En el 350º aniversario del nacimiento de Tomaso Albinoni

Pocas veces una obra ha marcado de forma tan negativa a su autor como el Adagio de Albinoni. Y en este caso, con la agravante de que el pobre Albinoni ni siquiera compuso tan infausta pieza. El verdadero padre del esperpento fue el musicólogo italiano Remo Giazotto, quien lo perpetró en 1945 bajo el pomposo título de Adagio in Sol minore per archi e organo su due spunti tematici e su un basso numerato di Tomaso Albinoni (Mi 26). Publicado por Casa Ricordi en 1958, esta editorial aseguraba que Giazotto se había basado en fragmentos de un movimiento lento de una sonata en trío de Tomaso Albinoni, localizados entre las ruinas de la Staatsbibliothek de Dresde tras los bombardeos que sufrió la ciudad en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Un auténtico fraude, porque jamás nadie ha visto esos supuestos fragmentos. Es más, la propia biblioteca sajona desmintió que formasen parte de su archivo.
El mal ya estaba hecho, porque esta insustancial obrilla neobarroca de Giazotto, que aún hoy mucha gente da por hecho que pertenece a Albinoni, ha opacado la música —extraordinaria en cuanto a calidad y cantidad— del compositor veneciano, de quien se acaba de cumplir el 350º aniversario de su nacimiento. Albinoni es digno de una mayor consideración, siquiera por el hecho de haber sido tal vez el músico diletante más importante de la historia. Hijo de Antonio Albinoni, un acaudalado comerciante del sector del papel (y, más concretamente, de la fabricación de naipes) y propietario de varios inmuebles, Tomaso Albinoni nunca necesitó de la música para vivir. Compuso por amor al arte, como lo hicieron sus paisanos y coetáneos Benedetto y Alessandro Marcello, miembros de una familia de patricios vénetos que igualmente se dedicaron a la música por puro placer (con mayor fortuna el menor de los dos hermanos, Benedetto, que además de compositor fue magistrado, abogado y escritor).
Albinoni fue conocido —y reconocido— en su tiempo por su condición de creador de óperas. Fueron cerca de cincuenta las que escribió, la mayor parte de las cuales no han llegado a nuestros días. Sobre todo, porque Albinoni no se preocupó de que se publicaran (¡para qué, no necesitaba el dinero que le podría proporcionar la venta de las partituras!), aunque también porque algunas de las que sobrevivieron se perdieron durante los bombardeos de Dresde de 1945 a los que nos referíamos anteriormente (los electores sajones, grandes melómanos, no reparaban en gastos a la hora de comprar partituras o de contratar músicos, muchos de los cuales procedían de Venecia; eso explica que las partituras de Albinoni acabaran en Dresde). Sin embargo, no es menos cierto que sí se conserva numerosa música instrumental (99 sonatas, 59 conciertos y 9 sinfonías), de las que apenas se conoce más que otro Adagio —en este caso, sí es de su autoría, y bellísimo, por cierto—, correspondiente al Concierto en Re menor op. 9 nº 2. Su producción instrumental no desmerece para nada de la operística: la fama de Albinoni traspasó fronteras y hasta el mismo Johann Sebastian Bach empleó varios temas suyos para elaborar al menos dos fugas.
Albinoni ejerció pronto el oficio de papelero, pero lo supo compaginar con la música: desde muy joven, aprendió a tocar el violín y recibió clases de canto, sin que se sepa quiénes fueron sus maestros. Como compositor, probó primero suerte en el campo de lo sacro, aunque con no demasiada fortuna (de esta etapa solo se conserva una misa para tres voces masculinas sin acompañamiento). Sin embargo, no tardó mucho en pisar la senda del éxito en el ámbito de lo profano: en 1694, su ópera Zenobia, regina de ‘Palmireni se estrenó en el veneciano Teatro di SS Giovanni e Paolo, al tiempo que el editor Giuseppe Sala publicaba sus 12 Sonatas en trío op. 1. La mayor parte (28) de esa cincuentena de óperas fueron estrenadas en la propia Venecia. Quizá fueron más de cincuenta óperas, ya que el propio Albinoni aseguraba que había compuesto 81.
De ellas, solo se han grabado o representado tres en tiempos modernos: Il nascimento dell’Aurora, Il Concilio de’Pianeti y el intermezzo comico titulado Pimpinone. La primera fue llevada al disco por Claudio Scimone en 1985, con I Solisti Veneti (instrumentos modernos, en Erato). Más tarde, en 2007, lo haría en el sello Oehms René Clemencic (ahora, con instrumentos originales). Scimone registró, asimismo, la segunda, con la misma orquesta, para más tarde hacerlo (ahora con instrumentos originales) el argentino Annibale Cetrangolo, en Warner. En 1981, de nuevo Scimone grabó Pimpinone y, en 2002, Capella Savaria la plasmó CD (Hugaroton), ahora con el título de Vespetta e Pimpinone. Al margen de estas grabaciones íntegras de óperas, hay un CD con arias (de La Statira, L’incostanza schernita, L’Eraclea, Le gare generose y Ardelinda), a cargo de la soprano Anna Quintans y Concerto de’ Cavalieri, con Marcello Di Lisa en la dirección.
Il nascimento dell’Aurora merecería, al menos en España, una mayor atención. Siempre se ha pensado que fue estrenada —en 1710 o 1711— en la residencia del embajador de Austria en Venecia, pero investigaciones recientes prueban que el estreno tuvo lugar el 15 de agosto de 1708 en el Teatro Real de Barcelona, con motivo de la llegada a España de la princesa Isabel Cristina de Brunswick-Wolfenbüttel, esposa del archiduque Carlos, pretendiente al trono español con el nombre de Carlos III. El archiduque por ese entonces se hallaba en Barcelona para dirigir a sus tropas en la guerra frente al otro pretendiente, Felipe, duque de Anjou, que posteriormente sería proclamado rey con el nombre de Felipe V de Borbón. Por tanto, Il nascimento dell’Aurora habría sonado en Barcelona antes incluso que las tres óperas de Antonio Caldara estrenadas en la ciudad condal: Il più bel nome, Il nome più glorioso y L’Atenaide. Además de óperas, Albinioni compuso una cincuentena de cantatas, muchas de las cuales no solo se conservan, sino que se han registradas en disco.
Eduardo Torrico