GINEBRA / El ‘Nabucco’ experimental de Christiane Jatahy
Ginebra. Grand Théâtre. 17-VI-2023. Nicola Alaimo , Saioa Hernández, Riccardo Zanellato, Davide Giusti, Ena Pongrac, Giulia Bolcato, Omar Mancini, William Meinert. Coro del Grand Théâtre de Genève. Orchestre de la Suisse Romande. Dirección musical: Antonino Fogliani. Dirección escénica: Christiane Jatahy. Giuseppe Verdi: Nabucco.
Hace calor en Ginebra durante la representación de Nabucco, la ópera que convirtió de la noche a la mañana a Giuseppe Verdi en un héroe nacional. Su coro de prisioneros, el celebérrimo ‘Va pensiero’, devino desde entonces en un icono entre las canciones que claman por la libertad, una suerte de plegaria de creencia y esperanza en un mundo mejor.
El director artístico del Grand Théâtre de Ginebra, Avil Cahn, invitó a la actriz y directora brasileña Christiane Jatahy a presentar Nabucco de una forma novedosa y actualizada para cerrar una temporada cuyo tema central ha girado precisamente en torno al tema de la emigración (Mondes en migration). Jatahy, que en 2022 recibió el León de Oro de la Bienal de Venecia por sus trabajos teatrales y cinematográficos, se ha forjado un nombre gracias a producciones ambientadas en el presente y centradas en la vida y el sufrimiento de las minorías, montajes que respiran siempre el aire de una explosiva actualidad. De ese modo, los pueblos expulsados de su patria y que buscan un hogar en un país extranjero se convierten en el centro de las consideraciones escénicas de Jatahy. Verdi, por su parte, expone los avatares de diversas individualidades surgidas del propio pueblo y en las que nos reconocemos.
En la abarrotada sala de la ópera ginebrina el público se refleja en el enorme espejo con eje basculante que domina el escenario. También la orquesta y su director, Antonino Fogliani, quedan reflejados en un espacio escénico consecuentemente ampliado. Las coristas femeninas se sitúan entre el público, mientras que los hombres ocupan las zonas laterales. El concepto espacial de Thomas Walgrave y Marcelo Lipiani hace uso de una gran cantidad de focos brillantes, así como de una balsa cuadrada rodeada de agua, donde se sitúa el manto de dominación que se pone Abigaille, la supuesta hija de Nabucco. Durante el ‘Va pensiero’, los emigrantes (papeles mudos) se despegan del coro situado en la rampa y huyen en todas direcciones, filmados por cámaras que están siempre alerta, como si estuviéramos en un episodio de ‘Gran Hermano’. Sin embargo, el momento de locura de Nabucco y el colapso del templo dejan poca impresión; una techumbre que se desploma, eso es todo.
Jatahy nos ofrece un verdadero combinado de invenciones visuales de todo tipo. Resulta significativo que la Babilonia bíblica se equipare al Irak actual. En la intrincada historia pergeñada por Temistocle Solera, el conquistador bíblico de Jerusalén y rey pagano de los babilonios enloquece por la fama y la blasfemia, para luego redimirse y convertirse a la fe de los israelitas. Frente a él tiene a sus dos hijas, una supuesta, la cruel y rencorosa Abigaille, la otra auténtica, Fenena; ambas se disputan el amor del israelita Ismael. Está por último el personaje del sumo sacerdote de los hebreos, Zaccaria, a quien la directora de escena presenta como un manipulador. Riccardo Zanellato cantó este importante personaje, algo turbio en la lectura de Jatahy, con claridad, precisión y sobriedad. Vestida con pantalones masculinos, Saioa Hernández encarnó con credibilidad y convicción a una Abigaille convertida en una moderna ejecutiva empresarial, con voz que sonaba algo enjuta y metálica en el registro agudo, aunque dotada de una rabiosa profundidad, y que supo describir con gran habilidad el juego homicida. Nicola Alaimo ama el papel de Nabucco, que sin embargo podría interpretar de manera aún más concisa y con mayor potencia vocal. Fenena, la hermana de Abigaille, ataviada con un burka blanco, estuvo encarnada por la mezzo Ena Pongrac con timbre claro, aunque con demasiada timidez interpretativa. El tenor Davide Giusti interpretó por su parte a Ismael, con voz flexible e imponente presencia. Completaron el solvente reparto la soprano Giulia Bolcato (Anna) el tenor Omar Mancini (Abdallo) y y el bajo William Meinert (Gran Sacerdote).
Ya desde la obertura-popurrí, que reúne los temas más importantes de la ópera, el director Antonino Fogliani supo extraer de la orquesta una italianità puramente verdiana. El final de la ópera se cierra de una forma inusual, con un breve fragmento de sonidos astrales compuesto por el propio Fogliani. El público celebró con entusiasmo un experimento coronado con éxito; la ilustre extravagancia del Nabucco de Jatahy es única en su género. Sin embargo, la indiscutible vencedora de la noche fue, una vez más, la música de Verdi.
Barbara Röder
(foto: Carole Parodi)