FOZ / Esa voz es una mina

Foz. Iglesia de Santiago. 14-VIII-2020. VII Festival Internacional Bal y Gay. Ana Vieira, soprano. Sponte Sua. Obras de De Brossard, Hotteterre, De Visée y Clérambault.
Hasta hace relativamente poco, los únicos que se atrevían con la música vocal del Barroco francés eran los franceses. Es tan peculiar y distinta a cualquier otra música de aquel periodo que quienes no hubieran nacido en Francia, fueran francófonos (el belga René Jacobs, por ejemplo), llevaran mucho tiempo residiendo en ese país (William Christie) o estuvieran estrechamente vinculados a él (Jordi Savall) sentían un enorme pudor e, incluso, un cierto temor a afrontar este repertorio. Fueron ingleses los primeros en sacudirse ese complejo, aunque con resultados nada satisfactorios. Después llegaron grupos de cámara españoles (Le Tendré Amour, La Bellemont o La Reverencia) y portugueses (Ludovice Ensemble) para demostrarnos que estaban igual de capacitados que los franceses para hacer esta música. Y ya hasta un húngaro, György Vashegyi, se atreve, con notable éxito, a dirigir las grandes tragedias líricas de Rameau, Monteclair o Mondonville.
El Festival Bal y Gay ha aportado su granito de arena a la hora de confirmar que no es necesario ser francés para hacer bien el barroco vocal francés. Basta con ser buen músico. Y las últimas generaciones de quienes se dedican a la música antigua están plagadas de buenos músicos. Es el caso de Sponte Sua, fundado en La Haya en 2018 por el traversista tinerfeño Pablo Sosa y la tiorbista japonesa Asako Ueda, a quienes se unían para este concierto celebrado en la Iglesia de Santiago de Foz (tan barroca como la música que interpretan) el violonchelista gallego Fernando Santiago y la soprano portuguesa Ana Vieira Leite. Tratábase de un programa realmente ambicioso, que contenía, junto a la Première Suite op. 2 de Jacques Hotteterre y la célebre chacona para tiorba de Robert de Visée, la compleja cantata Judith ou la mort d’Holopherne de Sébastien de Brossard y la aún más exigente cantata Apollon de Louis-Nicolas Clérambault (una más de los cientos de elegías que se compusieron a la mayor gloria del Rey Sol).
Los tres instrumentistas son buenos (especialmente, Sosa; Ueda, en cambio, creo que hizo una chacona más bien de compromiso y con poca gracia), pero quien realmente me dejó epatado fue la soprano. Portugal ha conseguido reunir en los últimos años un ramillete de cantantes excepcionales que, aunque frecuenten otros repertorios, pueden ser considerados especialistas en música barroca. Me refiero a sopranos como Ana Quintans o Joana Seara, o a bajos como João Fernandes y Hugo Oliveira. Añadamos ya urgentemente el nombre de esta joven soprano, Ana Vieira Leite, capaz de cantar cualquier cosa que le echen, desde polifonía renacentista hasta ópera contemporánea. Y no estoy en condiciones de discernir si lo que destaca en ella es su bellísima voz o su prodigiosa técnica. Desde que abrió la boca, el público que llenaba la iglesia (con los huecos obvios derivados de las medidas de seguridad dictadas por las autoridades sanitarias) quedó cautivado con ella. Su aria Doux repos de l’indifférence, de la cantata de Clérambault, fue de esas que erizan el vello, incluso el de que aquellos que tienen horchata en lugar de sangre en sus venas. Sencillamente memorable.
(Foto: Alberte Peiteavel – Festival Bal y Gay)