ESTELLA / La SMADE, en su cincuentenario
Estella. Diversos espacios. 6/8-IX-2019. Isabel Villanueva, Carlos Mena, Jordi Savall, Pedro Esteban, Europa Galante y Fabio Biondi.
Esta acrisolada muestra de música antigua y barroca que es la Semana de Música Antigua de Estella (SMADE) ha cumplido sus primeros cincuenta años, lo que no está nada mal. Y con tal motivo su actual director, Íñigo Alberdi (que lo es también de la Sociedad Coral de Bilbao), ha construido una programación de altos vuelos en la que han participado algunos de los artistas que ya dejaron su impronta en pasadas ediciones, como, entre otros, el veterano pianista Antonio Baciero. Aquí vamos a reflejar nuestras impresiones sobre los cinco últimos conciertos de la muestra —que se ha extendido del 1 al 8—, buenos ejemplos de las calidades que a veces se esconden en estas manifestaciones periféricas alejadas de la luz de los grandes focos pero básicas para fomentar la afición y el conocimiento de los habitantes de la zona (y de los ocasionales visitantes).
En la Iglesia de Santa Clara pudimos disfrutar con el sonido denso, aterciopelado, oscuro y homogéneo de la violista pamplonesa Isabel Villanueva, que tañe un instrumento Enrico Catenar construido en Turín en 1670. El programa tenía su miga, pues se nos ofrecían obras barrocas y actuales, que la intérprete abordó con total solvencia y seguridad haciendo gala de una técnica muy sólida, de una afinación intachable y, también, de una expresividad de notable sobriedad dentro de un estilo muy cuidado y marcado por una cierta impavidez emocional. Escuchamos concentradas recreaciones de las Suites nº 1 y 2 para violonchelo solo de Bach, BWV 1007 y 1008, en una hermosa transcripción.
Ignoramos si es la firmada en su día por Patricia McCarty. Ningún problema para Villanueva en las dobles cuerdas. Nos asombró la limpidez, la intensidad y la estupenda reproducción de agilidades de algunos pasajes, como las exhibidas en el Preludio de la nº 2. Habríamos deseado una mayor gracia y un aire más sandunguero en muchos otros momentos. Las calidades de la violista se pusieron de nuevo de manifiesto en la soberana interpretación de In Nomine y Perpetuum Mobile del ciclo Signs, Games & Messages de Kurtág (1926), en donde la instrumentista lució se capacidad de concentración y su refinamiento, con agudos exquisitos, por un lado, y su magnífica técnica, muy útil para el centelleo de la segunda pieza, por otro. Los tres movimientos de la Suite Pirin de la joven búlgara Dobrinka Tabakova (1980) mostraron de nuevo las posibilidades polifónicas de la viola y nos abrieron al exotismo de los aires populares balcánicos. Una Sarabanda bachiana de regalo cerró la sesión.
Ya en el más amplio espacio de la Iglesia de San Miguel pudimos seguir la plausible interpretación de una amplia selección de El Mesías de Haendel bajo el mando seguro y elástico de Carlos Mena, que se nos ha revelado, batuta en mano, como un director al menos tan eficiente como en su desempeño de contratenor, de lo que también nos dio cumplida muestra. Se trataba de un concierto participativo en el que, junto a la Orquesta Sinfónica de Navarra y la Coral de Cámara de Pamplona, intervenían dos Coros de aficionados de la zona: el Ereintza Abesbatza y el Camino de Santiago de Ayegui, que se mostraron entusiastas, más que cumplidores, relativamente empastados y algo inseguros (aunque el segundo, según nuestras noticias, no era la primera vez que acometía la partitura: lo había hecho hace tiempo con los mismos conjuntos base).
Tras una obertura en cuyo fugato echamos de menos una mayor conjunción, y de una plausible intervención del tenor dimos un aprobado alto al primer coro, And the Glory, y una nota menos buena al siguiente, An He shall, en el que las agilidades sonaron difusas (tengamos en cuenta la reverberación del recinto). La primera intervención de los aficionados, en el coro For unto us a Child is born, fue bastante digna, con Mena vuelto hacia ellos tratando de conjuntar tantos elementos. En general casi todo fue fluyendo sin especiales sustos, con algunos inevitables atropellamientos, así en el Aleluya, que, de todos modos, fue expuesto con vibrantes acentos, acusados contrastes dinámicos y brío. El Amén fue solventado con notable claridad, aunque las voces masculinas del coro principal acusaron, como a todo lo largo de la sesión, una inevitable opacidad.
De los tres solistas hay que mencionar en primer término a la gentil soprano Jone Martínez, de voz clara y espejeante, luminosa, tocada de un tinte ciertamente infantil y candoroso, de buena afinación. En la difícil aria Rejoicie greatly mostró una límpida coloratura. El tenor, Diego Blázquez, mostró excelente estilo y un canto mesurado, aunque posee poco brillo tímbrico y cierta tendencia a los sonidos nasales. En cuanto al barítono Víctor Cruz, evidenció aptitudes muy notables para la emisión en piano y un centro de buen metal, aunque su zona superior se resiente de una falta de peso, de brillo, con sonido abiertos y destimbrados a veces. Mena, seguro y musical, hizo frasear a todos con propiedad sin dejar de marcar el tempo, incluso cuando él cantaba. Estupenda su interpretación de la dolorosa aria He was despised, donde la voz sonó plena, ancha, densa y expresiva.
