FILADELFIA / Una ‘Bohème’ al revés

Philadelphia, Opera Philadelphia at the Academy of Music, 7.V.2023. Puccini: La Bohème. Dirección musical: Corrado Rovaris. Dirección escénica: Yuval Sharon. Escenografía: John Conklin (decorados), Jessica Jahn (vestuario), John Torres (iluminación)
“La vida sólo puede entenderse en retrospectiva, pero debe vivirse hacia adelante”, escribió Søren Kierkegaard, en frase citada por el director de escena Yuval Sharon en una nota escrita para el programa de mano de la Ópera de Filadelfia para lo que ya se conoce como su “Bohème al revés”: los cuatro actos de la popular ópera de Puccini presentados en orden inverso. Dudo que el compositor o sus dos libretistas, Illica y Giacosa, hubieran leído mucho -o nada- de Kierkegaard; tampoco parece probable que lo hubiera hecho Henri Murger, cuyo roman à clef parisino proporcionó la fuente sobre la que se basó la ópera. Pero en lo que a conceptos se refiere, el de Sharon es sumamente curioso, no sólo porque da la vuelta a la ópera cronológicamente, sino porque la presenta despojada de todo su encanto pictórico tradicional y de una sola tacada, sin interrupciones. El sencillo vestuario de Jessica Jahn se atiene a la época y el decorado minimalista (y consciente del presupuesto) de John Conklin utiliza poco más que el marco de una puerta de madera y una larga barra inclinada de luz fluorescente para crear la buhardilla de los actos primero y cuarto. Es posible que los jóvenes cantantes que integraban el reparto no destacaran vocalmente, pero todos interpretaron sus papeles con energía y convicción.
Casualmente, dos semanas antes yo había visto la que podría calificarse como antítesis de esta producción: la clásica puesta en escena de Zeffirelli en el Met, que continúa arrancando exclamaciones y vítores del público por su esplendor visual ultrarealista, y que sigue dividida en tres partes con dos largos intermedios. De este modo, me resultó más fácil apreciar el planteamiento de Sharon: hay una frescura en su Bohème que no puede esperarse de una producción de hace cuatro décadas cuyo reparto no ha podido trabajar con su director original. El cuarteto del tercer acto posee una dinámica particularmente atractiva, con Musetta adquiriendo un protagonismo especial (la escena termina con ella en conmovedora soledad); y el Café Momus del segundo acto, cuya escenografía se reduce a una larga mesa y un grupo de cabezas de marionetas de póster, vibraba con un ímpetu caóticamente jubiloso. Pero también se advierten errores de cálculo, sobre todo en el primer acto (el último en esta producción). ¿Por qué se omite toda la escena de Benoit, cuando es un elemento importante para establecer la especial camaradería entre los cuatro compañeros de piso? ¿Por qué Rodolfo y Mimì interpretan sus grandes números en el centro del escenario, de cara a la audiencia en lugar de declararse íntimamente el uno al otro? ¿Por qué -y esto es más grave- salen por los laterales en lugar de por la puerta, claramente establecida a la izquierda del escenario? Los miembros del público que no estaban familiarizados con la partitura -y parecía haber muchos- prorrumpieron en prematuros aplausos, sofocando el extático apóstrofe de los amantes al “¡Amor!” y arruinando de ese modo el mágico final no sólo del acto sino, en la versión de Sharon, de toda la ópera. Para colmo, a lo largo de toda la obra, un personaje inventado llamado “el Viandante” preparaba las escenas con introducciones habladas y las interrumpía con cada vez más molestos “¿Y si…?”
Natural de Chicago, Yuval Sharon -el primer estadounidense en poner en escena una ópera en Bayreuth (Lohengrin en 2018)- se ha convertido en una figura cada vez más prominente en la escena operística norteamericana. En pocos años ha transformado el moribundo Michigan Opera Theater en la innovadora Detroit Opera (el Met ha importado al menos dos de sus producciones). Sin embargo, como muchos de sus colegas contemporáneos, parece abordar la ópera con la cabeza más que con el corazón. El principal problema de su ‘Bohème al revés’ es que finalmente no llegamos a conocer a sus personajes tal y como querían presentarlos Puccini, Illica y Giacosa: por ejemplo, no nos enamoramos de Mimì y Rodolfo al mismo tiempo que ellos se enamoran uno de otro. Sharon nos brinda un concepto de La bohème, pero no la Bohème real.
Corrado Rovaris, el inmensamente valioso director musical de la Ópera de Filadelfia, llevó a cabo una lectura enérgica y al mismo tiempo llena de matices de la partitura, y casi puedo perdonarle su complicidad en el exilio del pobre Benoit. Así y todo, hace tan sólo cuatro años dirigió una Bohème mucho mejor para la compañía, en la colorida, poco tradicional y divertidísima puesta en escena de Davide Livermore. ¿Por qué la Ópera de Filadelfia, con tan pocas óperas en su repertorio de temporada y tantos clásicos aún sin producir, ha optado por otra Bohème? Quizá algún día, mirando en retrospectiva, llegaré a entenderlo.
Patrick Dillon