GRANADA / Klaus Mäkelä era una fiesta
Granada. Palacio de Carlos V. 11/VII/2021. Daniel Lozakovich, violín. Orchestre de Paris. Director: Klaus Mäkelä. Obras de Ravel, Bruch & Dvořák.
Cada nueva orquesta que dirige Klaus Mäkelä (Helsinki, 25 años) termina en flechazo. Durante la presente edición del Festival de Granada, en que el finlandés ha sido director musical residente, sus debuts al frente de la Mahler Chamber Orchestra y la Orquesta Ciudad de Granada se han saldado con sonoros éxitos que pudimos escuchar a través de Radio Clásica. Pero Mäkelä ha decidido restringir la próxima temporada sus actuaciones como invitado para volcarse en sus dos orquestas: la Filarmónica de Oslo, cuya titularidad asumió el pasado verano, y la Orquesta de París, de la que ostenta el cargo de asesor artístico y se convertirá, la temporada 2022-23, en su nuevo titular.
El propio director me explicó esta decisión durante la entrevista que mantuvimos, en junio pasado, para el diario El País: “Por supuesto que puedes adquirir fantásticos resultados en una semana de trabajo con un buen ambiente, un programa interesante y gente abierta. Pero, si quieres conseguir algo especial, tienes que trabajar siempre con los mismos músicos. Y eso es lo que quiero hacer al centrarme en Oslo y París . Cuando trabajamos juntos con intensidad aprendo algo de ellos y espero que ellos también aprendan algo de mí. Es un proceso que lleva tiempo, aunque es increíblemente satisfactorio”. Una opinión poco común en un director de orquesta que está todavía lejos de la treintena. Pero Mäkelä es un director con muchos más años de madurez que de edad.
La tercera y última actuación como residente de este director finlandés, anoche en el Palacio de Carlos V, tenía el atractivo adicional de escucharle al frente de una de sus dos orquestas. Está claro que su relación con la Orquesta de París se encuentra en sus inicios. Y también que la formación francesa no está al mismo nivel de la Gürzenich-Orchester Köln, que escuchamos en el mismo escenario hace tan sólo dos días. Pero Mäkelä ahonda en la tradición netamente francesa del conjunto parisino hasta encontrar la forma más efectiva y natural de comunicación. El resultado implica una gestualidad sobre el podio unas veces mínima y otras eléctrica, aunque siempre refinada y construida sin un gramo de efectismo.
Quedó claro en la composición que abrió el programa, la calurosa noche de ayer en Granada. Mäkelä no encontró la respuesta de conjunto más refinada por parte de los músicos de la Orquesta de París, en el arranque del preludio de Le tombeau de Couperin, de Ravel, mucho más preocupados por asegurar sus intervenciones individuales, y especialmente en la sección de viento madera. Pero el director finlandés impuso una mayor atención a los detalles, en la forlana, donde la elegancia nunca estuvo reñida con la melancolía. Y fue en el neoclásico minueto donde todo empezó a cambiar, con una sección de viento madera mucho mejor conjuntada, a la que se sumó una cuerda idealmente espectral en la musette. No obstante, el verdadero premio llegó en el rigodón final. Aquí escuchamos esa mezcla de alegría y extroversión que evoca Ravel al recordar a sus queridos gemelos Pierre y Pascal Gaudin, ambos fallecidos durante la Primera Guerra Mundial, junto a otros amigos homenajeados en esta partitura original para piano y orquestada en 1919.
Siguió el Concierto para violín nº 1, de Max Bruch, donde el joven sueco Daniel Lozakovich (Estocolmo, 20 años) sustituyó in extremis a su colega Janine Jansen que canceló por motivos de salud. Lozakovich se convirtió, en 2016, en el miembro más joven de la familia de artistas exclusivos de Deutsche Grammophon, que subrayó que no había fichado a otro virtuoso, sino también a un músico bendecido por una asombrosa gama expresiva. Es indudable que estamos ante un violinista de gran talento y musicalidad, pero también ante un músico que toca demasiado ensimismado en su bello sonido. Se notó en el primer movimiento donde apenas tuvo interacción con la orquesta y exhibió notas aplastadas y un exceso de vibrato. Mäkelä le brindó, no obstante, un acompañamiento ideal y gestionó admirablemente el climático tutti central.
Todo mejoró en el Adagio, que es donde reside el alma de la obra. Lozakovich optó por apoyarse en el exquisito colchón sonoro que le brindaban Mäkelä y los parisinos para ahondar en el lirismo y frescura de esta música. Fue un momento especial, pues coincidió con unos minutos en los que sopló una brisa que todos agradecimos. El Finale sonó crepitante y mostró a un Lozakovich mucho más cómodo. Pero el violinista sueco optó, a pesar del calor, por coronar su actuación con una propina. Dudó mucho antes de empezar. Y, tras unos segundos, atacó el Adagio inicial de la Sonata para violín solo nº 1, de Bach. Una versión nuevamente ensimismada y donde la urdimbre polifónica de la obra caminó sin rumbo.
Tras un descanso, que ayer fue más necesario que nunca, la Orquesta de París y Mäkelä volvieron al escenario para abordar la Sinfonía nº 9, “Del nuevo mundo”, de Dvořák. Escuchamos una versión exquisitamente atmosférica, intensa y narrativa, y donde el director finlandés encontró buenos aliados entre los músicos de la Orquesta de París. Lo comprobamos, desde el principio, con ese tono evocador al inicio de la introducción. El subsiguiente Allegro molto sonó poderosamente heroico, con ese famoso tema que expone la trompa, y en donde algunos especialistas han visto una transcripción rítmica del nombre de Hiawatha.
De hecho, en los dos movimientos centrales, Dvořák se inspiró en La canción de Hiawatha, de Longfellow, según confesó antes del estreno. Y en el famoso Largo, la cuerda tejió un tapiz sonoro ideal para que Gildas Prado tocase su bello y nostálgico solo para corno inglés. La evocación del cortejo nupcial de Hiawatha con Minnehaha sonó con todas sus alegrías y penas venideras, pero también con esos sonidos de pájaros que tanto subrayó Mäkelä. Su manejo del frenesí danzable y de los contrastes, en el Scherzo, fueron admirables, al igual que los sonidos de la naturaleza. Y ese vigor y preciosismo sonoros no decayeron un ápice en el Allegro con fuoco final, en donde Mäkelä supo engarzar esa síntesis de elementos temáticos con la Orquesta de París en su versión más festiva y esplendorosa. Pero la fiesta era aquí el director.
Pablo L. Rodríguez
(Fotos: Fermín Rodríguez)