GINEBRA / Un ‘Caballero de la rosa’ rico en matices
Ginebra. Gran Teatro. 15-XII-2023. Maria Bengtsson, Michèle Losier, Mélissa Petit, Matthew Rose. Director musical: Jonathan Nott. Director de escena: Christoph Waltz. R. Strauss: Der Rosenkavalier.
Estrenada hace justo diez años (en diciembre de 2023) en la Ópera Ballet de Flandes, esta producción de El caballero de la rosa de Richard Strauss supuso el debut del célebre actor austriaco Christoph Waltz en el mundo de la dirección operística. Diez años más tarde, Aviel Cahn (quien presidía entonces la institución flamenca) lleva este (exitoso) ensayo a su nuevo bastión del Grand-Théâtre de Ginebra (pero ya a punto de salir hacia la Deutsche Oper de Berlín).
Despojada de su contexto y de su ornamentación rococó, en una escenografía muy espartana de Annette Murschetz, la acción evoca no obstante el siglo XVIII, en particular en el primer acto, donde todo está hecho para recordar los numerosos paralelismos entre el libreto de Hugo von Hofmannsthal y Las bodas de Fígaro. Un simple armazón de paneles de madera, una cama con dosel en medio de la habitación y un puñado de elementos de atrezo componen el único decorado del primer acto, un espacio cerrado y protegido de la luz que contiene la intimidad y la vida privada de los protagonistas. Las numerosas visitas que jalonan la acción son intrusiones insoportables en un espacio privado de oxígeno, compartimentado y replegado sobre sí mismo. En cambio, el acto II, en el palacio de Faninal, está inundado de luz, lo que indica una nueva apertura al mundo y al espacio público que ofrece un soplo de aire fresco al confinado universo aristocrático del principio de la obra. El tercer acto está claramente ambientado en el siglo XX, probablemente en la época en que se estrenó la ópera. La marcha de Ochs, seguida de la de una Mariscala más enfadada que resignada, insinúan el fin de un viejo mundo trastocado y sustituido por la llegada de nuevas clases sociales y nuevos valores económicos y morales. De hecho, la dirección escénica de Waltz pone claramente el acento en la comedia más que en el patetismo y el drama interior, rechazando tanto el sentimentalismo asociado a esta ópera como el peso de las diversas tradiciones escénicas de la obra. Y en este mundo cruel y decadente, Ochs y sus acólitos aportan por fin un toque de fantasía y libertad, aunque su decadencia moral sea tanto más flagrante…
La soprano sueca Maria Bengtsson, que ya había interpretado el papel principal hace diez años, resulta hoy aún más convincente. Desde la apertura del telón hasta la dolorosa resignación del tercer acto, su composición parece iluminada desde dentro, y la inteligencia de la artista suscita la admiración del oyente en todo momento. Encandila por su musicalidad y la calidez de su timbre, pero aún más por su sentido del claroscuro y la infinita gama de inflexiones que transforman el monólogo del primer acto en una obra maestra de la interpretación. La mezzo quebequesa Michèle Losier interpretó también un soberbio caballero, aportando frescura a su personaje. El cálido timbre de su voz es maravilloso en la soberbia apertura de “Wie du warst”, donde comienza muy suavemente con un crescendo. Es igualmente excelente en su interpretación de Mariandel, y sus “Nein, nein, ich trink’kein Wein” están llenos de humor, sin dudar en nasalizar las notas. Por último, encaja a la perfección con la Sophie de Mélissa Petit, con la que hace una pareja absolutamente perfecta. Ideal en todos los sentidos, la joven soprano francesa de coloratura abordó el papel con la delicadeza de un pequeño saxofón y se ganó un éxito personal en los saludos, totalmente merecidos a la luz de los pasajes en Si bemol, Si natural y Do agudo filados que ofreció a lo largo de la velada, impecables en todos los sentidos.
El bajo británico Peter Rose (con un nombre predestinado para esta ópera) destaca por su soltura en escena y su dominio vocal de la gama del Barón Ochs, hasta el Mi grave con el que finaliza el segundo acto. Incluso acabamos simpatizando con este libertino pueblerino, a pesar de su torpeza. También nos alegramos de ver de nuevo al gran Bo Skovhus como Faninal, aunque su voz se vea ahora lastrada por los numerosos Fa y Sol agudos de su papel. Entre los papeles secundarios, el Cantante italiano de Omar Mancini brilla en la famosa aria “Di rigori armato il seno”, al igual que la impecable Marianne de Giulia Bolcato, mientras que la intrigante pareja formada por Ezgi Kutlu (Annina) y Thomas Blondelle (Valzacchi) también resulta muy creíble.
La última alegría del espectáculo, la del foso, es también la más intensa, con Jonathan Nott (director musical de la falange ginebrina) en su mejor momento en este repertorio, estimulando constantemente a su maravillosa orquesta, cuyas sutilezas más ínfimas el director británico no tiene ninguna dificultad en magnificar. La riqueza de matices es sencillamente soberbia, con unos niveles sonoros siempre escrupulosamente controlados, lo que no impide una total sensación de libertad, unas entradas instrumentales que se disparan como fuegos artificiales, y los pasajes más sutiles y sutiles.
Emmanuel Andrieu
(fotos : Magali Dougados)