GRANADA / Espectacular ‘Turandot’ en concierto
Granada. Palacio de Carlos V. 12-VII-2023. Anna Pirozzi, Vicenç Esteve, Adam Palka, Jorge de León, Salome Jicia, Germán Olvera, Moisés Marín, Mikeldi Atxalandabaso, Gerardo Bullón. Coro Infantil «Elena Peinado» (Elena Peinado, directora). Orquesta y coro titulares del Teatro Real (Andrés Máspero, director del coro). Director: Nicola Luisotti. Puccini: Turandot.
Dentro del ciclo Universo vocal, el Festival de Granada acogía en Granada la representación de Turandot de Puccini en el Palacio de Carlos V, en versión de concierto. Se trata del mismo elenco (más la orquesta y el coro) que la está representando durante estos días en el Teatro Real de Madrid con la puesta en escena de Bob Wilson, concretamente su primer reparto, con la excepción de la soprano Salome Jicia, que sustituía a Nadine Sierra en el papel de Liù, y el coro de niños, que aquí llevó a cabo el Coro infantil “Elena Peinado” —toda una institución en Granada y veteranos participantes en el Festival para este tipo de actuaciones específicas—.
Qué espectáculo. Ya el impresionante despliegue de la nutrida orquesta —incluida una panoplia de gongs—, y el numeroso coro recortado tras la doble columnata circular, hacía en cierto modo las veces de escenografía. Aparte de los cantantes, a los que me referiré después, el propio desempeño, por ejemplo, del coro (al cantar sentados, al levantarse en un gesto rápido, o colocarse las manos ante la boca para remedar un efecto de fuera de escena), venían también a suplir sutilmente el vacío escénico. Y pudo comprobarse —en parte también por el entusiasmo de todos los intérpretes— que quizá pocas óperas resistan mejor la ausencia de puesta en escena que Turandot, cuyo dramatismo y espectacularidad radican ante todo en la música, un continuun vertiginoso de emociones, articulado por el coro como un personaje más, una plebe (como todas), violenta y cobarde, sentimental y zalamera, que pasa en pocos compases de la sed de sangre a la piedad, de la sumisión al conato de motín.
Todo funcionó muy bien, fresco y divertido, emocionante. Tengo la intuición de que quizá los intérpretes se vieron, por una representación, librados de las inevitables restricciones de una producción teatral con puesta en escena (en especial como la que están llevando a cabo), como en una excursión estival en la que relajarse por una noche, divertirse y probar otras cosas —quizá también más convencionales interpretativamente hablando, tampoco nos engañemos—, y eso a pesar de las limitaciones acústicas obvias e inherentes al espacio o al calor.
La orquesta, quizá liberada del foso y por una vez protagonista en pie de igualdad, sonó en general magnífica, brillante en los numerosos tutti, y matizada en las sonoridades características de la magistral orquestación pucciniana, con su director, Nicola Luisotti, de gesticulación amplia y precisa, afilada, muy atento a los detalles, también a las entradas de los cantantes, aquí a la vista de todos. El coro también espectacular, con una ductilidad acorde con la volubilidad de su personaje, desde los fortissimi tremendos a los sutiles susurros sibilantes; también con muy buena dicción. Los niños, empastados y encantadores.
Los solistas, también en general, magníficos. En la primera escena, (Timur, Liú, Calaf), quizá todavía un poco envarados, sin saber si moverse o si cantar como en un oratorio. Pero fue entrar los tres ministros (Germán Olvera, Moisés Marín y Mikeldi Atxalandabaso), graciosísimos toda la noche, muy compenetrados, con una línea de canto excelente y sin ningún complejo a la hora de estar en personaje (y cuyo cenit fue su escena del segundo Acto, Olà, Pang! Olà, Pong!), y parecieron liberar a los demás, quienes se relajaron y comenzaron a moverse de manera más libre hasta culminar con el beso literal que Calaf roba a Turandot en el acto tercero. Los secundarios (Vicenç Esteve y Gerardo Bullón) resultaron solventes y más que dignos. Timur, Adam Palka, entonó un emocionante lamento por Liù (Liù! Liù! Sorgi! Sorgi!). Calaf, Jorge de León, estuvo algo frío al principio, pero pronto cogió cuerpo y convicción, muy verosímil en su papel de aventurero audaz, con un bello timbre y un magnífico legato, hasta culminar en el inevitable Nessun Dorma, que solventó con autoridad. Liú, Salome Jicia, demostró también un bellísimo timbre y canto, muy musical; realizó un tercer acto precioso, con unos pianissimi precisos y sobrecogedores y un aria (Tu che di gel sei cinta) soberbia. Por último, Turandot: Anna Pirozzi. Qué seguridad, qué voz tan poderosa, de matices metálicos y oscuros atronando la noche de la Alhambra. Qué impresionante lamento su In questa reggia; y qué buena actriz desde el punto de vista vocal: de la soberbia a a la vergüenza en su modulación. E intuimos también que buena actriz a secas, por su magnífica escucha y su capacidad de actuación con la mirada (la progresión de su derrota en los acertijos, la obstinada desolación…).
El público respondió al espectáculo con una ovación larga y entusiasta puesto en pie. ¡Ríe y canta al amanecer nuestra infinita felicidad!
José Manuel Ruiz Martínez
(fotos: Festival de Granada – Fermín Rodríguez)