Como se dice, la partitura se ofreció con una buena reducción de su metraje; quizá unos 40 minutos menos. Algunas arias y coros pasaron a mejor vida. Era lógica tal amputación para que todo cuadrara en un experimento que finalmente se saldó con aceptables resultados. Y en el que la Sinfónica de Navarra colaboró con eficiencia. Entusiasta reacción del respetable. Por lo escuchado se debió de manejar una edición próxima al original de Dublin de 1741, aunque con menores efectivos.
Con el título Bozes a cuatro tenía lugar en Santa Clara un ameno y bien planificado concierto para cuarteto vocal protagonizado por los cuatro solistas de El Mesías. El programa venía dividido en tres bloques de tres piezas bajo los epígrafes Murallas amorosas, Amor celeste y Saraos de amantes, presidido, como se puede uno imaginar, por claras efusiones amatorias: demandas, solicitudes, ruegos, ensalzamientos, sufrimientos. Todo envuelto en un elegante y singular erotismo bien apuntado en las músicas del XVI y XVIII de Juan de Torres, Juan Blas de Castro, Maestro Capitán, Manuel Machado y tres anónimos; algunas bastante extensas. Todo discurrió placenteramente, con los cuatro cantantes bien ensamblados y casi siempre muy afinados. La mano de Mena daba las entradas y encauzaba convenientemente el discurso, con sus numerosos meandros, contrastes dinámicos, ataques fulgurantes, silencios estratégicos y un transparente contrapunto cuando la ocasión lo requería.
Injusta es la tuya, anónimo con el que se abría la sesión, dio pie al lucimiento de soprano y mezzo (contratenor), muy bien acoplados a dos voces. En Lucinda, tus cabellos advertimos el hermoso crescendo con diminuendo de cierre en una pieza que trabaja sobre continuas variaciones del tema inicial; en Desde las torres del alma de Blas de Castro se nos ofreció un curso muelle y delicado hasta el violento ataque del tenor. El anónimo En Belén están mis amores apreciamos pasajeros emborronamientos a lo largo de las vertiginosas aceleraciones. Chisposa y animada, con graciosos contratiempos, Dos estrellas te siguen, de Manuel Machado. Como regalo, un travieso anónimo. Este cuarteto vocal, ahormado por Mena, sin duda tiene un buen porvenir. El equilibrio está conseguido a falta de una mayor presencia, una más amplia resonancia en el bajo.
Llegamos al concierto de Jordi Savall y Pedro Esteban en San Miguel, con la iglesia abarrotada; lo que ha sido norma en la Semana. Los dos intérpretes, que trabajan juntos desde hace más de treinta años, están perfectamente acoplados y ofrecieron un variado viaje por músicas de Oriente y Occidente, con Savall a la lira de arco, el rebel (o rabel) y el rebab, y Esteban a la muy variada percusión. Dos instrumentistas que pintaron ante nosotros un variopinto paisaje de innumerables colores, pese a lo que en principio se pudiera suponer dada la similitud de los timbres y la aparente monotonía de las piezas. Saltamos de una marcha fúnebre bereber a una Danza bizantina, a un saltarello, a distintas páginas tradicionales de Europa y Asia. Aplaudimos el famoso Lamento de Tristano procedente de la Italia del siglo XIII, la tan animada y rítmica Riza de Cantemir, la Oda a la libertad de Armenia, las páginas de Alfonso el Sabio y la canción de cuna de regalo (cuyo comienzo tanto se asemeja al de la Nana de Falla), que concluye con un tourbillon de rítmica contagiosa y que motivó los inacabables aplausos.
La Semana llevaba el importante broche de un conjunto tan acrisolado y afamado como Europa Galante, con su fundador, el violinista y director Fabio Biondi, al frente. El grupo, reducido aquí a sólo ocho músicos, parece haber perdido algo de su fogosidad y su pegada de antaño. Se muestra como más “educado”, más acorde con una tradición libre de travesuras y originalidades a veces fuera de sitio. Mantiene el empaste, el equilibrio de voces, el ajuste y la afinación; dentro de un estricto y respetable orden. Ofrecieron versiones de altura de un Concerto grosso (op. 6 nº 20) de Corelli, de un Concierto (sol menor) y de un Concierto para violín (do mayor) de Vivaldi, de una hermosa Sinfonía Fúnebre “en memoria de su esposa” de Locatelli, con un Grave especialmente suspirante, y dos magníficas partituras de Telemann, Obertura-Suite Les Nations, en si bemol mayor, de robusta concepción, y Concierto para violín en la misma tonalidad “dedicado a Pisendel”, en el que Biondi tuvo su mejor momento, con ataques modélicos, afinación intachable y tersura sonora, en la tesitura media y grave que a él le va mejor. Los agudos a veces suenan en su arco en exceso descarnados.
El empaste se hizo también más evidente en esas piezas finales. La luminosidad de Corelli y Vivaldi quedó un tanto oscurecida, con unos graves en exceso corpóreos que proporcionaban una abusiva presencia del violone –tañido, curiosamente, por un navarro, Patxi Montero-, que ahogaba demasiado las frecuencias más agudas. Pocas veces pudimos advertir la sonoridad del clave y de la tiorba. Regalaron una de las piezas de Les Nations de Telemann, la titulada Les Moscovites, pesante y pomposa.
Arturo Reverter
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