¿Es tarde para recuperar la sensatez?
Les aseguro que prefiero escribir sobre asuntos como el último (que no es el último) coral de Bach o sobre otras historias bonitas, interesantes o curiosas relacionadas con obras, compositores o intérpretes. Pero también siento que no puedo permanecer callado ante el continuo bombardeo de estupideces que no deja que uno dé el debido descanso a la pluma denunciadora. Solo pensar en el clásico aserto de “el que calla, otorga” me pone los pelos de punta y dispara todas las alarmas. Si callando, otorgo, no seré yo quien calle cuando conozca algún nuevo episodio de idiotez, casi siempre criatura de la infausta corriente revisionista inundada de esa plaga infecta que es la corrección política, un fenómeno de asombrosa capacidad destructiva sobre la historia de la civilización occidental.
Plaga que, en lugar de aprovechar lo que las sombras de dicha historia pueden enseñarnos, se obstina en engañar a las nuevas generaciones escondiendo esa oscuridad bajo una luz de hipócrita y mentirosa adecuación a lo que determinados oráculos, ungidos de una sabiduría pretendidamente inatacable por sabe Dios qué entes superiores, han decidido e impuesto como dogma indiscutible. La plaga, últimamente, parece haberse ensañado con obstinada intensidad sobre el veterano maestro italiano Riccardo Muti, por fortuna enérgico defensor de un valor tan elemental como el sentido común. No hace mucho relataba el episodio, entre grotesco y deprimente, de la protesta elevada por dos sindicatos de profesores franceses que denunciaron el ataque a la laicidad que suponía la interpretación, por parte de Muti, del Ave Verum mozartiano en el santuario de Lourdes
Aún estaba fresca la tinta de ese artículo cuando descubrí otro ataque a la sensatez y otra prueba para la paciencia del octogenario maestro napolitano. Muti ha estado estos días en Chicago para dirigir tres interpretaciones de Un ballo in maschera de Verdi en versión de concierto. En una entrevista concedida a Ronald Blum para Associated Press, Muti se despacha, con sobrada razón, sobre la epidemia (¿o pandemia?) de directores de escena revisionistas empeñados en convertir las óperas en lo que no son. Pero en el curso de la entrevista descubrimos otra cosa.
Dice Blum que “Muti no alteró el libreto”, en referencia a una línea del mismo que aparece en los inicios de la obra, cuando un juez presenta a Ricardo una serie de despachos para la firma. El diálogo es este:
RICARDO
¡Qué leo!
¡El exilio para una mujer! ¿Por qué?
¿Cuál es su nombre?
¿De qué se le acusa?
JUEZ
Se llama Ulrica,
de la inmunda sangre de los negros.
ÓSCAR
En torno a ella se agolpan
todas las razas.
Es la gran adivina del futuro…
JUEZ
A su abyecto antro sólo acuden
truhanes, es sospechosa
de todo vil consejo. Merece el exilio,
no cambiaré mi veredicto.
Muti comentó a la orquesta que, en muchos teatros estadounidenses, la línea en la que el juez dice “de la inmunda sangre de los negros” era cambiada para cumplir con lo políticamente correcto, pero él defendió mantener el texto como estaba para evidenciar que lo que pretendía Verdi era, justamente, denunciar el despropósito del juez. Decía Muti, con toda la razón: “No debemos cambiarlo, para que las siguientes generaciones sepan la clase de abominaciones que se han cometido durante siglos. Si no cambiamos [la conducta], no resolvemos el problema”.
En otra entrevista sobre la misma cuestión, publicada por Il Corriere della Sera, el maestro comenta que al tenor encargado de pronunciar la frase en cuestión, un cantante de color, le preguntó si le incomodaba mantener el texto, a lo que respondió: “Después de su explicación, no”.
Naturalmente, hay que aplaudir la consistencia, paciencia, conocimiento y habilidad de Muti, que ha sido capaz de respetar la integridad del texto de la ópera por encima de la demencial corriente que amenazaba con cargársela. Sin embargo, uno no puede evitar cierto sentimiento de tristeza ante una reflexión que parece necesaria. ¿A qué extremos hemos llegado en que una obra que está bien instalada en la historia universal de la lírica necesita de una explicación por un gran maestro, como Muti, para justificar que no se cometa contra su integridad un atentado de lesa historia? Más aún, ¿qué clase de enseñanza reciben los músicos, cantantes incluidos, como para que se produzca una respuesta como la citada (“después de su explicación, no”)? ¿Estaba afrontando el tenor la interpretación pensando que había que cambiar el texto? ¿Lo habría cambiado de haber estado en el podio un maestro menos resuelto a enfrentarse a la plaga políticamente correcta? Aterra pensar que, probablemente, sí.
En efecto, hemos llegado a esos extremos. A extremos de una deprimente, irritante y ciega idiotez que, en lugar de intentar aprender de la historia, pretende criar unas generaciones futuras catetas, engañadas y aborregadas. Como señaló el maestro a la orquesta en el primer ensayo, “cuando todo se haya derrumbado en 20 o 30 años, igual piensan ustedes: tal vez Muti tenía razón”. Puede ser. Uno diría incluso: más vale que nos demos cuenta de que Muti tiene razón ahora, mejor que cuando todo se haya ido al garete. Ahora. Porque estamos tardando demasiado. Como hubiera dicho Violetta en La traviata: “È tardi!”.
Rafael Ortega Basagoiti