GINEBRA / Triunfo musical y vocal del ‘Don Carlos’ de Minkowski
Ginebra. Grand-Théâtre. 15-IX-2023. Charles Castronovo, Rachel Willis-Sorensen, Dmitry Ulyanov, Eve-Maud Hubeaux, Stéphane Degout, Liang Li. Orchestre de la Suisse Romande. Chœur du Grand-Théâtre de Genève. Director musical : Marc Minkowski. Director de escena: Lydia Steier. Verdi: Don Carlos.
Después de París, Lyon, Amberes y Basilea en los últimos cinco años, ahora es le toca al Gran Teatro de Ginebra (re)presentar Don Carlos de Giuseppe Verdi en la versión original francesa en cinco actos (incluido el ballet)… ¡y con un éxito rotundo en cuanto al canto y la música! Aquí se escuchan casi cuatro horas de música, casi toda la partitura, ya que ni siquiera el público parisino del estreno de la obra en 1867 pudo descubrirla… De hecho, al menos cinco o seis piezas sacrificadas en el estreno parisino se han incluido en esta ocasión, desde el coro de leñadores inicial del acto de Fontainebleau hasta numerosos pasajes tan esenciales, que iluminan las complejas relaciones entre los distintos protagonistas del drama, como el dúo entre Felipe II y Posa en el acto II o entre Éboli e Isabel en el acto IV.
Para empezar, podíamos confiar en Marc Minkowski a la hora llevar esta partitura a lo más alto, después de haber dirigido in loco los otros dos buques insignia de la Gran Ópera francesa, Les Huguenots de Meyerbeer y La Juive de Halévy, con el éxito que conocemos. Una vez más al frente de la Orquesta de la Suisse Romande, el director francés no tiene problemas para devolver a la obra verdiana su potencia y grandeza, respetando el fraseo orquestal de una partitura particularmente compleja, en la que coexisten a veces estéticas opuestas.
En cuanto al canto, el tenor americano Charles Castronovo encarnó a un Don Carlos al más alto nivel, con una excelente dicción francesa. Su proyección vocal es lo suficientemente impresionante como para hacer justicia a las explosiones de rabia contra su padre, del mismo modo que sabe aligerar su entrega para hacer más que creíbles sus efusiones de amor por Isabel. Su compatriota Rachel Willis-Sorensen no tiene nada que envidiarle; hablando también un francés perfecto, retrata a su personaje con matices, un timbre tan encantador como radiante y una voz cuyos ricos acentos amplifican el impacto trágico de cada una de sus líneas. Pero sin ser en absoluto chovinistas, hay que reconocer que son los dos francófonos de turno –Stéphane Degout como Posa y Eve-Maud Hubeaux como Éboli (que ya intervinieron en el mismo título en Lyon)– los que causan mayor impresión. El primero es cautivador en un papel en el que posee todas las cualidades, incluida una increíble nobleza de fraseo y tesoros de medias tintas, mientras que la segunda -aunque su canto no es tan eruptivo como el de algunas de sus predecesoras- transmite sin embargo el temperamento ardiente y desconsolado de la princesa en la famosa aria “ Ô don fatal, je te maudis “, tras una Canción del velo soberbia. Por su parte, el bajo ruso Dmitry Ulyanov (ya Brogni en la citada La Juive) retrata a un Felipe II escrupulosamente controlado, que no tiene problemas para emocionarnos en su gran aria “Elle ne m’aime pas…”, mientras que el otro bajo de la producción, el chino Liang Li, nos impresiona con la proyección de su Gran Inquisidor, como el Monje de William Meinert, con su abismal registro grave. Los comprimarios son irreprochables, con una mención especial para el muy prometedor tenor francés Julien Henric (Conde de Lerme).
La dirección de escena, a cargo de la sulfurosa Lydia Steier (que saltó a los titulares el año pasado con su Salomé parisina), resulta muy aburrida y pálida en comparación con lo que cabría esperar, limitándose a trasladar la acción a un régimen de tipo estalinista hipervigilado, Ciertas imágenes remiten directamente al éxito cinematográfico de La vida de los otros (2006), de la que toma prestada la policía secreta (algunos de sus miembros están aquí disfrazados de monjes) encargada de vigilar cada palabra y cada gesto de todos los protagonistas (¿el propio Felipe II está vigilado por la milicia del Gran Inquisidor?). El auto de fe en el acto III consiste en una serie de ahorcamientos y termina con la imagen de Don Carlo e Isabel. El ballet, que también tiene lugar en el III, se convierte en un baile de máscaras que rápidamente se transforma en una escena de orgía, finalmente reprimida de manera brutal. Lydia Steier tiene dificultades para convencer al público, ya que su enfoque grandilocuente no tiene en cuenta ni el libreto ni las reglas de la Gran Ópera…
Emmanuel Andrieu
(fotos: Magali Dougados)