Festival de Beaune 2023: crónica general
Beaune. 28, 29 y 30-VII-2023. Festival Internacional de Ópera Barroca y Romántica.
Basílica de Notre-Dame. Ana Quintans & Cécile Achille, sopranos; David Tricout, haute-contre; Mathias Vidal, tenor; Cyril Constanzo, bajo; La Chapelle Armonique; Valentin Tournet, director. Te deum (obras de Charpentier y Jacques Danican Philidor).
Thomas Dolié, barítono; Les Musiciens du Louvre; Marc Minkowski, director. Nouvelle symphonie (obras de Rameau).
Andreas Scholl, contratenor; Edin Karamazov, laúd. Obras de Dowland, Campion, Haendel, Johnson y Karamazov.
La cuadragésimo primera edición del Festival de Beaune, que se ha desarrollado durante cuatro fines de semana del mes de julio, ha tocado a su fin de forma brillante con tres conciertos de gran altura que han contado con la participación de La Chapelle Armonique de Valentin Tournet, Les Musiciens du Louvre y el barítono Thomas Dolié bajo la batuta de Marc Minkowski y un recital de Andreas Scholl acompañado por el laudista Edin Karamazov.
El jovencísimo director y violagambista Valentin Tournet, uno de los representantes de esa fantástica y casi inverosímil hornada de intérpretes franceses que ha irrumpido en los últimos años en el mundo de la música barroca, ofreció junto a su grupo La Chapelle Armonique -liderada por Manfredo Kraemer- un programa que bajo el título Te deum reunía varias obras sacras de Marc Antoine Charpentier junto a otras de muy distinto carácter de André Danican Philidor, programa que acaba de grabar para el sello Château de Versailles Spectacles y que saldrá a la venta en septiembre. El concierto comenzó con el inusual De profundis H.189 de Charpentier, compuesto tras la muerte de la reina María Teresa de Austria en 1683, aunque no se conoce ni el lugar ni la fecha de su primera interpretación. Sí sabemos que en las exequias fúnebres que tuvieron lugar en la Basílica de Saint-Denis se interpretó un De profudis de Lully. El de Charpentier es una obra raramente interprtada y grabada de la cual sólo conozco dos versiones: una añeja de Louis Devos y otra de Edward Higginbottom. La interpretación de Tournet mejoró ampliamente ambas e hizo justicia a una obra notable, de considerables dimensiones, escrita para orquesta de cuerda a cinco partes -en lugar de las cuatro habituales en el compositor-, flautas, coro y solistas. Se trata de música de carácter grave, como corresponde al texto de este salmo penitencial que sirve de oración por los difuntos en la liturgia católica; de hecho, Valentin Tournet dedicó su interpretación a la memoria de Kadder Hassissi, director y cofundador del festival, recientemente fallecido. Tournet destacó el carácter elegíaco y solemne de esta música suntuosa con unos tempi relativamente lentos pero manteniendo en todo momento la tensión en una obra que tiende al estatismo; los solistas y el coro cuajaron una buena interpretación, haciendo brillar una música dramática y deslumbrante que encontró en la bellísima basílica de Notre-Dame un marco perfecto.
La siguiente obra del programa, el Magnificat H 79, también es poco frecuente. Frente a otras versiones del mismo himno más transitadas por los intérpretes -Charpentier compuso al menos diez versiones diferentes del Magnificat, cántico a la Virgen que suele cerrar el oficio de Vísperas- de esta no hay mucho rastro discográfico. Se trata de una obra más modesta, escrita “a 4 voces con instrumentos”. La interpretación se desarrolló al mismo nivel que la anterior, con una adecuación estilística que para los grupos franceses es natural.
Charpentier compuso al menos cuatro Te deum. Estas obras celebraban nacimientos y curaciones de miembros de la familia real o victorias militares. Tal es el caso del más famoso de todos (H.146), cuyo preludio anunció durante décadas las conexiones televisivas de las competiciones deportivas europeas y todavía lo hace a esa rancia exhibición de lo kitsch que es el festival de Eurovisión. Esta obra fue compuesta para celebrar la victoria de Steinkerque en 1692 en el contexto de las guerras que Francia mantuvo con otras potencias europeas, entre ellas la España de Carlos II, a finales del siglo XVII. Y es que Luis XIV era celebrado en la música al mismo tiempo como príncipe de la paz (así ocurre en los prólogos de algunas tragedias líricas de Lully) y como victorioso héroe sin rival en los campos de batalla (también hay ejemplos de ello en obras para la escena, donde se equipara al Rey Sol con Marte o Hércules), sin que se viera en ello la más mínima contradicción. El nivel de la interpretación subió respecto a las piezas anteriores, más vigorosa y enérgica. A ello contribuyó la aparición de los tres trompetistas (Emmanuel Mure, Philippe Genestier y Arthur Montrobert), cuya prestación fue sensacional, al igual que la del percusionista Sylvain Fabre.
