FOZ / Festival Bal y Gay, cuerdas en plenitud
Cervo. Fábrica de Sargadelos. 24-VIII-2021. Pablo Sáinz-Villegas, guitarra. Obras de Granados, Rodrigo, Bal y Gay, Tárrega y Albéniz. • Foz. Basílica de San Martiño de Mondoñedo. 25-VIII-2021. Cuarteto Casals. Obras de Mozart, Salim y Shostakovich. • Mondoñedo. Catedral. 26-VIII-2021. Orquesta Sinfónica de Galicia. Juan Ibáñez, flauta. Director: Dima Slobodeniouk. Obras de Bach, Turina y Adams.
Tres conciertos han cerrado la octava edición del Festival Bal y Gay en el que bien podemos decir que ha sido el año de su consolidación. El anticipo primaveral con el pretexto del Camino ya fue un acierto y ahora lo ha sido también la excelente programación de una edición veraniega que culminaba con las tres citas, en tres lugares bien especiales. que aquí se reseñan.
La más bien fría tarde-noche del martes 24 acogía en la explanada de entrada a la fábrica de Sargadelos el recital de Pablo Sáinz-Villegas. El guitarrista riojano volvió a demostrar su apabullante técnica, esa limpieza extraordinaria que lucen sus versiones, en las que ni el más mínimo roce empaña una lectura nunca convencional y sí siempre arriesgada, también, precisamente, por partir de ese dominio mecánico que es un seguro de vida musical. Se mueve, además, por una gama dinámica tan extremada que pareciera imposible en un instrumento como el suyo y hasta es capaz de hacerlo sonar como si lo fuera de percusión —en la Gran jota de concierto de Tárrega que ofrecería como encore junto a su propio arreglo de Negra sombra de Juan Montes— sin que el recurso resulte efectista sino pertinente. Y con ese bagaje, y más cosas, se introduce en la materia expresiva a tumba abierta pero siempre con la sensación para el que escucha de que todo está bajo control, de que la perfección anda por ahí. El riesgo citado se deja ver a veces en los tempi muy lentos o en la delectación con la que se cantan algunos temas —la Danza española nº 10 de Granados, Torre Bermeja de Albéniz, dicha sin solución de continuidad tras Adelita de Tárrega— mientras otras se vence con creces sin que parezca haber existido nunca, así en Mallorca o en Asturias. Naturalmente, aparece siempre la sombra, no necesariamente peligrosa pero sí imposible de obviar, del origen pianístico de algunas piezas sobre su transcripción para las seis cuerdas. Pero con Sáinz-Villegas —que tuvo el detalle de incorporar a su programa la Pastoral de Bal y Gay— el resultado es sencillamente apabullante. En este recital hubo un dato curioso: lo mejor, y todo fue muy bueno, estuvo en la que seguramente es la obra maestra de Joaquín Rodrigo, escrita además originalmente para guitarra: Invocación y danza. Si en algún momento se paró el reloj, amainó el viento y cesó el miedo a la lluvia, fue ahí, justamente donde y cuando esa guitarra reclamó su pleno derecho.
El miércoles 25 volvía el Cuarteto Casals a San Martiño, la bellísima y pequeña basílica que se ha convertido en espacio fetiche para la música de cámara. Hace dos años el propio Casals preludiando desde su magisterio lo que hizo el Quiroga la pasada temporada y el Cosmos en el mes de mayo. Pues bien, los todavía jóvenes fundadores del “cuartetismo” español demostraron estar en su mejor momento. La calidad individual ha crecido sin pausa y la suma es hoy aún más sobresaliente que ayer. El liderazgo compartido por Vera Martínez Mehner y Abel Tomás en el primer violín es, decididamente, un atractivo más pues poseen características igualmente brillantes y a la vez gozosamente complementarias. El violonchelo de Arnau Tomás sabe ser protagonista cuando conviene con una suerte de intensidad siempre en estilo y lo mismo sucede con la viola de Jonathan Brown, sujeto en Shostakovich de algún que otro admirable gesto técnico. Precisamente una versión, como en ellos es habitual con el ruso, de enorme intensidad de su Cuarteto nº 11 fue el momento más alto de una sesión que comenzó con una inteligentísima traducción de las veladuras dramáticas del Cuarteto nº 15 de Mozart y en la que se nos ofreció el estreno de Variaciones sobre una plaza en silencio y azoteas alegres del sevillano de 1990 Dahaaoud Salim. Es una obra amable en el mejor sentido de la palabra, dividida en dos partes y que discurre sobre una leve trama temática en la que el sabio uso de los pizzicati o un contrapunto muy claro, muy transparente, permiten una escucha que no necesita dejarse llevar por su título. Por momentos, la escritura de Salim recuerda aquí a cierta música como al aire libre —pensaba mientras la escuchaba en Toldrá— y al tono entre idílico y descriptivo de algunos ingleses con Britten a la cabeza. Como colofón, el Casals ofreció dos encores de enjundia: el Contrapunctus I de El arte de la fuga de Bach y un absolutamente memorable Allegro del D87 de Schubert.
Cerraba festival el jueves 26 la Orquesta Sinfónica de Galicia con tres obras para cuerdas con el añadido, en el caso de la Suite nº 2 de Bach, del flautista de la misma formación Juan Ibáñez. Antes de comenzar el concierto se preguntaba parte de la audiencia acerca de si era buena idea juntar tres obras tan distintas. Dima Slobodeniouk recogió la pregunta en unas palabras previas e invitó al público a que al final sacara sus propias conclusiones. Es verdad que cuando se tocan tres piezas así con tan buenos mimbres no tiene demasiado sentido teorizar acerca de una propuesta que, finalmente, ha funcionado desde el principio hasta el final y que, en efecto, tenía un hilo conductor. El Bach de Slobodeniouk con un estupendo Ibáñez y sus compañeros de la OSG resultó intachable en la línea, en el sonido y en la expresión, elegante y esencializada a la vez y sin dejar de lado ese gesto bailable que a veces se nos vela más de la cuenta. La oración del torero es música muy bella, de lo mejor de Joaquín Turina, una pieza en la que el pasodoble —más danza, pues— se adelgaza con extremado buen gusto. El trabajo de la orquesta y su maestro explicó muy bien cómo más allá de un título que hoy a muchos nada dice hay una música muy honda, muy de verdad y que, como lo más granado del autor, resiste al tiempo. Cerró programa y festival la maravillosa Shaker Loops de John Adams en una magnífica versión, impecablemente intensa. Como lo es esta partitura que combina la descripción, la evocación, la placidez, la inquietud, el agua, el aire, lo espiritual, lo mecánico… y la danza, palabra clave de ese enigma al fin resuelto.
Luis Suñén
(Foto: Xaora)