GRANADA / El oboe virtuoso de Lucas Macías
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 20-IX-2024. Orquesta Ciudad de Granada. Lucas Macías, oboe y director. Obras de Bach, Marcello y Haendel.
Segundo concierto de la OCG dentro de su ciclo Espacio barroco. Esta vez todo quedaba en casa con la excusa del oboe como protagonista, en un concierto donde Lucas Macías, director artístico de la orquesta, ejercía a su vez como el solista de un instrumento del que es un consumado intérprete. El programa lo compuso la Suite nº 1 en do mayor BWV 1066 y el Concierto para oboe d’amore, cuerdas y bajo continuo en la mayor BWV 1055 de Bach; el Concierto para oboe, cuerdas y continuo en re menor de Alessandro Marcello, y la Música para los reales fuegos artificiales HWV 351 de Haendel. Un programa muy bien hilado, no solo por tener al oboe como protagonista —también, por cierto, y por partida doble, en la Suite de Bach, donde Macías no tocó, solo dirigió—, sino por la idea de Bach como adaptador y arreglista propio y ajeno que implicaban los conciertos escogidos, como indica Stefano Russomanno en sus ilustrativas notas al programa: el de Bach, porque la versión conservada es una transcripción para clave del propio compositor; el de Marcello, porque se interpreta con el arreglo y los ornamentos de Bach —como también explicó el propio Macías—, más interesantes y especiosos que el sobrio original.
Como era previsible, y sin duda, la estrella de la noche fue Lucas Macías y sus oboes —el «normal» y el «de amor»—. La Suite de Bach fue un bonito preludio donde, como dijimos, sin tocar él el oboe, estuvo este presente en las magníficas interpretaciones de Eduardo Martínez y José Antonio Masmano, especialmente acertados y musicales en sus intervenciones solistas a dos en la Obertura y la Bourrée, acompañados en todo caso por una cuerda excelente, que se lució por ejemplo en el Menuet (y que complementaba a la del concierto anterior demostrando el alto nivel general: hicieron turnos), en una interpretación elegante, tersa y empastada.
Pero, como decimos, el espectáculo propiamente dicho llegó con los conciertos. Muy bien secundado por la cuerda y el clave leve y alado de Silvia Márquez, Macías demostró que es uno de los mejores oboistas del panorama internacional: hizo unas versiones brillantes y de un virtuosismo asombroso; la capacidad para el fiato, digna de los mejores divos de la ópera, resultaba impresionante: uno llegaba a preocuparse por los momentos en que bordeaba la apnea y el semblante del intérprete adquiría un tono francamente encarnado por el esfuerzo, que además se percibía. Sin embargo, lo importante no era esto, sino cómo la técnica y el esfuerzo se ponían al servicio de la expresión, de la musicalidad: de la música. Hubo una belleza y una elocuencia musical (en cierto modo como extensión de la suya propia, gestual), conmovedora e impresionante, en especial, como cabría esperar, en los tiempos lentos, cada uno a su manera, de serena y honda naturalidad en el concierto de Bach, más efectista y dramática en el de Marcello. No obstante, en este último caso, y aun contando con lo conocido de la pieza, se produjo una suspensión y un lirismo verdaderamente hermoso y emocionante, sin incurrir en efectismos fáciles ni en la tentación del subrayado kitsch en una melodía tan emotiva como reconocible.
Lucas Macías agradeció los aplausos entusiastas con una propina, que además dedicó al propio público en agradecimiento por su fidelidad a la orquesta: el Adagio del Oratorio de Pascua BWV 249 de Bach, y que de nuevo reunió las cualidades de las interpretaciones precedentes con su dulzura y serena belleza.
Por último, la archiconocida Suite de Haendel para los reales fuegos de artificio: una versión estruendosa, jovial, festiva, de percusión atronadora, muy disfrutable, aunque también por momentos un tanto destemplada en contraste con las obras precedentes, y que vino a poner un cierre festivo y definitivamente barroco al concierto y al ciclo.
José Manuel Ruiz Martínez