Tal y como era costumbre en la época cuando se interpretaba un Te deum, éste fue precedido de una serie de breves marchas y fanfarrias, en este caso de Jacques Danican Philidor, miembro de una de las sagas más fecundas de la música barroca francesa: catorce músicos de esta familia durante cinco generaciones sirvieron a la monarquía francesa – aunque el origen de esta dinastía parece ser escocés, pues el Danican no es más que una galización de Duncan- como miembros de la Grande Écurie (establos reales), establecimiento al que estaban asignados los músicos que tocaban en celebraciones públicas (recepciones, desfiles, batidas de caza) pero también en las batallas. De hecho, Jacques Danican murió durante una de ellas en Pamplona en plena Guerra de Sucesión. Por cierto, que el apellido Philidor ha pasado a la historia no sólo por la música sino también por el ajedrez: uno de sus miembros, François André, es para muchos el jugador más grande del siglo XVIII y varias posiciones y estrategias de defensa que utilizó llevan el nombre Philidor.
El concierto finalizó con la repetición del último número del Te deum, In te domine speravi,
Al día siguiente turno para Marc Minkowski y Les Musiciens du Louvre, que ofrecieron como programa su último disco, segunda parte de su ya casi legendario Symphonie imaginaire, dedicado a extractos instrumentales de óperas de Rameau. Bajo el título Nouvelle symphonie, en este caso junto a fragmentos instrumentales de Castor y Polux, Les indes galantes, Zoroastre, Les paladins, La naissance d’Osiris, Acante et Cephise, Pygmalion y Dardanus, se incluyen también algunos fragmentos vocales de algunas de estas obras, interpretados en el disco por Florian Sempey y en el concierto por Thomas Dolié.
Es sabido que Rameau fue un gran orquestador. Sus audacias armónicas y su uso de la orquesta con fines dramáticos no siempre fue bien recibido, especialmente por los defensores de la tradición: los lullystas. Además, introdujo instrumentos poco frecuentes en Francia como los clarinetes o las trompas. Marc Minkowski es un gran “ramista”, y como tal ha dejado grabaciones antológicas de Dardanus, Hypolitte et Aricie y Platée (primero en disco y después en DVD, la exitosa producción de Laurent Pelly). Es un compositor que le va como anillo al dedo por su vitalidad y riqueza tímbrica y con el que suele dar lo mejor de sí mismo. Este fue el caso en el concierto que nos ocupa, con un Minkowski radiante, entregado, transmitiendo esa energía avasalladora -marca de la casa- a sus músicos
La interpretación fue sencillamente deslumbrante, con una prestación de la orquesta en todas las secciones difícilmente mejorable, desde el sensacional concertino Stéphane Rougier -todo un descubrimiento para el que esto escribe- hasta los bassons de Nicolas André, David Douçot y Florian Gazagne (ningún compositor en el Barroco ha dado a este instrumento la altura que le otorgó Rameau). Los tempi vertiginosos que imprimió Minkowski sólo una orquesta como esta puede llevarlos a cabo sin que el conjunto se emborrone, máxime cuando las texturas son tan complejas como en la insólita obertura de Acante et Céphise.
La parte vocal corrió a cargo del barítono Thomas Dolié, un habitual del repertorio. A él correspondieron los fragmentos de Les paladins (“Je puis donc me venger moi-même”), Les indes galantes (“Soleil on a détruit tes superbes asiles”), Dardanus (el monólogo de Anténor del cuarto acto cuyo climax es “Monstre affreux”) y Castor y Pollux (“Nature, Amour, qui partagez mon coeur”). Dolié no es Sempey, carece de sus medios y de su intensidad dramática (si no la conocen les recomiendo que busquen el video de su interpretación de “Monstre affreux” de la Ópera de Burdeos) pero llevó a cabo una interpretación entregada y vocalmente más que correcta.
La chispeante e irresistible música de Rameau servida de forma tan magnífica no podía más que provocar una entusiasta respuesta del público y así fue. Minkowski tomó la palabra para anunciar la primera propina, nada menos que la “Entrée de Polymnie” de Les boreades, quizás la música más bella que salió de la pluma de Rameau, que Minkowski quiso dedicar a Kader Hassissi. Lo razonable hubiera sido terminar el concierto aquí pero los aplausos continuaron, Minkowski estaba con ganas y emborronó el mágico momento con algo innecesario: un pastiche pseudobarroco compuesto por el compositor Laurent Couson a partir de temas de ABBA (aquí entroncamos de nuevo con Eurovisión) en forma de concerto grosso, precedido, eso sí, de una fantástica improvisación a cargo del clavecinista Yoann Moulin. Y como esto no podía terminar así, la orquesta atacó “Les sauvages” de Les indes galantes para terminar, ahora sí, con un magnífico sabor de boca.
Para cerrar el festival, otro habitual, otro amigo, como dijo en la presentación del concierto la directora Anne Blanchard. Andreas Scholl lleva casi treinta años acudiendo a Baeune y se nota pues él se encuentra en este festival como en casa. Y eso se traduce en una relajación y buen humor difíciles de encontrar en un cantante antes, durante y después de un concierto. La relajación procede en parte de su complicidad con Edin Karamazov. Scholl parece haber encontrado en el bosnio al acompañante perfecto para llevar a cabo el repertorio que mejor se adapta ahora a su voz y a sus intereses artísticos actuales, centrados en música de tono intimista.
