Elgar, en buenas manos
EDWARD ELGAR:
Concierto para violín. Sonata para violín. Renaud Capuçon, violín. Stephen Hough, piano. London Symphony Orchestra. Dir.: Simon Rattle / ERATO
El primer solista al que escuché tocar Elgar fue el violonchelista francés Paul Tortelier en el Royal Festival Hall: elegante, expresivo y castamente romántico, ofreció media hora de belleza incuestionable. Yo era un niño y eso debió de ser hace sesenta años. Desde entonces, tal vez he escuchado a algún otro violonchelista francés enfrentarse a un concierto de Elgar, pero nunca, hasta ahora, a un violinista.
Renaud Capuçon me ha parecido una revelación en muchos sentidos. Cambia la flema británica por algo más galo y el dinamismo por una susurrante tendresse. Hay tanta individualidad en este relato que, durante la escucha, no dejaba de preguntarme por qué no me sentía completamente seducido. Creo que la causa está en la Orquesta Sinfónica de Londres y en el director Simon Rattle, quien exagera en demasía la obra con sus golpes emocionales. Elgar funciona mejor cuando el director parece hacer lo mínimo, a la manera de Adrian Boult, John Barbirolli y Vernon Handley. Si se aprietan los botones, no se mueve. También el sonido orquestal carece de pompa, a pesar de la difícil circunstancia actual.
En la Sonata para violín, Capucon está mejor acompañado por el pianista Stephen Hough, un compañero de conversación ideal que nunca interrumpe bruscamente y se toma su tiempo para asumir cada declaración antes de ofrecer una réplica razonada. Se trata de un diálogo sereno y civilizado a través de un canal a menudo empañado en estos días por la forzada incomunicación. Ojalá Boris y Macron pudieran conversar así.
Norman Lebrecht