Erotismos musicales

ZEMLINSKY: Die Seejungfrau
SCHREKER: Der Geburtstag der Infantin / Royal Liverpool Philharmonic Orchestra. Dir.: Vasily Petrenko / Onyx
En los primeros años del siglo XX, cuando Arnold Schoenberg saltó del tren armónico en marcha a una zanja atonal, sus amigos y colegas seguían encontrando margen de maniobra en los sonidos que podían obtenerse a partir de una orquesta de cien instrumentistas.
En 1905, el cuñado y único maestro de música de Schoenberg, Alexander Zemlinsky, presentó en Viena una suite llamada La sirenita, que poco después retiraría de la circulación, al parecer por motivos fundamentalmente psicosexuales, que examinaré en un ensayo que publicaremos más adelante en estas mismas páginas. Baste decir aquí que La sirenita es una obra que sabe transmitir a la perfección un deseo absorbente, lascivo y autolacerante, de una fijación erótica inconsumible.
A unos cientos de metros de distancia, otro experto colega de Schoenberg y Zemlinsky, el consumado Franz Schreker, compuso una suite de danzas sobre El cumpleaños de la infanta de Oscar Wilde, un autor cuyo mero nombre ya insinuaba actividades de las que no se debía hablar en sociedad. Tanto Zemlinsky como Schreker llegaron al límite en la explotación de los recursos sinfónicos, salpicando sus partituras de infinidad de colores orquestales y exprimiendo hasta la última gota de angst de los intersticios de las cuerdas y las maderas, con solos de violín sirviendo de lúbricos emplastos. Se trata de frutos musicales deliciosamente prohibidos, que rompen numerosas reglas de la decencia pública y son tan incorrectos desde el punto de vista del género que la actual policía del pensamiento multaría a cualquiera que los silbase por la calle.
No hace falta decir que este álbum, grabado en pleno año Covid por la Royal Liverpool Philharmonic y su director saliente Vasily Petrenko, es absolutamente irresistible. Interpretado sin tapujos ni restricciones, nos ofrece una orgía sonora que los británicos nos moriríamos por escuchar en vivo en una sala de conciertos. En fin, nos queda el consuelo de poderla disfrutar en disco. Y, cuando volvamos a poder acceder a un auditorio, yo seré el primero en preguntar por qué las orquestas no tocan este tipo de composiciones que nos dejan con los labios humedecidos, en vez de tener que escuchar una y otra vez aburridas piezas escritas por marginales quieroynopuedos. Venga de nuevo la decadencia orquestal; todo será perdonado.
Norman Lebrecht