Quizás algunos se pregunten cómo está Scholl de voz. Les confieso que yo iba a este concierto con todas las reservas del mundo pues hacía mucho tiempo que no sabía de él. Para mi sorpresa – agradabilísma sorpresa- he de decirles que su voz está en un estado envidiable en un contratenor de su edad. El timbre conserva buena parte de su belleza y los agudos siguen siendo luminosos. Es una voz sana, en la que no ha aparecido ese vibrato tan desagradable de las voces cascadas. Scholl mantiene plenamente muchas de sus virtudes, como una afinación casi impecable. Sigue teniendo esa capacidad para sostener una nota, mantenerla a base de un fiato casi inverosímil y hacerla vibrar sólo al final. Pero, además, diría que el alemán ha aumentado su sabiduría, ha ganado en expresividad y sus interpretaciones resultan más densas, más ricas. Sus lecturas de Dowland, un compositor que ha transitado con frecuencia a lo largo de su carrera, las encuentro más interesantes que nunca. Es sabido que Dowland es el epítome de la melancolía, tal y como atestiguan algunas de las canciones que Scholl escogió para el recital (“I saw my lady weep”, “In darkness let me dwell”), pero el contratenor alemán quiso conjugar este afecto con otras canciones con un enfoque más vitalista y carnal (“Can she excuse my wrongs”, “Say, Love, if ever thou didst find”, “Behold a wonder here”). En todas ellas concibió la interpretación siempre a partir del texto, expresando una gama de matices y emociones muy amplia y evitando tanto la frialdad como el preciosismo vacuo en que caen algunos intérpretes de Dowland.
Otro repertorio por el que se ha interesado Scholl a lo largo de su carrera y por el que parece haber recobrado el interés en los últimos años es el de las folksongs, canciones populares de distintos países de las que incluyó varios ejemplos en el recital: “I will give my love an apple”, “I am a poor wayfaring stranger”, “The water is wide” (más conocida como “Wally, Wally”) y “Down by the Salley Gardens”. Scholl ha grabado todas ellas en algún momento de su carrera con distintas formaciones, desde la orquesta de cuerda con la Orpheus Chamber Orchestra hasta el acompañamiento de piano con Tamar Halperin. Frente a ellas, el laúd de Karamazov aporta un tono más poético e intimista y las transcripciones del compositor cubano Leo Brouwer libera a estas canciones de cierto componente empalagoso del que a veces se les ha revestido.
No podía faltar en un festival haendeliano como es Beaune música del sajón: la cantata “Nel dolce tempo”, obra de su etapa italiana compuesta probablemente en 1708 durante una estancia en Nápoles y que Scholl grabó hace más de quince años con la Accademia Bizantina. Esta pequeña joya consta de dos recitativos que preceden a dos arias. Scholl dio la misma importancia a unos y otras, poniendo gran énfasis en el sentido del texto -una vez más- y contó con un bellísimo acompañamiento de Karamazov.
El laudista bosnio interpretó entre las piezas vocales varias improvisaciones, al menos así figuraban en el programa de mano, pero en realidad varias de ellas se trataban de composiciones para guitarra del citado Leo Brouwer que están incluidas en el último disco que han grabado Scholl y Karamazov bajo el título de “Canciones”. Entre ellas destaca la bellísima “An idea”, una passacaglia que Karamazov tocó con gran sentimiento. También interpretó algunos números de la transcripción de Brouwer de la primera suite para violonchelo solo de Bach, a la que dota de una frescura insólita, liberando a la obra del contrapunto más severo e incluyendo algunos elementos cercanos al mundo del flamenco, como en el trío del minueto; aunque dicho así pueda parecer poco menos que una herejía, se trata de un trabajo lleno de inteligencia que, haciendo buena la máxima de “menos es más”, mantiene plenamente la esencia bachiana y en manos de un artista como Edin Karamazov logra emocionar e incluso despertar alguna sonrisa, con un empleo del rubato admirable. Karamazov es un músico heterodoxo, desde la manera de relacionarse con el instrumento -su manera de cogerlo y de acercarse o separarse de él para que el público pueda oír la resonancia-, hasta algunos efectos onomatopéyicos que saca de él. A algunos quizás les pueda provocar rechazo pero hay algo tan tierno y sincero en todo ello y, a la vez, tal excelencia técnica que termina ganándose al espectador, empezando por el propio Scholl, que contemplaba a su acompañante con admiración.
El recital, dedicado en su totalidad a Kader Hassissi, resultó un clamoroso éxito y, fuera de programa, los intérpretes ofrecieron dos obras: el celebérrimo coral inicial de la cantata 147 “Jesus bleibet meine Freude” -emocionante escuchar a Bach en la voz de quien ha sido uno de sus más grandes intérpretes- y la canción popular “Annie Laurie”.
Imanol Temprano Lecuona
(Fotos: Cédric Le Borgne)