registro y el matiz más piano, como en el íntimo comienzo (que fue, como en la capital, uno de los momentos más afortunados), y se mostró bien cuadrado en los complicados fugados (especialmente el más que comprometido del último número), aunque evidenció de nuevo tiranteces y apuros de sopranos (y también ocasionalmente de tenores) en la zona más aguda de la tesitura. Labor, en todo caso, notable y, como en Madrid, aplaudidísima.
La orquesta, en fin, demostró de nuevo encontrarse a un grandísimo nivel. La comparación con lo escuchado hace un par de días a la Filarmónica de Montecarlo es inevitable, y sin chauvinismo alguno, la Nacional está, en todas sus secciones, considerablemente por encima de la orquesta francesa, empezando por una cuerda de mucha mayor presencia, sonoridad y empaste. No insistiré lo suficiente en lo que los primeros atriles (el concertino Miguel Colom, y Alejandra Navarro, Silvina Álvarez, Angel Luis Quintana y Antonio García, solistas respectivamente de violines segundos, violas, violonchelos y contrabajos) ayudan en el encaje cuando la dirección, como por otra parte es hasta lógico en esta partitura, se focaliza mucho más en el coro. Pero, además de la cuerda, brillaron madera, metales y timbales, en una prestación de magnífico nivel.
La interpretación de Afkham, en fin, evidenció, como en Madrid, un planteamiento sólido y bien armado, de irreprochable corrección, que ha de evolucionar, y a buen seguro lo hará, a niveles más hondos de esa singular emoción, palpable pero contenida, que destila esta música tan hermosa pero tan difícil de desentrañar. Porque dibujar con equilibrio esa mezcla de dolor, paz, resignación y esperanza no es nada sencillo. La sensación de ese complejo equilibrio trajo a mi mente una frase que, curiosamente, se recoge en la duodécima canción del ciclo de Die schöne Magelone escuchado el día anterior a André Schuen: “Morir no es tan amargo”.
En la traducción de esa peculiar emoción puede con facilidad caerse en el exceso de severa austeridad, casi distanciada o, por el contrario, en un exagerado y no pretendido sentimentalismo. Afkham está en muchos momentos (el inicio, buena parte del quinto número y también del sexto) muy acertado en ese equilibrio, aunque en otros (segundo, último) puede aún ahondar con más intensidad. Labor que hay que considerar en todo caso excelente, culminación de una temporada brillante.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Fermín Rodriguez – Festival de Granada)
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