GRANADA / Lamento lírico sobre Juana ‘La Loca’

Granada. Auditorio Manuel de Falla. 15-XI-2109. García Demestres, Juana sin cielo. Coro y Joven Coro de la Orquesta Ciudad de Granada. Maria Katzarava, soprano. Directores musicales: Héctor Eliel Márquez y Pablo Guerrero. Director de escena: Rafa Simón. Director musical: Alberto García Demestres.
La controvertida y vilipendiada reina Juana I de Castilla, más conocida como “Juana la Loca”, ha sido el objeto de atención de dos creadores: el poeta Antonio Carvajal (Premio Nacional de Poesía 2012) y el compositor Alberto García Demestres, que han aunado voluntades para la invención de una ópera que lleva por título Juana sin Cielo. Encargo del Ayuntamiento de Granada y de la Orquesta Ciudad de Granada, su estreno había generado gran expectación por la singularidad de este personaje, el único que interviene en la obra, que fue la tercera en descendencia viva de los Reyes Católicos y que reinó con título propio en Castilla y Aragón.
Conocido es el delirio que le causó la muerte de su esposo Felipe I “el Hermoso” y la denostación sufrida a lo largo de su vida por su padre, Fernando II de Aragón, “El Católico” de sobrenombre, y por su hijo, el emperador Carlos I, causa de su prolongado cautiverio. Esta temática ha sido el contenido argumental de esta ópera, que llamaba la atención por su marcado y extenso formato de cantata para voz solista, coros y orquesta. A lo largo de unos cien minutos, expone un añorante, desesperado y emocionante monólogo de Juana, personificado en la soprano al representar a la reina que se duele de su fatal existencia, desarrollando una prolongada acción de canto mínimamente interrumpida entre las once partes en las que está dividido el texto, que contiene interesantes alusiones aforística latinas bien contextualizadas entre los versos en castellano.
Con una evidente prevalencia del libreto -dedicado a la compositora sevillana Noelia Lobato Montoya- sobre la partitura, no era lo suficientemente percibido por el espectador ante la prolongada tensión vocal a la que se veía sometida la cantante mejicana María Katzarava en su constante grito de lamentación. Esto fue muestra de la sustancial intención literaria de esta obra, que ha tenido relativa correspondencia musical ante el peso de esta idea poetizada de superior carga emocional.
Maria Katzarava lució su registro de soprano lírico-dramática con seguras aproximaciones al de mezzo, no pudiendo ofrecer su capacidad de ornamentación dada la linealidad de la música que contiene esta partitura. Esta obra predispone al desgarro vocal más que a la demostración de mínimas agilidades, que seguramente desarrolla con sobrados medios como los que requiere la cantante protagonista de la ópera Norma de Vincenzo Bellini, cuya sombra se hizo evidente en un remedo imitativo de uno de los números finales de Juana sin Cielo. Una dinámica canora llevada casi siempre al límite fue un hándicap para apreciar su capacidad de dicción, lo que es muy importante en este tipo de formato operístico en el que, como ocurre en el referencial monólogo La Voix humaine del compositor francés Francis Poulenc, la palabra bien pronunciada tiene un peso específico más que sustancial para dar sentido a la acción lirico-dramática. Esta intención en Juana sin Cielo puede llegar a justificarse con enmascarada intención ante la intervención del coro, del que aquella prescinde.
Este, bien preparado por el siempre reflexivo y a la vez intuitivo Héctor Eliel Márquez, se manifestó certero en su función de crear un fondo escénico polifónico que acogía tanta desesperación de la protagonista, sirviendo de interesante contrapunto a la orquesta en su misión de acompañar. Ésta desarrolló una continua y sinuosa armonización envolvente entre sesgos monódicos y estructuras diatónicas, fruto más del oficio biensonante del compositor que de una inspiración con original entidad. El acudir a los esquemas contenidos en los sones renacentistas o a los siempre atractivos formalismos belcantistas, que eran perfectamente identificables en alguno de los números finales de esta obra, no justifican todo lo que hubiera sido deseable en una composición dedicada a tan egregia figura de nuestra historia. Tuvo que conllevar el señorío regio, quizás el desencadenante de su “oficial” locura, con el entrañable instinto de conservación femenino que, desde el principio de los tiempos, es imprescindible para entender completamente la natural condición ambivalente del ser humano.
La orquesta se manifestó con la seriedad y profesionalidad que la caracterizan, sin poder ir más allá ante una dirección plana e indiferenciada del autor, quedando en evidencia que no es la función más representativa del ser musical que Alberto García Demestres encierra.
Sería interesante un replanteamiento de esta ópera ya que al personaje de Doña Juana cabe sacársele más partido en lo musical con este libreto que, desde una valoración literaria, es tan potente como definitorio en su contenido emocional y carácter elegíaco.