GRANADA / Mística fisicidad
Granada. Teatro del Generalife. 22-VI-2019. Martha Graham Dance Company. Directora artística: Janet Eilbert. Coreografías de Martha Graham, Virginie Mécène, Bulareyaung Pagarlava, Nicolas Paul y Larry Keigwin.
Con esa dicotomía con la que se plantearon las dos pioneras de un nuevo ballet en Estados Unidos, Martha Graham y su colega y rival artística Doris Humphrey, durante la tercera década del pasado siglo, al partir la primera de la emoción para lograr la forma, a diferencia de la segunda que estaba convencida de que “desde la forma surge la emoción”, la danza adquirió una nueva dimensión fenomenológica entendida como elemento de expresión artística. Bajo esta premisa había que entender cómo quedó prevalente para la historia la coreógrafa pensilvana de la que su compañía, la más antigua de Norte América, se presentaba por segunda vez en el Festival de Granada, después de treinta y tres años. Lo hacía con tres coreografías de la legendaria bailarina, y una tercera de tres destacados autores sobre uno de los trabajos míticos de Graham, su solo Lamentation que, inspirado por una escultura del expresionista alemán Ernst Barlach, le sirvió para explorar temáticas recurrentes con un motivo femenino durante toda su carrera.
El espectáculo se presentaba con la reposición de Diversion of Angels con la música de la Serenata para orquesta que el compositor norteamericano Norman Dello Joio escribió expresamente para este ballet en 1948, año de su estreno. Las tres parejas que daban vida al amor en sus distintas etapas de adolescencia, juventud y madurez sirvieron para poner al público en situación sobre los parámetros en los que está basado el baile culto que ideó Graham, provocando la imaginación del espectador que ha de escudriñar en su propia experiencia vital para apreciar las tendencias universales que se pueden encontrar en esta danza que sigue siendo tan vanguardista como el día de su prèmiere. Destacable fue la intervención de Laurel Dalley Smith, reflejando en su cuerpo esa impronta de pubescencia que Graham reinventa imprimiendo una agilidad estética al movimiento del cuerpo femenino realmente admirable, en la que la emoción se transformaba en forma.
La danza se tornó magia con Ekstasis con la bailarina Natasha M. Diamond-Walker, nacida en la Granada californiana, en verdadero estado de gracia en la captación y reproducción del espíritu Graham reinterpretado por Virginie Mécène, actual directora de la Escuela de Danza Martha Graham. La aportación de ambas ha resultado de una belleza realmente digna de emoción, teniendo que valorar muy positivamente la aportación que para tal resultado significó en su estreno el año 1933 la meditativa música original que el compositor multidisciplinar Lehman Engel hizo para esta singular coreografía y la nueva aportación del español Ramón Humet, Interludi meditatiu VII, que enfatiza esa relación que quiso encontrar Martha Graham entre hombro y cadera a partir de entender la pelvis como centro del cuerpo, consiguiéndose en este nuevo concepto generar sensaciones de misterio, sacralidad e intriga en el espectador que se siente constantemente sorprendido por cada movimiento.
La primera parte del espectáculo terminó con unas variaciones sobre el famoso solo Lamentation antes apuntado que ha inspirado a tres coreógrafos que, desde sus distintas sensibilidades, han mostrado una fidelidad al espíritu creativo de Graham, enriqueciendo expresión y plasticidad. El taiwanés Pagarlava saca partido oriental a la música de Mahler, el lied Die zwei blauen Augen von meinem Schatz, alcanzando esa estructura descriptiva sólida, clara y compleja desde la aparente sencillez formal de los planteamientos de la coreógrafa norteamericana. El bailarín Nicolás Paul, sobre un pasaje musical de Lachriamae Antiquae del músico británico isabelino John Dowland, se ha aproximado a ese deseo hacer de la mujer el centro de atención del mensaje danzístico en la segunda variación, para apreciarse un cierto desenfado formal en la coreografía Keigwin Variation ideada por el neoyorkino Larry Keigwin que, desde un nocturno de Chopin, dulcifica la agresividad pop tan orgánica de su arte coreográfico. Este número final significó todo un sereno anticipo de la segunda parte de esta velada de danza, al intervenir toda la compañía con asombrosa coordinación de movimiento.
La gran expectación se producía con el anuncio de La Consagración de la Primavera, obra referencial de la danza y la música sinfónica del siglo XX. Sin entrar en detalle, hecho que llevaría alargar en demasía este comentario, es necesario atender a los parámetros que llevaron a Marta Graham a plantearse en 1984 un nuevo concepto coreográfico de este ballet, y que pudieron apreciarse en este montaje presentado en el Generalife. Los cuerpos de sus bailarines parecían como si tuvieran codificadas cada evolución particular así como su engranado encaje en el conjunto con tan exacta automatización que, sin tener los referente formales de la danza clásica, se manifestaba de manera análoga de exigencia con diferentes efectos plásticos, llegando a un punto de justificación estética que llevaba a pensar al espectador cómo los conceptos de esta leyenda de la danza cambió la orientación de toda la danza culta que se produjo después de ella. Stravinsky hizo el resto. La perenne vanguardia de su música se manifestó incluso a través de la grabación en megafonía trastornando gozosamente a las mentes dentro y fuera del escenario creando esa atmósfera inexplicable pero que todo el mundo entiende de un rito ancestral de los habitantes de la taiga siberiana que se ha convertido en un patrimonio cultural inmaterial de la humanidad con el que Martha Graham llegó a cotas inalcanzables de mística fisicidad.
(Foto: Fermín Rodríguez – Festival de Granada)