GRANADA / Angela Gheorghiu: ¡Viva la diva!
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 15-VII-2023. Angela Gheorghiu, soprano. Jeff Cohen, piano. Obras de Giordani, Paisiello, Donizetti, Beethoven, Tosti, Resphighi, Schumann, Liszt, Richard Strauss, Rachmaninov, Rameau, Martini, Massenet, Saint-Saëns, Brediceanu, Stephănescu, Bartók, Bellini y Satie.
Prosigue el ciclo “Universo vocal” del Festival de Granada con el recital lírico de Angela Gheorghiu, acompañada al piano por Jeff Cohen. Fue un recital con un aire íntimo, como una suerte de pequeño regalo preludio al concierto de clausura del festival donde la soprano, acompañada de la Orquesta Joven de Andalucía dirigida por Víctor Pablo Pérez, interpretará algunas arias de Puccini. Muy variado, además, por estilos, tipos de pieza (lied, aria, canción popular) y por idiomas (italiano, alemán, francés, rumano, español) y periodos históricos (de Rameau a Richard Strauss). El programa se completaba con algunas piezas para piano solo a modo de interludios, muy bien escogidas, relacionadas con lo cantado cerca de ellas.
Todo el recital tuvo el delicioso aire de otra época. El de una cantante consciente de ser quien es, que se debe a su público que hay venido a escucharla cantar a ella —el repertorio es un pretexto— y que canta para él, lo cuida, lo seduce con la mirada y el gesto; que se divierte cantando, que a veces baila lo cantado, y divierte, en el sentido más alto de la expresión, a su público. También se notan la experiencia, las tablas y el instinto escénico: la sonrisa más segura viene tras haber sorteado, no sin dificultad, el momento más complicado, y el movimiento seductor de manos escamotea un desajuste con el piano o una nota final problemática.
En cualquier caso, y sea como fuere, lo que tuvo Angela Gheorghiu en todo momento fue una voz maravillosa y un agudo sentido de la musicalidad. También algo muy propio de los grandes del canto: la búsqueda siempre de la belleza en la emisión (algo menos evidente hoy día de lo que parecería obvio), un timbre precioso y un excelente fiato.
Comenzó Gheorghiu sin terminar de encontrarse a sí misma, insegura tras su aplomo escénico, —sin perder la sonrisa— y no se encontró hasta el segundo bloque, en concreto ante el segundo Tosti, Sogno. Vinieron entonces una serie de momentos de buen canto, mejor en las piezas más operísticas que en las más liederísticas, con un Respighi (Nebbie) de unos graves bellos y muy bien en general el mini-bloque germánico, para culminar en uno de los clímax de la velada: Vesenniye vody (aguas de manantial) op. 14, n.º 11 de Rachmaninov al final de la primera parte donde, a la belleza del canto, se sumó el virtuosismo del pianista acompañante en una ejecución muy comprometida solventada con gran brillantez. Cohen resultó el acompañante ideal: discreto, poniendo todo su excelente sentido musical al servicio de la cantante, pendiente de cederle todo el protagonismo a ella, esperándola en una entrada o solventando algunos compases tras un adelanto, con miradas por su parte de rendida admiración. En sus momentos solistas, brilló especialmente en la paráfrasis de Saint-Säens de la célebre Meditation de Thaïs de Massenet, y en las Seis danzas populares rumanas de Bela Bártok.
La segunda parte transcurrió por estos mismos gratos derroteros. El recital fue yendo de hecho a más. El Rameau fue tan anacrónico como exquisito; en las dos canciones rumanas (Brediceanu, Stephănescu), como es natural, Gheorghiu brilló con una emoción genuina, hasta concluir con una magnífica, expresiva y sensual versión de Ye te veux de Satie. Los aplausos del público dieron lugar a un primer bis, la celebérrima O mio babbino caro, en la que Gheorghiu demostró dónde radica el núcleo de su repertorio: resultó verdaderamente emocionante (lo dicho: la musicalidad, la emisión, el fiato). Después, para delirio de los presentes, atacó una Granada vertiginosa, bailada, con el pianista lanzado a su persecución (no siempre con éxito y no sin tropiezos), poco antes de cuya conclusión el público ya se aplaudía fervorosamente a sí mismo y al hecho de ser granadino. Aunque parecía obvio que este era el final, la ovación interminable provocó el tercer bis: la canción italiana La Spagnola, con la que concluyó este recital amenísimo, delicado, exquisito: como de toda la vida.
José Manuel Ruiz Martínez
(fotos: Fermín Rodríguez)