Ferias sin vanidades
Para muchos aficionados a la música y a los discos, como para muchos profesionales del gremio, el anuncio de la suspensión, al parecer definitiva, pues RX renuncia a su organización, del MIDEM —la histórica gran feria profesional de la música— es no tanto una mala noticia como un síntoma muy claro de los cambios que han acontecido en el negocio de la música —y no solo clásica— aun antes de la pandemia. Como, sin embargo, sigue sucediendo con la Frankfurt Buchmesse (la Feria del Libro de Fráncfort), el MIDEM era la gran ocasión anual en la que el mundo de la música, del rock a la clásica, de la étnica al jazz, se daba cita para todas esas cosas para las que sirven estos eventos: conocerse y reconocerse, ofrecer creaciones y novedades, revisar tendencias o apuntalar ideas más o menos fijas. Y en ese contexto fue en el que, de manera natural, con modestia pero con una mezcla de audacia y sigilo, la música clásica fue ocupando un espacio propio que acabó por hacer imprescindible para quien quisiera estar en el machito acudir a la cita anual en la bella Cannes.
Y es que no estar en el MIDEM era como no ser, pues en algunos negocios hay que ver siempre a la otra parte. Y en el caso de la música era así. Y lo era, sobre todo, a la hora de que se fuera consolidando la entonces —hablamos de hace más de veinte años— apasionante oferta de los sellos independientes, a la que, por cierto, tanto habría de ayudar la presencia de nuevas revistas del sector, poniendo el acento en mercados locales y, a la vez, ofreciendo a sus colegas información sobre esos artistas que podían —y pudieron y lo lograron— trascender los límites del consumo interno. En Scherzo tenemos muchos ejemplos.
La clásica en el MIDEM, la pequeña clásica, los sellos pequeños —de allí viene buena parte del prestigio internacional de BIS, MDG, Audite, Profil, Glossa, Alia Vox y tantas otras— supo hacerse un hueco suficiente y activo. Para ello resultó crucial la organización de los premios que se otorgaban por un jurado constituido por representantes de esas revistas europeas y americanas y que empezaron llamándose Midem Classical Awards para, tras el progresivo abandono por parte de la propia feria, convertirse en los Cannes Classical Awards y, finalmente y esperemos que con larga vida por delante, en los International Classical Music Awards, que supusieron la independencia definitiva de la idea y su autogestión por parte de las publicaciones que integran el jurado. Un jurado del que, como saben nuestros lectores, Scherzo forma parte desde el principio, como sucedió con las dos ‘vidas anteriores’ de los ICMA.
A la parte clásica del MIDEM le sucedió, con un planteamiento más ambicioso, basado precisamente en la clásica como elemento fundamental del certamen, Classical:NEXT, cuya décima edición debiera iniciarse en Hannover el 22 de febrero —recordemos que la anterior, la de 2020, hubo de ser suspendida— si el estado de la pandemia no lo impide. Classical:NEXT es un gran punto de encuentro, pero ha aspirado siempre a ser también un lugar para la reflexión no ya sobre la industria y sus necesidades sino sobre la política cultual y sus obligaciones. En ese sentido, sus premios a la innovación, destinados generalmente a proyectos de amplio contenido social y solidario, marcan una diferencia importante con lo que, por otra parte, hoy sería imposible de justificar vía resultados económicos: una mera feria comercial de un sector en imparable cambio. Pensemos en el que han experimentado cualquiera de los sectores que componen el gran aparato escénico de la música clásica, ese que no podrá nunca ser el que era: programadores, agentes, sellos discográficos… es decir, aquellos sobre los que recae una responsabilidad fundamental para que los artistas sigan haciendo lo que deben hacer, eso a lo que se dedicaban antes de cualquier virus: hacer música para alguien que los escuche. Se acabaron las ferias de las vanidades. ¶
(Editorial publicado en el nº 381 de Scherzo, de febrero de 2022)