GRANADA / El huracán Tabita Berglund
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 9-IV-2021. Iván Martín, piano. Orquesta Ciudad de Granada. Directora: Tabita Berglund. Obras de Chopin y Beethoven.
Aprovechamos la costumbre un tanto desconcertante de ponerle nombre de persona a los huracanes para resumir la experiencia de lo que supone ver dirigir a Tabita Berglund. Solo que, en este caso, la metáfora alude únicamente a lo arrollador de su ímpetu y su energía, sin ninguna de las connotaciones negativas; al contrario: por el Auditorio Manuel de Falla pasó un huracán de buena música cuya energía se liberó en calurosos aplausos, tanto al solista, Iván Martín, como a la directora y a la propia orquesta.
Ver dirigir a Berglund es toda una experiencia: de apariencia frágil y menuda, desde el momento en que apresta para comenzar, se transforma en el vórtice del torbellino que ella misma desencadena con el movimiento continuo y extremoso de sus brazos, sin que dicho torbellino le haga perder su aplomo. En el Concierto nº 2 en Mi menor op. 11 de Chopin hizo buena pareja con Iván Martín, sereno por contraste, aunque sin poder evitar la fuerza que gravitaba sobre él y que lo hacía incluso acercarse físicamente a la orquesta en los momentos en los que su clímax solista desembocaba en la explosión del tutti. Martín acentuó más los aspectos virtuosos que los líricos de la pieza, evitando el rubato —si bien con momentos de gran belleza, como la reexposición del tema segundo en el primer movimiento—, por lo que brilló especialmente en la ejecución alegre, clara, ligera y a la vez precisa, de los aires de danza del tercer movimiento. Como propina interpretó la Sarabanda de la Suite francesa BWV 816 de Bach, muy apropiada por contraste, de nuevo sobria, elegante y muy barroca a pesar del instrumento.
El verdadero huracán llegó con la Séptima sinfonía en La mayor op. 92 de Beethoven. Pero, eso sí: un huracán controlado, esto es, artístico. El resultado fue contundente y jovial, brillante pero sin resultar estridente ni cansino (dos posibles defectos a la hora de interpretar una sinfonía tan tonante y obsesiva en sus redundancias de todo tipo). Por ejemplo: el trío del scherzo estaba tenso como un cable con la nota sostenida de las cuerdas; el finale, desencadenado. Berglund, nadadora infatigable, sonriente —durante la interpretación del concierto estuvo seria—, gesticulando también con el rostro, por momentos pidiendo más. La orquesta se dejó arrastrar y descolló a un nivel extraordinario de virtuosismo y buen sonido. Si cuentan las crónicas de la época que en su estreno la sinfonía se aplaudió hasta el éxtasis, aquí el público pudo renovar el asombro y la ovación entusiasmada.
José Manuel Ruiz Martínez