GRANADA / Delicadeza y jovialidad de la música francesa con la OCG
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 30-X-2021. Kathleen Balfe, violonchelo. Coro de la Orquesta Ciudad de Granada. Orquesta Ciudad de Granada. Director: Joseph Swensen. Obras de Fauré, Debussy/Beamish, y Bizet.
Segundo concierto del ciclo sinfónico de la OCG y primero, por fin, con el aforo completo. El programa estaba compuesto íntegramente por música francesa: la célebre Pavana en Fa sostenido menor op. 50 de Fauré, en su versión para coro y orquesta; una Suite para violoncello y orquesta a partir de una obra perdida de Debussy y algunas piezas de juventud elaborada por la compositora británica Sally Beamish (nacida en 1956); y la Sinfonía en Do Mayor de Bizet.
Para la Pavana, Swensen eligió un tempo lento, que subrayaba el carácter lánguido de la pieza. Juan Carlos Chornet, el solista de flauta, magnífico, expresivo, supo recrearse en la belleza mórbida de la melodía, casi paladearla. El coro, situado —presumimos que aún por razones de seguridad— en los palcos laterales del auditorio, que están a una altura notable, y en quien el público menos avisado probablemente ni siquiera reparó en un primer momento, hizo de la necesidad de su ubicación virtud, y emergió fantasmagórico y lírico como su propia presencia, y subrayó el carácter decadente de la pieza (y de la interpretación) con el extraño poema de Robert de Montesquiou y sus vagas a alusiones a mujeres tan ideales como elusivas, y ese misterioso “et bons jours!” con que concluye.
La suite, más de Beamish que de Debussy, una música que sin duda lo homenajea, que utiliza sus temas y mucho de su espíritu, pero que resulta al final, paradójicamente, menos audaz en timbre y armonía que la música del propio Debussy, es una obra colorista, delicada, llena de gracia en su orquestación de filigrana, y al servicio del solista. Kathleen Balfe, una de las más reputadas intérpretes de la OCG, hoy en ese papel, estuvo brillante en las agilidades (espectacular Scherzo) y lírica en en la Rêverie y el Nocturne. Pero sobre todo fue una auténtica rapsoda que nos narró una historia con su violoncello, y supo decirnos de las noches estrelladas o de las coloristas gitanerías contenidas en la obra, acompañada de una orquesta precisa y sutil en sus matices —una trompeta que aporta una nota (¡literalmente!) de color, la percusión con su toque justo—. La impresión final fue la de una deslumbrante miniatura. Balfe interpretó de propina otra obra de Beamish para violoncelo solo: The Wise Maid. Con gracia y sencillez anunció que era difícil, que la tocaba en público por primera vez y que no se lo tuviéramos en cuenta. Fue en efecto una endiablada suerte de mudanzas casi bailables de aires folclóricos, dobles cuerdas y glissandi espectaculares (y el aviso de la intérprete, como cabía esperar, una mera captatio benevolentiae).
En la sinfonía, ese prodigio juvenil de jovialidad y afirmación, Swensen se transformó de forma notable. De su contención gestual en las obras precedentes, sin moverse del sitio, pasó a un estado bailongo y disfrutón, no exento de comicidad, pero sin duda eficaz. Con todo, en el primer movimiento hubo un ataque demasiado súbito, un tempo disparado, y la orquesta, destemplada, corrió el riesgo de descarrilar. Swensen no repitió la exposición (quizá lo mejor), y solo había sosiego cuando aparecía el segundo tema, su momento más danzarín en el podio. En el segundo movimiento, tras un comienzo dubitativo, se impuso el magisterio del oboe solista, Eduardo Martínez, bellísimo, y qué momento tan delicado cuando el ayuda de solista, José Antonio Masmano, le tomó el relevo de la melodía como si fueran un solo instrumento. A partir de ahí, todo se acompasó: el resto de vientos, las cuerdas, intensas y vibrantes en el momento lírico central y el pequeño fugado posterior. Los dos movimientos restantes retomaron la jovialidad veloz y al Swensen desatado pero, ahora sí, la orquesta sujeta, matizada, graciosa y brillante. El resultado final fue una entusiasta ovación del público, muy merecida, y que confirma a Swensen como uno de los directores más queridos del público y de la propia formación.
José Manuel Ruiz Martínez