GRANADA / JONDE-Inbal: reconfortante encuentro de veteranía y juventud
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 72 Festival de Granada. 24-VI-2023. Joven Orquesta Nacional de España. Director: Eliahu Inbal. Obras de Wagner y Bruckner.
Uno no puede evitar cierta punzada de emoción, algún que otro ramalazo de nostalgia y también unas gotas de preocupación cuando asiste a veladas como la vivida anoche en el Auditorio Manuel de Falla. Me explicaré. Emoción, porque hemos normalizado mucho de lo que ahora vivimos en lo que a música se refiere, hasta el punto de olvidar que, hace algo más de cuarenta años, el panorama orquestal de nuestro país, con poquísimas excepciones, era yermo. Ni que decir tiene que ni se soñaba no ya con que hubiera la cantidad de orquestas autonómicas y provinciales que hay ahora, sino, mucho menos aún, que los jóvenes graduados tuvieran ocasión de entrenarse en orquestas juveniles de cierta entidad, como la que escuchamos ayer. De hecho, uno recuerda estar presentándose a exámenes libres de piano y asistir a la suspensión de exámenes de viola porque… nadie se presentaba (de ahí, también, la beneficiosa influencia que en su momento tuvo la importación de instrumentistas de cuerda foráneos, pero ese es otro asunto).
Nostalgia, porque presenciar ayer a la JONDE, creada en 1983, dirigida por un gran y venerable maestro, Eliahu Inbal (Jerusalén, 1936), nos devolvía a tiempos que tenían, para quienes vivimos estos menesteres, mucho de aventura, incluso a veces temeraria, pero a la vez fascinante. Inbal, justamente en los ochenta, dejaba para el recuerdo fantásticos registros integrales de las sinfonías de Bruckner (Teldec) y Mahler (Denon), al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt que, con toda razón, acabaría nombrándole su director honorario. Por aquellos años, también, dirigió Inbal una memorable versión de la Novena de Mahler a la Sinfónica de RTVE, que tantos años después, permanece en el recuerdo de muchos de los que la presenciamos, incluyendo quien esto firma.
Y preocupación, en fin, porque el florido panorama orquestal que se vive hoy en España, y que sin duda admite mejora (y mucha), podría estar en peligro si despreciamos algunos nubarrones que se ciernen (les remito a mi reciente entrevista con Paavo Järvi) sobre las artes en general, y la música en particular, en forma de líderes con tan poca cultura e interés como alegría para la tijera, porque lo primero que se corta en caso de necesidad (y vivimos tiempos de necesidad económica) es aquello que no interesa. Y si a quien ha de manejar la tijera no le interesa la corchea… mal asunto. Si uno se acuerda de Santa Bárbara solo cuando truena, puede encontrar fácilmente el rayo que le parta.
Es por tanto un placer ver a una orquesta de jóvenes entusiastas, viviendo su experiencia con alegría e intensidad, y más que visiblemente encantados con un maestro como Inbal. El israelí tiene 87 años y está sencillamente pletórico. Enérgico, lúcido, vital, dirigió el concierto entero, sin pausa, en pie, y sin ahorrar un gramo de energía. No puedo evitar expresar un deseo: servidor quiere llegar a esa edad en ese espléndido estado de forma. Su discurso es siempre intenso, sentido, decidido, sin cautelas, pero también sabio, musical, de sólido criterio. Su gesto es claro, expresivo, como su mirada, de diáfana intención. Un acierto que, con el núcleo del programa centrado en la Séptima de Bruckner, cuyo Adagio es un sentido homenaje al Wagner cuyo final sintió cercano el compositor de Ansfelden cuando componía esa obra, el concierto se abriera justamente con una partitura de Wagner, y aún más que esa fuera nada menos que el Preludio y Muerte de Tristán e Isolda.
Ambas obras, aunque de diferente dimensión, son verdaderos miuras en cuanto al contenido. Piden orquestas no sólo con sobresaliente capacidad ejecutora, sino con amplia experiencia interpretativa, porque así lo demandan la complejidad del entramado instrumental y de la arquitectura, la anchura y exigencia de sutileza dinámica y hasta la implicación, la vivencia emocional de una música que contiene todo un mundo de sensaciones. Como bien señala Pablo L. Rodríguez en sus excelentes notas, el Preludio y Muerte de Tristán nos lleva en apenas quince minutos a vivir lo que en la ópera completa transcurre en más de cuatro horas. La Séptima de Bruckner es un edificio de colosal dimensión en el que el dramático Adagio es un paréntesis emocionalmente demoledor, sobre todo porque es difícil, como Inbal lo hizo ayer, pasar de la brillante coda final del primer tiempo a la desolación del segundo sin pausa (el maestro ayer ni siquiera bajó sus brazos tras el final del primer movimiento, inició el segundo en lo que fue prácticamente un attacca).
Inbal era, sin duda, consciente de que a la JONDE puede pedírsele lo que dio: excelente solvencia en la ejecución instrumental y entrega y entusiasmo absolutos. Sería excesivo y hasta no apropiado esperar de una formación de su ámbito la sutileza en los matices extremos de la gama piano que demandan ciertos momentos del Preludio wagneriano (la cuerda poco antes del inicio de la muerte de Isolda, por ejemplo, o el mismo acorde final) o muchos en la sinfonía de Bruckner, como también la largueza de arco necesaria para sostener tempi más calmados (aunque tampoco es Inbal maestro de esa tendencia), o la densidad y corpulencia sonora para afrontar el torrente que llega en muchos momentos desde los nutridos metales.
El Preludio y Muerte de Isolda estuvo, como luego ocurriría con el resto del programa, muy bien armado por Inbal, sabio generador de tensiones, con una ejemplar construcción del crescendo que conduce al clímax del Preludio, y aún más en el de la Muerte, alcanzado con un anhelo emocionante, de gran intensidad. La tuvo también el primer tiempo de la sinfonía bruckneriana, admirablemente armado y con una magnífica coda, aunque la cuerda, especialmente la aguda, se las viera y deseara, pese a su evidente entrega, para no quedar tapada por el poderío de los metales. Sin respiro, llegó un Adagio dramático y desgarrado más que contemplativo, con un clímax nuevamente edificado con gran impacto. Animado el Scherzo y vivo, brillante el tiempo final, de atmósfera decididamente triunfal antes que solemne.
La prestación de la JONDE, como antes se apuntó, fue excelente en todas las familias, con apenas algún momento del Adagio en que la entonación de las tubas wagnerianas pudo haber sido más precisa. Dentro de un más que notable nivel general quizá merezca especial mención la sección de maderas y la la cuerda grave. El éxito, en todo caso, fue grandísimo y bien merecido, y la juvenil orquesta, entusiasmada, no disimuló su alegría de haber sido dirigida por un venerable maestro como Inbal. La recompensa llegó en una fulgurante, pero muy bien dibujada, obertura de La Forza del Destino de Verdi, en la que la cuerda de la orquesta salvó con nota el comprometido trance de la exigente escritura. Un concierto reconfortante en lo que se refiere a este encuentro de veteranía y juventud, y que debiera hacernos recordar y reflexionar: aprendamos de quien tiene mucho que enseñar y aseguremos el futuro, por favor. Como dicen en la misa, es justo y necesario.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Fermín Rodríguez)