GRANADA / Christian Zacharias y la OCG: un final de temporada coral, atípico y brillante
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 21-V-2022. Lucía Millán, soprano. Rachele Raggiotti, alto. Juan Antonio Sanabria, tenor. Günter Haumer, barítono. Coro de la Orquesta Ciudad de Granada. Director: Héctor E. Márquez. Orquesta Ciudad de Granada. Director: Christian Zacharias. Obras de Bruckner-Zacharias y Michael Haydn.
El último concierto de abono de la temporada de la OCG ofrecía un tipo de programa que, afortunadamente, ha abundado a lo largo de toda esta: novedoso, interesante, que se sale de lo trillado y que suscita la curiosidad e invita a la escucha. En este caso, el Quinteto para cuerdas en Fa mayor WAB 112 de Anton Bruckner, pero en una versión para orquesta de cuerda, y el Requiem en Do menor MH 155 de Michael Haydn, subtitulado Missa pro defuncto archiepiscopo Sigismundo. El aliciente añadido era ver dirigir de nuevo a Christian Zacharias, esta vez sin ninguna intervención como solista, pero sí como responsable del arreglo del quinteto de Bruckner, lo que viene a sumar interés sobre interés.
Parece claro que el quinteto de Bruckner, su única obra camerística de madurez, por su estructura y sus dimensiones (dura unos cuarenta y cinco minutos, cinco más que el Requiem de Haydn), parece pedir una amplificatio instrumental. La de Zacharias da la sensación de ofrecer una suerte de ‘versión extendida’ de la pieza, pero no en el tiempo, claro, sino en otra dimensión, quizá sonora, o incluso psicológica, donde los temas ganan en densidad y posibilidades expresivas en su escritura contrapuntística, a la vez que se lima cierta filosidad tímbrica característica del cuarteto de cuerda —del quinteto en este caso—, que se transforma en el lirismo tupido propio de la cuerda postromántica: así en el momento culminante de la obra, el monumental Adagio, más bruckneriano aquí que en la versión original. Zacharias dirigió con la entrega de quien se siente personalmente comprometido con la obra, con movimientos largos y expresivos, demandantes. Se subrayaron algunos momentos de rara disonancia, de una inusitada modernidad, y la cuerda brilló en todo su esplendor y su experiencia, sobre todo en los momentos expansivos y climáticos, con algunas dubitaciones en algún pasaje puntual más tranquilo de diálogos imitativos cuasi solistas entre familias.
Por su parte el Requiem resultó brillante, dramático y ligero a la vez: con el Introitus, el Kyrie y la Sequentia escritas sin solución de continuidad, con una trama imitativa casi ininterrumpida de las cuerdas (muy bien llevada por éstas), la obra tenía un aire perpetuum mobile, impresión que se prolongaba en los números siguientes. Las comparaciones con el ‘otro’ Requiem, contemporáneo de este y de fama universal, eran inevitables, pero, poco a poco, el que se escuchaba iba imponiendo su propia lógica y su propia belleza conforme avanzaba la interpretación. Los cuatro solistas estuvieron muy bien, precisos y elegantes, y supieron actuar más como conjunto que como solistas propiamente dichos en una obra que, con numerosos pasajes en cuarteto o en dúo y en alternancia constante y fluida, muy natural, con el coro, pide más un trabajo en equipo de estos que el lucimiento individual.
Quizá por ello, y dado su papel central en la obra, fue justamente el coro el gran protagonista de la velada con su magnífica interpretación. El coro de la OCG demostró con este Requiem su experiencia y su versatilidad, ora con momentos de plácida levedad clasicista, ora con otros plenos de dramatismo y aun terribilità: qué belleza de Confutatis y, en general, de la parte final de la sequentia. Los distintos pasajes fugados fueron ejecutados con una combinación exacta de precisión y expresividad: así el Quam olim Abrahae… o el Cum sanctis tuis… final, para el que Zacharias escogió un tempo vivo. Con el rotundo Quia pius est (Porque eres piadoso) concluyó una excelente interpretación que convierte un requiem al final de temporada en una invitación a la renovación y la esperanza.
José Manuel Ruiz Martínez