En la muerte de Fernando Peregrín: adiós a un caballero ilustrado
Nos ha dejado Fernando Peregrín, amigo entrañable, hombre de muchos saberes, divulgador científico, ducho en epistemología, comentarista musical, caudaloso escritor. Amigo irreductible. Su porte en sus buenos tiempos era el de una persona vivaz, ágil, nerviosa, con permanente afán por saber. De hecho fue un notable comunicador de diversas materias, entre ellas, a lo largo de muchos años, incluidos los finales, la música.
Era un formidable conocedor de los más arcamos entresijos del mundo operístico, que frecuentaba desde sus años mozos viajando de la Ceca a la Meca. Nos conocimos a finales de los setenta y mantuvimos, junto con otros amigos, animadas conversaciones hiladas mientras hacíamos las eternas colas en busca de entradas para los conciertos de la Orquesta Nacional, a los que asistíamos en comandita. Era frecuente que tras la escucha nos acercáramos a saludar al maestro de turno al que, en muchas ocasiones, habíamos tenido ya ocasión de tratar en el curso de un ensayo.
Asistíamos a conciertos, a óperas, a sesiones de cámara, escuchábamos vinilos, comentábamos esto o aquello, hacíamos entrevistas, como una imborrable a Pilar Lorengar en el altar mayor de la iglesia del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Y otras muchas, en ocasiones a artistas extranjeros, cuyas contestaciones él, que hablaba estupendamente inglés, traducía sin problemas. Las revistas Ritmo y Scherzo (para la que se escribe este recuerdo doloroso) le abrían gustosas sus páginas. Por otro lado él informaba de lo que había visto en La Scala, en el Covent Garden, en el Met. Y sentíamos una sana envidia. Fernando hubo de sufrir, en medio de todas esas idas y venidas, de tantas y tantas aventuras, varios trágicos reveses. Su primera esposa, la gentil Blanca, murió de un derrame cerebral y no mucho más tarde sus padres y hermana desaparecieron víctimas de un desgraciado accidente.
El negocio familiar –una empresa destinada a la fabricación y distribución de material sanitario, en estrecho contacto con hospitales- sufrió esos embates, aunque aún se mantuvo un tiempo. Pero Fernando estaba a otras cosas y en sus horas libres se dedicaba a leer, a estudiar, a penetrar en los secretos de la música y de la ciencia. Tuvo, de un segundo matrimonio, más hijos, a los que siempre amó y con los que siempre congenió. Aún enfermo siguió viajando de aquí para allá, informándose, tratando de comprender tantas cosas de la vida; y de la muerte.
Penetró como pocos en el universo de la alta divulgación científica, aunque no dejó de cultivar sus aficiones y trabajos musicales, que publicaba en esta revista, en Ritmo, en Beckmesser, entre otras. Sus críticas eran muy analíticas, sesudas, explicativas, extensas, exigentes, honradas y sinceras y defendía con pasión sus puntos de vista. En el campo científico se hicieron famosos muchos de sus trabajos aparecidos en revistas especializadas, como Claves de Razón Práctica (La excepcionalidad europea en el origen de la ciencia moderna), Cuadernos de pensamiento político FAES (Evangelismo y catolicismo ante el creacionismo, la evolución y el cambio climático), Letras libres (El libro árabe, una especie en peligro de extinción), Revista de libros (Leonardo Da Vinci, criptógrafo y feminista de la new age).Por citar a vuelapluma solo algunos.
Curioso impenitente, hurgaba en los entresijos de cualquier materia y se hacía constantes preguntas, algunas sin respuesta. Todo ello lo compartía con los amigos, a través de conversaciones in situ o telefónicas; a por medio de comunicaciones a través de internet. Sus e-mails eran torrenciales y cargados de datos, fuese cual fuese la materia tratada. Y aunque no siempre se compartían con él criterios y opiniones en relación con artistas, con científicos, con escritores del más diverso pelaje, o en relación con determinadas interpretaciones musicales, ni tampoco respecto a determinadas ideas políticas, las discusiones acababan por ser enriquecedoras.
Su talante, su bonhomía, su cultura, su entusiasmo, su sempiterna postura positiva –pese a los palos que le había dado la vida- contagiaban y animaban. Sobre todo si se compartían en torno a una buena mesa. Todo ello suma a la hora de recordar al amigo, al compañero y en el momento de rendirle homenaje y dairle el último y cariñoso adiós.
Arturo Reverter