Gerardo Arriaga, ‘in memoriam’
Gerardo Arriaga, verano de 1982. Lo estoy viendo entrar en el gimnasio del colegio mayor Juan XXIII y extender sobre la mesa de pimpón unos facsímiles y fotocopias de música en cifra para vihuela y guitarra barroca. Arremolinados alrededor, unos cuantos estudiantes de guitarra que asistíamos al curso del añorado maestro Demetrio Ballesteros descubrimos con curiosidad cómo se leían aquellos números y cómo los hacía sonar ese veinteañero, moreno, espigado y mofletudo, recién llegado para ilustrarnos. Fue nuestro primer contacto con una forma nueva de entender y practicar la música antigua en la confluencia de los estudios de musicología con la interpretación musical. Tal vez la primera vez que supimos algo de la musicología.
Aunque ya llegaba prácticamente como maestro con mucho que enseñar, después de haberse formado en México, donde nació en 1957, y en el Pontificio Instituto de Música Sacra de Roma, en España siguió estudiando con los mejores y estudiándolo todo para titularse en Guitarra con José Luis Rodrigo, pero también en Musicología, Composición y Dirección de Orquesta. No creo que nunca, antes que él, ningún guitarrista hubiera alcanzado esas olímpicas cumbres de la didáctica en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid.
Lector voraz, investigador curioso y sistemático, bibliófilo, el estudio le apasionaba tanto como la buena vida. El estudio y la práctica musical, que formaban en él un todo indisoluble. Ya de mayor, creo que su mejor momento profesional fueron los pocos cursos durante los que pudo compaginar la docencia en la Licenciatura de Historia y Ciencias de la Música en la Universidad Complutense con la enseñanza de Guitarra en el grado superior del Conservatorio de Atocha. Cuestiones burocráticas y mezquinas —él no entendía de leyes, ni de papeles inútiles y, menos aún, de mezquindad— le sacaron de esa ilusión y tuvo que dejar el conservatorio. Antes disfrutó, y mucho, la década larga durante la que dirigió en la Universidad de Valladolid el grupo de música antigua El Parnasso que creó en 1999, y no poco, también, la época en la que fundó y dirigió la revista Roseta de la Sociedad Española de la Guitarra, desde 2007 a 2016.
Como solista tiene un par de producciones discográficas antológicas: la que dedicó al guitarrista barroco Santiago de Murcia (RTVE Música, 1990) y el doble CD dedicado a las sonatas y suites de Manuel Ponce (Ópera tres, 1997). No solo destaca en estos discos el rigor en la selección de las fuentes y lo extraordinariamente bien informadas que estuvieron desde el punto de vista histórico, sino también el sonido fuerte y redondo del guitarrista y su interpretación natural y seria, justa y extraña a cualquier amaneramiento. Estos dos discos tienden además puentes entre su doble nacionalidad mexicana y española: su vida. Como musicólogo, destacaríamos también dos trabajos: José Marín (1619-1699): tonos y villancicos (Madrid: ICCMU, 2008), a partir de la tesis doctoral que defendió en la Universidad de Valladolid en 2006, y, en colaboración con su admirada Margit Frenk, el estudio y edición crítica Cancionero musical y poético llamado Tonos Castellanos (Madrid: Sociedad Española de la Guitarra, 2017). Una vez más, en estos dos volúmenes el autor unió música y musicología en un solo afán.
Aunque en los últimos años compartimos muchas cosas juntos en Roseta, en la Sociedad Española de la Guitarra y en el mismo despacho de la Facultad de Geografía en Historia de la UCM, no sería capaz de trazar aquí, ni siquiera mínimamente, la riqueza de la figura y la personalidad de este hombre. Sé que fue boy scout en San Luis Potosí; creo que, para dar el salto a Europa, se tuvo que enrolar como grumete en un buque mercante y, en Italia, trabajó como albañil: del andamio, a las clases de música… La vida nunca le fue sencilla, por muchas razones, entre otras, por lo crítico que resultaba consigo mismo y con todo lo que le rodeaba, con cordialidad y con la suavidad arropada de su voz, pero sin remilgos. Detestaba, sin piedad, la ignorancia.
En su casa, con quien fue su compañera desde 1984, Ana Marzoa, como anfitriona, le despedimos compañeros, alumnos y amigos el pasado 6 de marzo. Había fallecido la noche anterior. Dos semanas antes estaba por la Facultad de Geografía e Historia supervisando el trabajo de sus estudiantes. No tuvimos tiempo ni de despedirnos. Adiós, Gerardo, maestro.
Javier Suárez-Pajares
(catedrático del Departamento de Musicología de la Universidad Complutense / presidente de la Sociedad Española de la Guitarra)
Nota: en diciembre de 2014, Gerardo Arriaga coordinó el primer monográfico dedicado a la guitarra en SCHERZO (año XXX, nº 302).