GRANADA / Joseph Swensen y la OCG: una antología de Elgar
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 27-X-2023. Anna Bonitatibus, mezzosoprano. Kolja Blacher, violín. Joven Coro de la orquesta Ciudad de Granada (Héctor E. Márquez, director). Orquesta Ciudad de Granada. Director: Joseph Swensen. Obras de Elgar.
El tercer concierto de abono de la Orquesta Ciudad de Granada estuvo dedicado íntegramente a un compositor poco programado en España, y además no con sus obras más interpretadas, Edward Elgar. Así, pudimos escuchar la Spanish Serenade op. 23, para coro y orquesta; las Sea Pictures op. 37; y el Concierto para violín y orquesta en si menor, op. 61. Esto confirma la acertada línea de programación de la OCG, que no se resigna a lo obvio sin tampoco eludirlo necesariamente.
La primera obra, de un orientalismo, no por delicado, menos evidente, con la presencia inevitable de la pandereta (demos gracias a que, además, no hubiera castañuelas), por cierto tañida con gracia y delicadeza por la percusionista, Noelia Arco, dio en su cualidad de miniatura la ocasión al Joven Coro de la Orquesta ciudad de Granada, digamos filial y cantera del coro senior, de salir a escena y e ir adquiriendo experiencia y tablas.
Velada de intervenciones solistas. Las cinco Sea Pictures, que en traducción quizá libre pero precisa cabría denominar marinas, estuvieron a cargo de la mezzosoprano Anna Bonitatibus. A pesar de su indudable musicalidad y dicción impecable, Bonitatibus adoleció de falta de volumen y proyección, como si se estuviera reservando o tuviera algún problema sobrevenido. La orquesta, por contraste, estuvo maravillosa: delicada en la plasmación de todos los detalles de color orquestal con que Elgar evoca el mar (pienso en la primera, Sea Slumber Song, y sus sugerencias de oleaje y espuma, o los ritmos punteados, delicados y amables de In Haven y Where Corals Lie, o el oscuro y tormentoso inicio de Sabbath Morning at Sea); también muy sutil en las dinámicas al acompañar, además, a una voz tan frágil como la de Bonitatibus. No es ajeno por supuesto a esta belleza y precisión Swensen, director que conoce muy bien a la orquesta, y que destacó, como siempre, en todo el concierto, por su dirección ultramatizada resuelta en una gestualidad sentida, desaforada, exageradísima (si bien ya familiar para quienes lo han visto dirigir y marca de la casa), que incluye bailes, contoneos y todo tipo de muecas que bordearían lo cómico si no fuera porque asistimos al mismo tiempo al extraordinario resultado.
La orquesta continuó en esta dinámica virtuosa y brillante con el concierto, de una orquestación más densa y sobria, menos acuarelista, que resolvió con una excelente nivel de empaste, y a la que se sumó el nuevo solista de la noche, el violinista Kolja Blacher. Su ejecución fue una combinación exacta de precisión, virtuosismo y sentimiento, en una partitura prolija, difícil, de una belleza y brillantez sutiles y elusivas, sin efectismos fáciles ni melodías memorables. En ese sentido, la interpretación de Blacher resultó muy coherente en su sobriedad, muy de agradecer; el solista apenas si se movió del sitio y evitó (en un claro contraste con Swensen, lo que casi parecía premeditado) cualquier tipo de gesto o aspaviento con los que, aunque sea de forma involuntaria, los intérpretes de violín no pocas veces subrayan lo sentido de un pasaje y parecen querer dirigir la emoción del público. Aquí solo había seguridad y cierto aplomo que casaba muy bien con la emoción contenida de la obra. Blacher realizó unos contrastes dinámicos sorprendentes en la naturalidad de sus transiciones, y demostró su virtuosismo, por ejemplo, tanto de los agudos en cuerda grave como de los súbitos agudos en pianissimo, para lucirse finalmente tanto en la coda del primer movimiento como en la cadencia implícita del tercero, lo que le valió los aplausos prolongados y entusiastas de un público que supo apreciar lo inteligente y profundo de su propuesta.
José Manuel Ruiz Martínez