FESTIVAL VERDI DE PARMA 2019 / Luisa Miller: ópera en una iglesia en obras
Parma, Iglesia de San Francesco del Prato. 28-IX-2019. Verdi, Luisa Miller. Francesca Dotto (Luisa Miller), Martina Belli (Federica), Amadi Lagha (Rodolfo), Franco Vassallo (Miller), Riccardo Zanellato (Walther), Gabriele Sagona (Wurm). Coro y orquesta del Teatro Comunale de Bolonia. Dirección musical: Roberto Abbado. Dirección escénica: Lev Dodin.
La gran iglesia franciscana de Parma se desacralizó en época napoleónica convirtiéndose en cárcel. Se compartimentó en pisos para construir tétricas celdas, que funcionaron durante casi dos siglos. Recientemente se ha emprendido un amplio proyecto de restauración para devolverla a su forma y uso original, que aún no ha finalizado. El Festival Verdi buscando un nuevo proyecto, que continúe los tres años en el Teatro Farnese, ha decidido incorporar este espacio que han anunciado como “un cantiere in movimiento”, una obra en movimiento. El lugar no puede ser más alternativo, porque en realidad aún no es una iglesia sino una inmensa obra cubierta de andamios metálicos. El efecto es más el de estar en una gran fábrica que en un centro religioso. En la zona del ábside se situó el escenario, mientras que el público se dispuso a lo largo de la extensa nave central.
La propuesta escénica del ruso Lev Dodin aprovechó bien la singularidad del espacio. Con un escenario de gran profundidad el decorado se ubicó en el ábside sobre una estructura integrada en los andamios de la obra. El propio Dodin habla de un concepto de sacralidad que no se adapta bien ni a un espacio en obras (vemos más los andamios que la propia iglesia), ni a un argumento como el de Luisa Miller. Logra algunos efectos hermosos, como el de ubicar en alto a la soprano protagonista durante toda la primera parte (más de hora y media sin apenas moverse, incluso cuando no participa en la acción), a modo de una Virgen resplandeciente. Nueva contradicción ya que el personaje de Luisa Miller, a su pesar, es inspirador del mal, como sucede en la historia. Se reducen los movimientos de los cantantes al mínimo buscando un cierto misticismo. Todo muy bien apoyado por un magnífico juego de luces que no solo iluminaba la zona de escenario sino toda la iglesia, con cambios de la gama cromática en relación con los personajes: el blanco para la pureza de Luisa Miller, el azul para el tenebrismo de la malvada conjura y el rojo en el triunfal mundo de la duquesa Federica. En un gran efecto final se hace un oscuro sobre una larga mesa iluminada solo con velas, reapareciendo todos los presentes muertos, como una extensión general del fatal veneno que han ingerido los protagonistas, mientras al fondo regresa el rojo de Federica. Los más puristas comentaron que solo deberían morir los señalados en el libreto.
El reto fundamental lógicamente es el acústico. La iglesia es alta y larga, pero a la vez estrecha, lo que compensa el sonido. Resulta inevitable una cierta sensación de distancia sonora, lógica dado el carácter alternativo del espacio. La historia ha demostrado que el teatro a la italiana es un modelo perfecto para el canto y así permanece hasta nuestros días, por lo que cualquier otro lugar siempre resulta problemático. La distancia apaga un poco el color de las voces, especialmente en los sonidos graves, lo que fue un hándicap para una ópera donde hay dos bajos protagonistas. Tanto Zanellato como Sagona, muy conocidos por sus buenas prestaciones en este repertorio (el primero triunfó el año pasado como Attila en este mismo festival) no tuvieron su mejor noche, aunque ambos supieron buscar las mejores opciones sonoras, asumiendo que la sequedad y el polvo del lugar nunca son buenos para cantar.
De forma positiva, la resonancia de la iglesia favoreció el legato para el canto lírico, ayudando a mantener la continuidad de la línea melódica. Esto fue bien aprovechado por el tenor Amadi Lagha que tuvo una noche magnífica controlando una voz aún técnicamente no depurada; obtuvo justificados aplausos en la famosa aria Quando le sere al placido, donde lució un hermoso timbre. La soprano Francesca Dotto alcanzó un gran nivel, con una hermosa voz y un canto lleno de sfumature y delicadezas. Haciendo gala a su personaje se convirtió en la auténtica protagonista de la ópera, buscando los contrastes psicológicos del papel. Bien también la mezzo Martina Belli, con momentos de intensidad lírica como el cuarteto a capella del segundo acto, un número de gran dificultad que transformó el espacio de la iglesia en algo casi místico.
Luisa Miller es una ópera con muchos personajes, hasta seis protagonistas con una intrincada red de relaciones. Los mayores aplausos fueron justamente para Franco Vassallo un gran barítono que en su repertorio incluye casi todos los grandes papeles verdianos (17 en total), entre ellos muchos padres (Germont, Rigoletto o Amonasro); el de Miller dialoga con todos estos. Su voz pastosa y rica lució en su aria de presentación (cantando con fuerza la cabaletta Ah! fu giusto il mio sospetto!…) y en el trágico encuentro final con su hija del acto III.
Magnífica la dirección de Roberto Abbado, un director que sabe conjugar la riqueza sonora de la orquestación verdiana con el impulso de la tensión dramática. Impresionante su sinfonía, donde desveló el Verdi más beethoveniano, sobre un tempo agitado y una gran fuerza expresiva. Todo muy buen seguido por la excelente orquesta del Comunale de Bolonia, que mostró una variada gama de colores, desde los solos del clarinete hasta los registros agudos de las cuerdas. Sin duda el minucioso trabajo de Abbado contribuyó a crear equipo con las cantantes, asumiendo la diversidad del espacio. Originalidad escénica pero también sonora, buscando ese equilibrio siempre necesario en el género operístico.
Víctor Sánchez Sánchez