GRANADA / Magdalena Kožená y Andrea Marcon: la belleza y los afectos desatados
Granada. 16-VII-2023. Palacio de Carlos V. Magdalena Kožená, mezzosoprano. La Cetra Basel. Clave y dirección: Andrea Marcon. Obras de Haendel, Corelli/Gemianini, Marcello y Veracini.
Se va cerrando el ciclo Universo vocal del Festival de Granada. Y lo hace con la mezzosoprano Magdalena Kožená acompañada por el conjunto de música antigua La Cetra de Basilea dirigido por Andrea Marcon —que regresa a Granada tras haber sido director artístico de la OCG—. Con el título de Alcina: amor embrujado-amor encantado, el programa se centraba, en lo vocal, en esta ópera de Haendel —de la que también se escuchó la obertura tripartita—: así, Kožená interpretó todas las arias de la protagonista homónima de la obra, un total de siete. El concierto se completó con otras piezas barrocas: el Concerto grosso en re menor “La Follia”, op. 5 nº 12 de Geminiani a partir de las variaciones para violín de Corelli; el Andante larghetto del Concerto grosso nº 3 en si menor “La Cetra”, en una suerte de guiño al propio nombre del conjunto; y la Obertura VI en sol menor de Veracini.
“Yo no comparto la opinión de que debemos estar exentos de pasiones; basta con mantenerlas sujetas a la razón. Y cuando se las ha domesticado de este modo son a veces tanto más útiles cuanto más se inclinen hacia el exceso”. Esto le escribe Descartes a Isabel de Bohemia; me parece un buen resumen de la interpretación exquisita, bellísima, que llevó a cabo Kožená de las arias de Alcina: una exhibición de las pasiones del alma, domesticadas en efecto por la estilización y la medida de la música y la propia interpretación, pero no por ello menos extremadas —y por tanto útiles para la catarsis y la fruición de los espectadores—. Las principales de entre las que definió Descartes salieron a escena: desesperación, celos, indignación, añoranza, alegría, tristeza y, sobrevolando por encima de todas, el amor y el deseo, conformando una suerte de ópera mínima, resumida, con interludios orquestales. Pocas veces en efecto, se ha podido ver mejor ejemplificada la teoría de los afectos que transpira la música escénica de Haendel que en este concierto, y mejor servida por una intérprete que, aparte lo vocal, incluso físicamente, se movía al dictado de la música y de sus emociones.
Desde el punto de vista musical, Magdalena Kožená exhibió su timbre bellísimo de mezzosoprano, plena de armónicos, con unos agudos segurísimo y un registro bajo sobrecogedor; unos pianissimi delicadísimos y unos forti que acreditaban una potencia vocal impresionante; y siempre un sentido musical y de dicción al que no pudo ponérsele ningún pero. Cada aria resultaba un ejercicio de interpretación bellísimo y absorbente que se llevaba prendida la atención.
Por su parte, el conjunto La Cetra estuvo igualmente expresivo e impecable en un concierto redondo: quizá en la obertura, con la sonoridad rápida y agresiva a que nos han acostumbrado las interpretaciones de época, todavía se estaban buscando desde el punto de vista sonoro en un espacio (el Palacio de Carlos V) que no debe de ser fácil para un conjunto tan pequeño. Pero desde la primera aria demostraron una afinación, empaste y extraordinaria capacidad de matiz en su diálogo con las arias, con mucha complicidad entre ellos, miradas, gestos que mostraban su fruición en la ejecución de las obras. Muy bien también en las partes orquestales: impresionante en su virtuosismo el concertino, Germán Echeverri en las variaciones sobre la Follia, y también las dos oboístas, Prisca Complioi y Bettina Simon en la obertura de Veracini (a modo de ejemplos de todo un conjunto virtuoso).
Como propina, Kožená cantó un aria casi previsible, no por celebérrima y escuchada menos hermosa: el Lascia ch’io pianga de Rinaldo. La interpretación fue sobrecogedora en su lenta dignidad, el epítome de la teoría de los afectos; de auténtica referencia. El concierto concluyó, más ligero y danzabile, con otro regalo: Solo quella guancia bella de La veritá in cimento de Vivaldi. Uno de los conciertos más bonitos y redondos que se recuerden en el Festival.
José Manuel Ruiz Martínez
(foto: Fermín Rodríguez)