GRANADA / Gracioso y brillante cierre operístico de la temporada de la OCG

Granada. Auditorio Manuel de Falla. 25-V-2023. Serena Sáenz, César Cortés, Rocío Pérez, Juan Antonio Sanabria, Roman Astakhov, Reihard Hagen. Orquesta Ciudad de Granada. Coro de la Orquesta Ciudad de Granada. director del coro: Héctor Eliel Márquez. Director: Lucas Macías. Director de escena: Rafa Simón. Mozart: El rapto en el serrallo.
Termina la temporada de la OCG con un concierto extraordinario en todos los sentidos: fuera de abono, pero también por la ambición: la representación de El rapto en el Serrallo en versión de concierto y con los cantantes vestidos con los habituales trajes que cabría esperar en unos solistas durante un concierto convencional, pero con movimiento escénico: entradas, salidas, gestos, e incluso el uso de algunos objetos de atrezo por parte de estos, un planteamiento económico y eficaz por parte del director de escena, Rafa Simón, que dio lugar a algunos momentos muy lucidos y graciosos, como el número del cuarteto o el vaudeville final de la ópera. Se dispuso en el escenario una tarima elevada para ellos, de modo que la orquesta quedaba en una posición más baja, a la manera de un foso, si bien a la altura habitual en relación con el público, y el coro de la OCG, para sus dos breves intervenciones, se ubicó en las primeras filas de butacas del público detrás del escenario, de cara al director.
Desde la obertura, se vio la implicación de Lucas Macías en el proyecto y su dedicación a la partitura. Su gestualidad habitual, tan elegante, se volvió un punto más enérgica, y fue muy expresivo en los gestos e incluso en ciertas instrucciones verbales mudas; se le notó cómodo y divertido, y eso se transmitió a la orquesta, solistas y coro. La obertura comenzó explosiva y jovial —como en general lo fueron todos los momentos animados de la obra—, con la característica percusión turca a la que, como curiosidad vistosa, se añadió el pabellón turco —que ya había usado la OCG en la Sinfonía Militar de Haydn—. Por lo demás, la interpretación obedeció a los parámetros interpretativos tradicionales de las óperas de Mozart, sin ninguna inclusión particular de criterios “de época”, una versión rápida pero elegante, sin estridencias ni contrastes extremados. En este sentido, la orquesta resultó solvente, dúctil y eficaz, con las maderas, tan importantes en la obra, como siempre en su punto: valga como ejemplo la minuciosa y clara interpretación, especialmente por parte de los solistas (oboe, flauta, violín y violoncelo), de la parte orquestal, tan densa y compleja, de la célebre aria de Constanza Martern aller Arten. El coro resultó igualmente solvente en su breve intervención doble, matizado y jovial.
Cabe destacar el elevado nivel y la grandísima calidad de todo el equipo vocal, pero, en especial, de Serena Sáenz como Constanza, verdaderamente extraordinaria, sobresaliente, con un bellísimo timbre, una poderosa emisión y una gran seguridad en la ejecución de las agilidades, y muy lucida en sus arias, sobre todo en la primera, Hier soll ich dich den sehen, Konstanze! Rocío Pérez no le fue a la zaga, con una Blonde llena de gracia y también muy segura vocalmente, y otro tanto puede decirse de sus compañeros masculinos de reparto (con algo menos de aplomo, no obstante, en sus habilidades, César Cortez y Roman Astakhov como Selim y Osmin, al margen de su elegancia vocal y tímbrica, muy buenas, y este último quizá perjudicado por su colocación tras la orquesta, que a veces llegaba a sobrepasarlo). Desde el punto de vista interpretativo, la parte femenina de los solistas estuvo muy en su papel, digna y dramática Sáenz, y pícara y graciosa Pérez. Y cabe destacar, por una parte, la actuación del bajo Reihnard Hagen en su papel hablado del bajá Selim: elegante, decoroso, pleno de dignidad regia; pero, sobre todo, la de Juan Antonio Sanabria como Pedrillo, a cuyo excelente canto se sumaba una vis cómica que articuló de facto todo el desarrollo del espectáculo escénico: fue su hilo conductor. Simpáticos pero algo más envarados Belmonte y Osmín, más cantantes que actores, pero perfectamente integrados en un conjunto divertido y cómplice.
El éxito del espectáculo se demostró en cómo un planteamiento sin escena en un sentido estricto ni subtítulos, cantado y hablado en alemán, no decayó ni resultó aburrido en ningún momento y, por el contrario, suscitó risas y emociones (y una grandísima ovación final), producto de una partitura magistral, pero sin duda también de un planteamiento general y de unas interpretaciones acertados y brillantes.
José Manuel Ruiz Martínez