Falconi, el inicio de la revolución
El formidable proyecto, en concierto y grabación discográfica, acometido por Concerto 1700 —el grupo que dirige el violinista Daniel Pinteño— y el contratenor Carlos Mena, gracias al cual se han recuperado cuatro cantadas sacras para contralto de Antonio Literes, obliga a una profunda reflexión y recomienda una rigurosa y profunda investigación para determinar qué ocurre en la música española durante la década de los años 20 del siglo XVIII, cuando se rompen todos los moldes arcaicos que le eran característicos y la meten de lleno en la modernidad italiana que impera en toda Europa (salvo Francia).
Se ha dicho siempre, generalizando, que ese cambio es debido a la llegada de un buen número de notables compositores italianos a nuestro país a raíz del advenimiento al trono de Felipe V. Y sí, eso es verdad. Pero los músicos italianos de ese periodo que tenemos por más representativos aparecen bastantes años más tarde que los Borbones. Francesco Corselli, por ejemplo, llega a Madrid el invierno de 1733, es decir, treinta y tres años después del inicio del reinado del primer Borbón. Luigi Boccherini y Gaetano Brunetti son incluso posteriores. Francesco Corradini desembarca en Valencia en 1728, de la mano del príncipe de Campoflorido, y su trasvase a la Corte de Madrid se produce en 1731. Nicola Conforto recibe el primer encargo de Fernando VI en 1752… Repasando la plantilla de compositores italianos que se establecen en España y que ocupan puestos clave, hay que llegar a la conclusión de que quien provoca esa gran revolución es Giacomo Facco o, quizá, Philippo Falconi. O, tal vez, los dos a la vez.
Facco se instala en Madrid en 1719 y Falconi lo hace cinco años más tarde. El primero ingresa como violinista en la Capilla Real en 1720 y el segundo es nombrado maestro de dicha Capilla Real en 1724, compartiendo magisterio con José de Torres. En opinión del musicólogo Raúl Angulo —que, junto a Antoni Pons en Ars Hispana, tanto está haciendo por recuperar el patrimonio musical español de esos años—, el responsable de la revolución es Falconi. Pero hasta ahora nadie ha investigado lo suficiente como para contrastarlo. De hecho, Falconi sigue siendo un perfecto desconocido, pues poco o nada se sabe de la suerte que han corrido sus obras y el único dato que sobre él se maneja es que, junto al mencionado Facco y a José de Nebra, compone —a razón de un acto cada uno— la ópera Amor aumenta el valor, estrenada en 1728 en el palacio lisboeta del Marqués de los Balbases, embajador de España en Portugal, para celebrar el matrimonio de los príncipes Fernando de Borbón y María Bárbara de Braganza, futuros reyes de España. Lamentablemente, de esta ópera solo se conservan el acto escrito por Nebra y la loa inicial, debida a Facco.
¿Quién fue Falconi? Tuvo que ser alguien realmente importante, a tenor del ninguneo a que fue sometido luego de su muerte, acaecida en Madrid el 9 de abril de 1738. Ya se sabe que en este país, en el que la envidia es el deporte nacional, se perdona todo menos el éxito. Y eso hace colegir que Falconi fue un músico de éxito. Así, por ejemplo, el musicólogo José Subirá (1882-1980) llegó a afirmar, en una de sus innumerables publicaciones, que Falconi era “incompetente en el desempeño de sus funciones”, si bien no hay la más mínima prueba que así lo atestigüe. Ya se sabe que la musicología del XIX se empeñó con el máximo ahínco en desprestigiar a todos los músicos foráneos que durante la centuria anterior habían trabajado en España. Subirá no fue una excepción.
Algún tiempo después de la muerte de Falconi, Corselli —que en julio de 1738 había sucedido a Torres como maestro de capilla— propuso la adquisición de sus obras sacras —al igual que de las de Torres—, con el propósito de reponer el Archivo Real, que había ardido en el incendio del Alcázar de Madrid en la Nochebuena de 1734. Se compraron, sí, pero el sucesor de Corselli en la Capilla Real, Antonio Ugena, consideró que las obras de Falconi no eran útiles y se deshizo de ellas.
Cuando el marqués de la Ensenada y Lorenzo Hermoso de Mendoza le preguntan a Nebra por esas obras de Falconi, no queriéndole llevar la contraria a Corselli, se limita a decir: “Del maestro Falconi es poquísimo lo que he oído, pero don Francisco Courcelle podrá informar a V. Ema. del mérito y circunstancias de sus obras” (Antonio Marín Moreno, Historia de la música española, Ed. Alianza Música, Madrid, 1985). Sin embargo, es absolutamente imposible que Nebra (que era uno de los cuatro encargados de adquirir, al frente del Archivo de Música de la Capilla Real, partituras para subsanar la pérdida causada por el incendio) no hubiera escuchado obras de Falconi: el bilbilitano residía en Madrid desde 1719 y en 1724 fue nombrado segundo organista de la Capilla Real, por lo que, a la fuerza, estaba en contacto permanente con Falconi y su música.
Nacido en Roma en fecha indeterminada, Falconi fue nombrado en 1721 por Felipe V maestro de capilla de La Granja de San Ildefonso, cuyo palacio, a imitación del de Versalles, comenzó a edificarse ese mismo año. La toma efectiva de posesión del cargo se produjo a principios de 1724, cuando Felipe V abdicó en su hijo Luis I. A la muerte de este, solo unos meses más tarde, Felipe V regresó al trono y los músicos de la capilla de La Granja se integraron en la Capilla Real, de la que, como antes indicábamos, Falconi fue designado maestro para suplir las reiteradas ausencias por enfermedad de Torres. Al igual que Torres, Falconi compuso un réquiem por la muerte de Luis I.
Entre 1729 y 1732, Falconi viajó con la Corte por Badajoz, Sevilla, Granada y otros lugares, y se encargó del entretenimiento musical de esta. Allí coincidió, entre otros, con Domenico Scarlatti. A su regreso a Madrid, continuó con sus diversas funciones como maestro de la Capilla Real, entre ellas, la de elaborar música sacra. Entre los albaceas de su testamento, otorgado el 10 de febrero de 1738, estaban el conde de Cogorani —uno de los chambelanes del rey— y José de Cañizares, el libretista más popular de toda España en aquel periodo.
Dada la importancia que tuvo Falconi, es cuando menos sorprendente que no haya quedado prácticamente ningún rastro de su música. Pero, parafraseando al gran Eduardo Marquina (en boca del capitán Diego de Acuña, en el verso final del segundo acto de En Flandes se ha puesto el sol), “España y yo somos así, señora”. ¶
Eduardo Torrico