Grabaciones que se tragó la tierra

Temo que este sea un texto escrito medio tono bajo, no como otros de armadura y alteraciones más brillantes. Este temor se justifica porque es laborioso encontrar respuestas al interrogante de la tesis central, que en algo clarifica el título. Prehistórico sería el a veces mentado cilindro con Evan Gorga, primer Rodolfo en La Bohème, y coleccionista de instrumentos musicales y otros bellos objetos. Si existe tal cilindro, podría haberse grabado en 1899 (c.) Alguien con el crédito del editor de rarezas romano Murizio Tiberi, fundador de TIMAClub, afirma su existencia, pero no figura en ningún catálogo donde uno haya detenido su pupila, convertido en cejijunto de tanto fruncir la frente ante sus muchas ‘letrucas’. Me inhibo, pues, ¡ay!, qué casualidad; fue este documento y las grabaciones de los años 40 del rotundo bajo Giacomo Vaghi, que sí existen, las primeras promesas que no salieron al mercado.

No se hablará mucho de discos de ópera-ficción, como Los cuentos de Hoffmann dirigidos por Carlos Kleiber, con Alfredo Kraus de protagonista, Edita Gruberova como Olympia, los pérfidos de José Van Dam o la Olympia sensual que Jessye Norman plasmara con Cambreling para EMI. Sobre ese sueño se especuló en su día, pero nunca se firmó, pues Kraus estaba perdiendo injustamente algo de su elevado estatus, en favor de tenores como Richard Leech o el irrelevante Dennis O’Neill. En unos incipientes 90, cuando el yanqui le birló los CD de un Faust para la EMI, antes pensados para el grancanario, a la postre lo grabaría Studer con otros cantantes y rectoría de Michel Plasson. Pero no es lo mismo.

En cambio, sí se grabó una Favorita para CBS, con el nada desdeñable elenco de Alfredo Kraus, la mezzo-acuto Agnes Baltsa, el barítono más bien lírico Paolo Gavanelli (un becerrito) y el bajo multiusos László Polgár. Era una toma en vivo de la Staatsoper de Viena, unos diez años antes de los Cuentos imposibles. La memoria locativa me lleva al avión donde la oí; y al decir ‘la oí’ no hace falta añadir ‘en primera persona’, como los políticos o periodistas radiofónicos ignorantes, pues algo oído por quien lo cuenta es siempre ‘en primera persona’, y la coletilla no añade más información. Lo esencial es certificar que el documento existió y era bueno, mas no se comercializó. Sorprende el escamoteo, pues Kraus y Baltsa, afín esta en sus años maduros a un repertorio más tardío, con Dalila o Santuzza entre sus papeles, vocalmente estaban en presunta buena forma. Mi amigo el abogado Carlos Velicias aporta un dato goloso: Baltsa, que quizá no se sentía a su nivel, vetó la grabación.

Es más fácil intuir por qué la ópera temprano-verdiana Ernani, publicada por DECCA con Joan Sutherland, tardó año y pico en aparecer, en una edición de 1998. Eso es relativamente frecuente en los registros, pero quizá los responsables de este caso se lo pensaran dos veces, pues, paradójicamente, lo editaron. Fue, con pocas dudas, porque la Stupenda, antes incuestionable, salvo en ciertas frases centrales vivía ya en un sonambúlico ‘quien tuvo, retuvo’. El retraso no se debió pues a Pavarotti, Ernani exultante e insultante; tampoco a Nucci, Don Carlo de técnica natural; es decir, escasa, y agudos que, aun teniéndolos, no sabía enfocarlos.

Una vez, añadamos, en Viena Nucci me convenció. Tras un reciente ataque cardiaco, cantó dándolo todo y, con la mayor expresividad cooperó en el logro de un Trovador casi perfecto, con Bonisolli, Romanko y Urmana. Durante las firmas, dado que esta había emitido un plausible Do agudo, Bonisolli, que cantó la ‘pira’ a tono con 61 años, no sin sorna nos hizo reír mirando a Azuzena Urmana, su supuesta madre, y gritando “habbiamo fatto un Do genetico!”.

Otra ópera, La novia vendida, nunca se vendió. Antaño era grabada e interpretada en Centroeuropa, pero hoy es conocida urbi et orbi. En este caso se anunciaba con el emblema, muy acreditado, de la ‘major’ DG. Era de estudio. Pero vayamos al grano, aquí un divieso, pues hay cuatro figuras como protagonistas, a saber: Cheryl Studer [en la foto], Plácido Domingo, Kurt Moll, más la orquesta, estadounidense o europea, que cabría colegir por su titular, o bien invitado, James Levine. ¿Cómo una grabación tan adecuada se realizó, pero no se publicó? Eso está envuelto en un misterio, y sólo cabe especular.

Domingo es el cantante con más resurrecciones de todo el siglo XX. Su competidor sería Gigli, en cuya Aida de 1946, su última grabación integral de ópera, es juzgado declinante por Celletti, pero no opinan así quienes le oyeron el mismo año en recital en Bilbao. ¿Estaba Domingo en La novia vendida como en El trovador de 1983?, con Rosalind Plowright, de buena materia prima, o una Azuzena a bote pronto insólita, como Fassbaender, mas de ortodoxa emisión. Con la distancia que da el tiempo, el propio tenor, sin ser Manrico uno de sus grandes roles, a causa de la alta tesitura, no está tan mal. El declive de Studer, soprano bendecida por la regia Leonie Rysanek, fue contemporáneo a una serie de cancelaciones, pues algo antes había cancelado Un rapto en el serrallo en Viena. Más tarde, varias funciones madrileñas de Traviata, con Alfredo Kraus, las cubrió una Doña Nadie. Cuando por fin cantó en el Auditorio el acto primero de Valkiria destacó, pero ya no era esa solana radiante que la hizo despuntar. Recordando al olvidado poeta argentino César Gisela, con apenas un cambio en los posesivos, se podría decir de aquella actuación:

“Ni el oro de sus bolsillos,
La corona de su pelo,
Ni el brillo de su linaje
Son el camino del Cielo…
Tenés demasiado pessso para poder alsar vuelo”

¿Y Kurt Moll? Con ese no hay problema, pues de él respondo yo. Fue el último bajo verdadero, de gran estampa y terciopelo inhabitual entre los de su latitud (si descontamos a Quasthoff, cuya singularidad anatómica lo convirtió en una suerte de jazzman Petrucciani). Pero eso lo único que hace es velar aún más el misterio de por qué tanto presunto oro quedó enterrado, y ni en la enfebrecida Alaska han sabido del mismo.

Joaquín Martín de Sagarmínaga