GRANADA / Homenaje a Berlioz

GRANADA.- Palacio de Carlos V. LXVIII Festival Internacional de Música y Danza de Granada. ORQUESTA DE PARÍS. Solista. Thomas Hampson (barítono). Director: Pablo Heras-Casado. Obras de Berlioz, Mahler y Stravinski.
El Festival ha tenido como uno de sus objetivos ineludibles de la presente edición hacer un homenaje a la figura del Héctor Berlioz, de quien se ha cumplido el pasado marzo el 150 aniversario de su fallecimiento. Figura destacada del primer romanticismo francés, se erigió desde el punto de vista técnico en uno de los grandes conocedores de la instrumentación orquestal expandiendo esta faceta de la creación musical a niveles tan importantes como los conseguidos posteriormente por Wagner, Liszt, R. Strauss, Debussy, Ravel, Rimski-Kórsakov, Stravinski o los compatriotas de este último, Prokofiev y Shostakovich. La mejor muestra de esta capacidad la dejó determinada en su más amplia dimensión en la famosa Sinfonía Fantástica, H.48, todo un ejemplo de música descriptiva en la que sus pentagramas se ven invadidos por la delirante imaginación literaria del compositor, que quiso expresar en ella todos los sentimientos que comportan un estado de enamoramiento insatisfecho, situación emocional por la que pasaba el músico a su veintiséis años, la edad que tenía cuando se estrenó por la Orquesta de la Sociedad de Conciertos del Conservatorio de París en diciembre de 1830.
Pablo Heras-Casado se ha encontrado con la formación heredera directa de aquella mítica orquesta parisina, posiblemente la que guardaba mejor los secretos de los avatares creativos por los que hubo de pasar esta obra hasta su definitiva publicación en 1845. Tal asunción de fuentes se notó desde el sonido empastado del melancólico Largo con el que se inicia su primer movimiento. Parecía como si sus efectos expresivos sugieran del cuerpo orquestal de una manera natural. Los distintos aires temáticos que se suceden fueron contrastados con diferente sentido, destacando el Allegro agitato central antes de la reexposición final expresada con sensitivo apaciguamiento. Las arpas acapararon la atención en El baile, que fue leído desde una actitud de elegancia por parte del director, movimiento que le llevó a dulcificar su cinética. La orquesta manifestó sus excelencias en el pastoril tercer tiempo, mostrando su versatilidad de colores y capacidad dinámica, especialmente en el pasaje de la tormenta, con la que la percusión anticipó el protagonismo que iba a tener en la Marcha al suplicio, tensionado cuarto movimiento con el que Berlioz se acerca musicalmente a la alucinación. Heras-Casado siguió la partitura con esa necesaria primera atención previa a la interiorización de su contenido, sin llegar a traspasar su trascendencia pese a sus ilimitados gestos, corriendo el riesgo de convertirla en un elemento de estorbo expresivo más que coadyuvante del proceso discursivo. Lo más esperado del último tiempo, el amenazante Dies irae, quedó en manos de la tensión creada por la percusión con unos metales adelgadazos en su expresión lo que disminuyó su desencadenante pathos sabático tan esencial para dejar esa experiencia imaginariamente fabulosa que deseaba el compositor en este fascinante final.
El concierto se inició con una extraordinaria travesura de Igor Stravinsky; su Scherzo fantástico, Op. 3, con el que en 1907 este singular músico hacia una especie de carta de presentación de sus futuras genialidades. Supuestamente inspirada en la vida de un enjambre y colonia de abejas, Heras-Casado empezó a manifestar su dependencia de la partitura que tuvo que mantener durante toda la velada. Dio la sensación que se le podían escapar detalles que son absolutamente necesarios para comprender y percibir el complicado entretejido armónico e instrumental de la obra que se percibe acentuado por su denso cromatismo.
El otro gran aliciente de la velada fue contar con la actuación del gran barítono norteamericano Thomas Hampson haciendo un repertorio liederístico del que desde décadas ha sido un referente interpretativo; una selección del conjunto de quince canciones que Mahler denominó definitivamente Des Knaben Wunderhorn (El muchacho de la trompa mágica) el año 1905. Su dominio estilístico es patente aún cuando en el inicio necesitara un tiempo, que ocupó las tres primeras canciones, para tonificar la fonación. En los tres últimos alcanzó su máxima expresividad musical haciendo una muy significativa versión del lied titulado Urlicht (Luz prístina), dejando una sensación de fusionada transparencia entre música y palabra. La última razón estética de esta celestial creación canora, integrando en su totalidad el cuarto tiempo de la Sinfonía “Resurrección”, no llegó a emerger plenamente en esta ocasión al ser aisladamente cantanda perdiéndose así su emocionante contextualización sinfónica. Con todo, se percibió sentido en las primeras interpretaciones, Sermón de San Antonio de Padua a los peces y en la Canción del prisionero en la torre, dándole a ésta ese matiz coloquial propiciado por su entrecortado ritmo. Transmitió ese implícito grave estado de insatisfacción de un niño hambriento en La vida terrenal, así como el gozo que pide el canto de La vida celestial, obra que cierra el ciclo definitivo, y que sirvió para imaginar cómo Mahler trascendió el tono popular que subyace en su relevante corpus liderístico, intelectualizando al máximo sus contenidos.
Esta primera cita de la Orquesta de París en el Festival ha servido para experimentar una vez más los altos recursos técnicos que posee, manifestándose fiel a tres composiciones de muy distintos mensajes, muy bien tenidos y conservados en su amplio repertorio que la llevan a ser valorada y considerada como una de las formaciones de primer nivel.
José Antonio Cantón